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SUGERENCIAS

 

Mensajes de fin de Año.


 
30 de diciembre de 1969.

A las diez de la noche, S.E. el Jefe del Estado se dirigió a la nación, a través de los micrófonos de Radio Nacional de España y de las pantallas de Televisión Española, en su ya tradicional mensaje de fin de año. 


Españoles:

Una vez más, en estas postrimerías del año en que recogidos en vuestro hogares os alegráis con la esperanza sobrenatural de la Navidad, me dirijo a vosotros para que examinemos juntos las vicisitudes del año que termina y descubrir en lo posible el horizonte de los años venideros.

Termina en estos días un decenio fecundo en realizaciones trascendentales, que ha presenciado el despegue de nuestra patria hacia las más ambiciosas metas colectivas. Un largo período de trabajo denodado ha sentado bases firmes para el desarrollo económico y social de nuestro país y ha culminado en la institucionalización política más conforme con nuestro modo de ser, enraizada en nuestra historia y válida para nuestro porvenir. Al trasponer ahora la puerta de otra década, frente a ese velo que cubre siempre los designios de Dios, confiamos en seguir avanzando, bajo su protección, por el camino derecho y en cubrir nuevas etapas de la vida y el progreso de la nación.

En  estos últimos diez años, la fisonomía de la sociedad española ha experimentado un cambio radical. Ha sido ésta una década de grandes avances en el orden político, cultural y económico. En el aspecto político se ha producido la culminación de nuestro ordenamiento institucional con la promulgación de la Ley Orgánica del Estado, que recibió el unánime respaldo de la nación en el memorable referéndum de 14 de diciembre de 1966.

A esta Ley Fundamental han seguido luego un conjunto de normas que han hecho realidad el orden institucional que se configura en ella. Tales son la Ley Orgánica del Consejo del Reino, la Ley Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional, la Ley de Libertad en materia religiosa y la que regula el Recurso del Contrafuero.

EL FUTURO ESTA ASEGURADO

Respecto a la sucesión a la Jefatura del Estado, sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento, todo ha quedado atado, y bien atado, con mi propuesta y la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor a título de Rey del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón. Dentro y fuera de España se ha reconocido, tanto con los aplausos como con los silencios, la prudencia de esta decisión trascendental.

Nuestros descendientes comprobarán que la nueva Monarquía española ha sido instaurada en virtud de dos votaciones populares reiteradas en el plazo de veinte años, en el referéndum nacional de 1947, que aprobó la Ley de Sucesión y en el de 1966, que refrendó la Ley Orgánica del Estado. Han sido, pues, dos generaciones de españoles las que han dado su voto multitudinario a nuestro sistema político. La designación concreta del futuro Rey obtuvo la aprobación de las Cortes Españolas, representación genuina de la nación. Bien podemos decir que la instauración de nuestra Monarquía cuenta con un respaldo popular prácticamente absoluto y desde luego muy superior al que tuvo en 1700 el Rey Felipe V, en cuya entronización jugaron mucho más las maniobras políticas de potencias extranjeras que la propia voluntad del pueblo español.

Como dije en la memorable sesión del 22 de julio último, la sucesión a la Jefatura del Estado constituirá en el futuro un hecho normal que viene impuesto por la condición perecedera de los hombres. Si Dios nos sigue otorgando su protección, de la que tan señaladas muestras tenemos, la decisión adoptada en ese día como una prudente previsión del futuro aceptada por la nación, librará a España de las dudas y vacilaciones que pudieran suceder cuando mi Capitanía llegase a faltaros. La permanencia inalterable de los Principios del Movimiento, la solidez del sistema institucional del Estado y la designación y juramento prestado por el Príncipe de España, de cuya lealtad y amor a la Patria ha dado sobradas pruebas, son firme garantía de la continuidad de nuestra obra.

Con la ayuda de Dios y la buena voluntad de los españoles, nuestros hijos y nietos tienen asegurada la estabilidad política de la nación.

TRES LEGISLATURAS FECUNDAS

En estas tareas trascendentales han jugado un papel de la máxima importancia el Consejo del Reino, las Cortes Españolas y el Consejo Nacional del Movimiento, que han demostrado una vez más la validez y eficacia de nuestras fórmulas políticas. A los tres altos organismos quisiere ahora hacer llegar mi agradecimiento, por su acendrado espíritu de lealtad y de servicio a la Nación.

