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Correspondencia entre don Juan y Franco.


 
Con fecha 25 de enero de 1944, don Juan envía a Franco una carta en la que le anuncia la ruptura.

25 de enero de 1944.

Mi respetado General:

Honda inquietud y preocupación me ha producido su carta del 6 del corriente que me escribe como consecuencia de haber leído una particular mía dirigida a mi secretario, interceptada, según V.E. me informa, por agentes extranjeros que al parecer han tenido la posibilidad de intervenir el servicio postal entre Irún y San Sebastián.

La meditada lectura de su carta produce la impresión de que V.E. cuenta con una información deficiente y tal vez inexacta, que le lleva a sostener erróneas opiniones sobre la situación interior y exterior de España. Y esa equivocada información alcanza también a lo que sobre mi modo de pensar y las supuestas presiones de que soy objeto se refiere. Afirma V.E. que hay gentes que intentan ir grabando en mi ánimo tres falsedades: primera, la supuesta ilegitimidad de los poderes de V.E.; segunda, una calumniosa situación de España y tercera, un pobre concepto de los españoles. Pues bien, sinceramente he de afirmarle que ese temor carece de toda base. Nadie se ha propuesto persuadirme de la ilegitimidad de los poderes que de hecho V.E. ejerce, y nunca hubiera tolerado la más mínima insinuación calumniosa sobre España ni sobre el elevadísimo concepto que tengo del pueblo español.

Pronto se cumplirán trece años de mi vida en el destierro, durante los cuales he podido conocer la situación de España y la manera de pensar de los españoles, con una claridad e independencia que difícilmente hubiera logrado de continuar en Palacio, donde tanto me hubiera costado conocer la realidad a través de la atmósfera de adulación que en todo tiempo envuelve a los poderosos. Desde hace muchos años vengo estudiando la situación de España y contrastando detenidamente los informes verbales de la casi totalidad de las personalidades políticas, diplomáticas, industriales, intelectuales, etc., que al salir de España vienen a visitarme; afirmo a V.E. que con unanimidad casi absoluta todas ellas, incluso las más ligadas personalmente a V.E. y al Régimen nacional-sindicalista, coinciden en sentirse gravemente angustiadas respecto al futuro de nuestra patria, cuya situación estiman sumamente intranquilizadora. Ignoro si esas personalidades, que tan oscuro ven el panorama nacional, se expresan ante V.E. con la misma franqueza que ante mí. Bien es posible que la experiencia de la desfavorable acogida que V.E. reservó a los clarividentes y patriotas escritos de los procuradores en Cortes y más tarde de los tenientes generales, haya contribuido a velar sus juicios.

La información que sobre la situación interior de España he obtenido en copiosas y auténticas fuentes nacionales acrecienta la divergencia de nuestras respectivas visiones sobre la situación internacional y sobre la repercusión que los acontecimientos mundiales puedan tener en nuestra política interior. V.E. es uno de los contados españoles que cree en la estabilidad del Régimen nacional-sindicalista; en la identificación del pueblo con tal Régimen, en que nuestra nación, todavía no reconciliada, tendrá fuerzas sobradas para resistir los embates de los extremistas al término de la guerra mundial y que V.E. logrará, por medio de rectificaciones y concesiones, el respeto de aquellas naciones que pudieran haber visto con disgusto la política seguida con ellas.

Este modo de enjuiciar el presente y el futuro es totalmente opuesto al mío y, por tanto, nuestras actitudes no pueden ser concordantes. Estoy convencido de que V.E. y el Régimen que encarna no podrán subsistir al término de la guerra y que de no restaurarse antes la monarquía, serán derribados por los vencidos en la Guerra Civil, favorecidos por el ambiente internacional que cada día se pronuncia más fuertemente en contra del régimen totalitario que V.E. forjó e implantó. Para impedir tan trágico futuro es preciso ofrecer a los españoles algo que no sea el totalitarismo de V.E. ni la vuelta de la República democrática, antesala del extremismo anarquista; y esa tercera solución la constituye solamente la monarquía Católica Tradicional, de cuyos ideales fundamentales estaba más próxima la mayoría de los héroes y mártires que hicieron posible el Alzamiento de julio de 1936, que de las exóticas instituciones que se ha pretendido estérilmente hace arraigar en nuestra patria con desprecio de la mística inspiradora de la Cruzada.

Siempre me he negado a acceder a los requerimientos escritos por V.E. para identificarme con el Estado falangista, por estimar que ello era incompatible con la esencia misma de la monarquía, que ha de ser genuina y absolutamente nacional y para todos los españoles. Pero he llegado al firme convencimiento de que esta actitud que he venido observando no basta para salvaguardar en el futuro los intereses de la patria, ya que son muchos los que en España y en el extranjero interpretan mi silencio como una identificación con el Régimen presente. Ello me obliga a dar a conocer a España y al mundo la total insolidaridad de la monarquía con él. No levanto bandera de rebeldía ni incito a nadie a la rebelión. Me limito exclusivamente a hacer pública la fundamental divergencia que siempre nos separó, impidiendo así que la caída del Régimen nacional-sindicalista imposibilite la restauración de la monarquía y prive a la patria, en tan críticos momentos, de las seculares instituciones, únicas que pueden oponerse al extremismo revolucionario.

Nadie podrá, con fundamento, tachar de egoísta, mi actitud que constituye, por el contrario, un muy duro pero sagrado deber. Sólo un equivocado concepto de lo que es la Realeza puede llevar a afirmar que en este momento estoy carente de responsabilidades. Las de carácter histórico que sobre mí pesan pueden concretarse por acción o por omisión; para hacer frente a ellas me veo impelido, por convicción íntima y personal, a adoptar la actitud que anuncio a V.E.

No estimo oportuno en esta ocasión refutar la afirmación de V.E. relativa a que el Régimen camina generosa y noblemente hacia la restauración de la monarquía. Hasta hoy sólo he tenido noticia de la prohibición de toda propaganda monárquica, de los ataques en discursos y publicaciones oficiales a la monarquía, y de los documentos conteniendo graves acusaciones para mi persona que obligatoriamente ha insertado toda la prensa de España.

Esperando no vea V.E. en esta carta nada ofensivo, ni siquiera molesto para su persona, por la que conservo una alta estima y aprecio, le saluda afectuosamente. 

Juan, Conde de Barcelona. Lausana, 25 de enero de 1944.


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