El Cuartel de la Montaña

Caídos por Dios y por España.

 


Aparece en el Cuartel una bandera blanca.


 

 

Los camiones blindados en la plaza de España.

¿Quién ha colocado esa sábana blanca en uno de los balcones de .la Montaña, sobre la explanada principal? No se sabe. Pero su aparición arranca de los milicianos apostados en la calle de Ferraz un alarido súbito de sorpresa y triunfo, que se corre instantáneamente, se agiganta y retumba hacia la plaza de España.

-¡Se rinden! ¡El Cuartel se ha rendido!

La muchedumbre, sin esperar más, se lanza en masa hacia el edificio. Muchos abandonan las armas, pues su peso estorba y no deja correr holgadamente. Los defensores del Cuartel, en cambio, no han podido ver la señal traidora y silenciosa que flota sobre sus cabezas. Sólo perciben, por el contrario, el alud caótico que trata de echárseles encima, y los gestos epilépticos que lo sacuden indican más bien una nueva y más temible tentativa de asalto. Los patriotas, crispados tras sus fusiles y ametralladoras, redoblan el fuego.  

Toda esa parte del Cuartel que domina la explanada es una trinchera.

La artillería roja en acción.
El furioso asalto se estrella ante la férrea resistencia de los defensores. La arboleda baja, las rampas y el borde de la explanada quedan sembradas de muertos y heridos. Contra lo que esperaban, la aparición de la bandera blanca no responde a un deseo de armisticio. El Cuartel no se rinde. El alarido de júbilo se trueca en un profundo rugir de impotencia y de rabia. Entre la muchedumbre, que refluye en desorden, se abren camino a gritos los portadores de muertos y heridos. Arrecia el fuego de cañón y de ametralladora. Y aunque el Cuartel queda como sumergido bajo aquella tromba asoladora, los patriotas respiran.

Las cercanías vuelven a estar desiertas. Sólo hay en ellas, tendidos, inmóviles o retorciéndose, las víctimas del ataque, que nadie osa ir a recoger.

 

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© Generalísimo Francisco Franco


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