En las tres legislaturas transcurridas durante estos diez años que contemplamos, las Cortes han llevado a cabo una labor legislativa de primera magnitud, que se ha extendido a todas las esferas de la actividad del Estado. Son buena muestra de ello, por citar sólo alguna de las principales normas promulgadas en este periodo, la Ley por la que se regula el Derecho de Petición; la Ley de Bases de Ordenación del Crédito y la Banca; la Ley de Bases de la Seguridad Social y la Ley General Tributaria, la Ley de Funcionarios Civiles del Estado; la Ley de Prensa e imprenta y las que aprobaron el I y II Plan de Desarrollo Económico y Social.

Al tiempo que se llevaba a cabo esta ingente labor, prosiguió el proceso de fortalecimiento de nuestras instituciones, en especial, mediante la incorporación activa del pueblo a sus tareas. En este sentido, quiero subrayar cómo la representatividad de nuestras Cortes se vio reforzada con los procuradores elegidos directamente por las familias españolas. Su presencia en las Cortes, junto con los genuinos representantes de los Sindicatos, de las Corporaciones locales y de las demás entidades públicas, encauza la convivencia de todos los españoles en un sistema institucional que hunde sus raíces en la entraña misma de la Nación

ARMONIOSA CONVIVENCIA ENTRE TODOS LOS ESTAMENTOS

El normal funcionamiento de las Cortes Españolas y del Consejo Nacional del Movimiento promueven eficazmente el intercambio de opiniones y el contraste de pareceres, entre los representantes del pueblo español y el Gobierno de la Nación. Nuevas normas jurídicas aseguran el perfecto funcionamiento de las Corporaciones locales y provinciales, así como de los Sindicatos, parte esencial de la vida y el trabajo de nuestro pueblo, para garantizar la armoniosa convivencia entre los diversos estamentos de la Nación.

El gran problema que muchos países sufren y que afecta a “casi todas las sociedades de nuestro tiempo, es el de encontrar un orden político capaz de conjugar armónicamente las legítimas aspiraciones de libertad y justicia de los pueblos con la necesaria autoridad, sin la que es imposible una libertad verdadera, garantizada en su ejercicio y limitada por el bien común. Alcanzar este equilibrio, sobre el que se asienta el bien supremo de la paz, no se logra de una vez para siempre. Es una meta por la que hay que trabajar esperanzadamente cada día. Quiero recordaros ahora, como en tantas otras ocasiones, que esta batalla por la paz nuestra, la que disfrutáis en el seno de vuestros hogares, es responsabilidad de todos y cada uno de los españoles. Por ello, es absolutamente indispensable que nos enfrentemos al futuro con el mismo espíritu de unidad y de solidaridad que nos ha animado hasta ahora, con idéntica voluntad de poner el bien común de la Nación por encima de las conveniencias particulares. La fidelidad permanente a estos ideales constituye nuestra interna fortaleza y no debéis tolerar nunca  que nadie, ni de fuera ni de dentro, trate de destruirlos.

LA RENTA NACIONAL SE HA DUPLICADO

Esta es la obra que hemos venido levantado a lo largo de estos años. Sus frutos están a la vista de todos. El desarrollo económico y social que la sociedad española ha experimentado es patente.

En el decenio que ahora se cierra, la renta nacional, medida en pesetas constantes, se ha duplicado, habiendo crecido a un ritmo medio anual superior al de los países del Mercado Común.

Este crecimiento se ha reflejado en el nivel de vida de todos los españoles. En este decenio se han construido el 85 por ciento de los automóviles que circulan por nuestras calles y carreteras; se han instalado el 60 por ciento de los teléfonos existentes y se construyeron 1.175.000 nuevas viviendas, lo que representa que en este decenio han estrenado casa unos cinco millones de españoles.

En cuanto al turismo, hemos pasado de poco más de cuatro millones de personas que nos visitaron en 1959, a 21 millones de turistas en este año.

El esfuerzo realizado a favor de la enseñanza a todos sus niveles ha sido gigantesco. Durante estos diez años, el analfabetismo ha descendido del 12 al 5 por ciento de la población mayor de 15 años; se han construido 35.000 centros de enseñanza primaria, con la creación de más de un millón de nuevos puestos escolares; 1.800 nuevos centros de enseñanza media, cuyo total de alumnos ha pasado de 670.000 en 1959, a 1.700.000 en 1969. Respecto de la enseñanza superior, el número de estudiantes ha pasado de 81.000, en el curso 1959-60, a 172.000, en el actual.

Pero lo más importante es que en este período la sociedad española ha cobrado conciencia de que la extensión de la enseñanza y la igualdad de oportunidades son el mejor motor y la más segura garantía de su futuro. En los Presupuestos Generales del Estado, los créditos correspondientes al Ministerio de Educación y Ciencia han llegado a ocupar el primer lugar por su volumen. La década de los años 70 se inicia con la creación de nuevas universidades y el renovado empeño de construir un sistema educativo adecuado a nuestra época.

ESTABILIDAD Y DESARROLLO

No puede concebirse el desarrollo económico el próximo decenio sin unas bases sólidas de estabilidad de precios y de pleno empleo. La estabilidad es condición indispensable para el óptimo aprovechamiento de los recursos con que cuenta el país. Sólo manteniendo la estabilidad se asegura un crecimiento real del poder adquisitivo de los salarios. Por el contrario, el fácil camino de la expansión incontrolada constituye un espejismo, obligaría a soportar unos costes sociales demasiado elevados y pondría en peligro las fuentes del crecimiento futuro. Por ello es preciso ceñirse al ritmo de marcha programado, de acuerdo con lo que permite el potencial de nuestra economía, en la seguridad de que de este modo llegaremos antes y sin tropiezos a las elevadas metas a que todos aspiramos.

CONFIANZA EN LA JUVENTUD

Corresponde a la juventud un puesto de vanguardia en la construcción de una España más justa y más solidaria. Durante estos 30 años de paz han participado en esta ingente labor de resurgimiento patrio generaciones sucesivas que en cada etapa han entregado el caudal generoso de sus ilusiones y esperanzas; sin que puedan desfigurarlo esas pequeñas algaradas estudiantiles que, obedeciendo a consignas comunistas, fomentan en el mundo sus agentes. Basta el conocer esta dependencia y la vida regalada que llevan los alborotadores para que se produzca la saludable reacción de los más. ¿Qué representaría, por otra parte, el grupo de alborotadores en el conjunto de nuestra juventud trabajadora y estudiosa?

Tengo la seguridad de que las nuevas generaciones sabrán también aportar su entusiasmo a la permanente tarea del engrandecimiento de España.

La juventud debe tener conciencia de que los mimetismos extranjerizantes fueron causa fundamental de nuestra decadencia. Cada país es obra de su propio genio creador y lo verdaderamente audaz, propio de los jóvenes, es ser fieles a nosotros mismos y crear y crecer desde la propia raíz de nuestro ser nacional.

LA PAZ, PRINCIPIO RECTOR DE NUESTRA POLÍTICA

Hemos proclamado incesantemente que el ideal de la paz constituye el principio rector de nuestra política. Tampoco en el orden internacional hemos regateado jamás esfuerzo ni sacrificio  por hacerlo realidad. Por desgracia, el mundo nos ofrece cada día ejemplos de guerra y violencia que destacan aún más dolorosamente en estas fechas de la Navidad.

POLÍTICA EXTERIOR

Nuestra política exterior ha estado siempre orientada a lograr nuestra plena incorporación a la comunidad internacional de naciones y en especial a estrechar cada vez más nuestras relaciones con todo el mundo occidental.

No sólo somos un país europeo, sino que hemos contribuido decisivamente a la formación del concepto de Europa. Pese a las dificultades que la compleja  realidad plantea, el proceso de integridad europea continúa. No podemos permanecer al margen de la gran operación unificadora puesta en marcha. En el año que está a punto de concluir se ha dado un paso importante en la negociación con la comunidad económica europea y en los próximos meses esperamos que se puedan concretar las reciprocas condiciones de nuestra posible colaboración.

Pero Europa es más amplia de lo que  nos hacen pensar los habituales esquemas logrados por la última guerra mundial. Nuestros contactos con las naciones del Este se van ampliando. Tenemos ya relaciones consulares y comerciales con Rumania y con Polonia; acabamos de establecerlas con Hungría, países con los que a través de la historia siempre hemos tenido buenas relaciones y con los que no podemos contribuir a su aislamiento.

En cuanto al destino de los pueblos hermanos de Hispanoamérica, nos afecta particularmente. Los pueblos hispánicos, por su alto nivel cultural, están mejor dotados para salvar la distancia que desgraciadamente separa cada día más a los países ricos de los países pobres. Estamos en la mejor disposición para estudiar y favorecer todo programa de colaboración mutua en todos los órdenes. La voz coincidente de los países de la comunidad hispánica de naciones en los organismos internacionales, puede ser el mejor servicio a la causa de una paz justa y duradera.

En el umbral de la década de los 70, reafirmamos, una vez más, nuestra amistad fraternal con la nación portuguesa, con quien nos une un destino hermanado y unos acuerdos que han dado excelentes frutos y que consideramos llenos de fecundas posibilidades.

España quiere seguir manteniendo y aun reforzando, las buenas relaciones de amistad que la unen a los Estados Unidos de América en el campo de la seguridad mutua como en el económico, en el de la educación y de cooperación científica. Con buena voluntad por ambas partes esperamos encontrar una fórmula, equilibrada, digna y actual que sirva de instrumento a esta relación de cooperación que los dos países propugnamos.

Seguimos con la vista puesta en el continente africano, del que nunca podremos sentirnos ajenos. No en vano nuestras Islas Canarias, de indiscutible reciedumbre española, pertenecen a la geografía del mundo africano, en la que desde tiempo inmemorial desarrollan los canarios sus actividades pesqueras.

Como es natural, prestamos particular atención al desarrollo del pueblo saharaui, con el que hemos contraído una gran responsabilidad. Y los saharauis tienen depositada en nosotros una confianza que en ningún supuesto hemos de defraudar.

En orden a nuestras relaciones con los países vecinos, deseamos continuar nuestras relaciones especiales con naciones como Argelia, Túnez, Marruecos y Mauritania, sobre la base de una apreciación realista de los intereses mutuos.

España no puede menos de considerar con atención las evoluciones de los países del Continente africano, cuya fase actual de asentamiento de sus nacionalidades le inspiran el mayor respeto y esperanza.

La amistad con los pueblos árabes en general ha venido a ser una constante de nuestra política, que no necesita de nuevas definiciones. Sentimos por ellos la mayor simpatía ante las graves dificultades porque atraviesan y continuaremos prestándoles nuestro apoyo a sus causas justas.

JUSTICIA SOCIAL Y CRISTIANA

No quiero prolongar más esta conversación familiar con vosotros en fechas de tan profunda significación sin insistir en reafirmar que toda nuestra marcha como nación, en medio de los problemas interiores y exteriores que acompañan a todo país, se realiza bajo los altos ideales del Movimiento Nacional, inspirándose en la unidad y en la grandeza de la Patria, en la conquista del pan y la justicia para todos los españoles y en la doctrina moral y social de la Iglesia. La confesionalidad tradicional de nuestro Estado, proclamada por las leyes y servida con la mejor voluntad en ocasiones no siempre fáciles, coincide con nuestra íntima convicción y con la de la inmensa mayoría del pueblo español. Quiera Dios que la humanidad entera haga suyas las palabras de S.S. Pablo VI en su recién publicado llamamiento para la «Jornada de la Paz»: “La paz no se goza, se crea. La paz no es una meta ya alcanzada; es un nivel superior al que todos y cada uno debemos aspirar siempre. No es una ideología soporífera; es una concepción deontológico que nos hace a todos responsables del bien común, y nos obliga a ofrecer cualquier esfuerzo nuestro, a su causa, la causa verdadera de la humanidad”. Humildemente creo que España hace todo lo posible para conseguir dentro de sí misma esa paz, una paz humana y cristiana, y se esfuerza para servir a esa paz en sus relaciones con los demás pueblos del mundo.

ENTREGA AL SERVICIO DE LA NACIÓN

Imploro las bendiciones del Altísimo para todos los españoles: para los que trabajan en el campo y en el mar, en las fábricas y en las minas; par los estudiantes y los profesionales; para las heroínas del hogar, los funcionarios públicos y los que empuñan las armas en defensa de nuestra paz. Mi pensamiento va especialmente a todos los que han colaborado conmigo durante tantos años en el servicio de la Nación. Mientras Dios me dé vida estaré con vosotros trabajando por la Patria.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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