La represión 


 

He aquí otro de los grandes tabúes, otro de los tópicos inevitables en esta escalada de desprestigio contra el franquismo, a la que estamos asistiendo. Efectivamente, en la retaguardia llamada nacional se cometieron tropelías y asesinatos. Pero ¿por qué se olvida totalmente lo que ocurrió en la roja? Ahí está la Causa General, incontestada en su alucinante acusación de crímenes y desmanes. Me resulta especialmente triste tener que entrar en polémica sobre algo tan sagrado como las vidas humanas. Es más; lo encuentro vergonzoso. Pero no hay más remedio que efectuar algunas precisiones, para salir al paso de los infundios, de las manipulaciones, de las parcialidades con las que, de unos años a esta parte, se cuenta en el papel impreso aquel lamentable aspecto de la guerra civil. 

Insisto: me repugna meterme en una especie de estadística de horrores. Pero quienes se empeñan en resaltar únicamente los de un bando, obligan a hacerlo. Ya se que se me dirá: antes nos contaban que los rojos eran los únicos que habían asesinado a sangre fría. Evidentemente, se trataba de otra mentira intolerable. Pero ¿por qué se cae en la misma falacia, ahora con el signo contrario?  Salvando las distancias, ocurre con esto como con la fiebre actual de cambiar los nombres de las calles. Fue una estupidez del anterior régimen, en muchos casos. Mas hete aquí que, los mismos que tan acremente la criticaron, inciden ahora en el mismo ridículo error.

Reconozcamos, humildemente, avergonzadamente, que en las dos zonas se cometieron asesinatos intolerables. Pero sin desmentir la verdad histórica. y ésta nos demuestra que en la zona republicana estos actos vandálico s fueron muchos más y duraron mucho más tiempo. Lo cual no intenta paliar la gravedad de los que se llevaron a cabo por los franquistas; pero restablece la mayor culpabilidad de los cometidos bajo la pasividad o la indiferencia del llamado por muchos Gobierno legítimo de la República. No es honesto pretender olvidarlo, a estas alturas.

Ni tampoco, hurtar al conocimiento de las jóvenes generaciones la existencia de las checas, abundantes en Madrid, en Barcelona, en Valencia, en todas las poblaciones sometidas a ese mismo Gobierno republicano, cuyo funcionamiento duró hasta el mismo final de la guerra y en las que tan espantosas torturas se prodigaron. Claro es que existe hoy como una conjura para encubrir todas las atrocidades que se cometieron entonces en nombre de la Libertad y de la Democracia. Quizá por ello, cuando se ha estrenado en España el viejo filme ¿Por quién doblan las campanas?, que neciamente estuvo prohibido por la censura franquista, se ha suprimido la mejor secuencia: aquella que corresponde al capítulo, también mejor, de la mediocre novela de Hemingway. El que relata el masivo asesinato, en un pueblo serrano, de los vecinos de derechas, que son despeña- dos entre el alborozo de las milicias marxistas. Lo que demuestra que, con unos o con otros, aquí siempre se trata de engañar al ciudadano, hurtándole la realidad cabal de las cosas.

En cuanto a la represión de la posguerra no cabe (obviamente) establecer comparaciones. Pero sí destacar la exagerada cuantificación que de sus consecuencias se está haciendo. Resulta que El Campesino (otro incalificable personaje marxista) se suelta el pelo en unas declaraciones y dice que Franco mandó asesinar después de la guerra a más de un millón de españoles. Yeso se publica y nadie lo desmiente ni llama mentiroso a Valentín González, cuya biografía no le faculta, ciertamente, para erigirse en acusador de nadie. Claro que todavía resultó más grotesca la demencial afirmación hecha, en verso y todo, en el poema (?) «Los cinco dados», incluido en el Cancionero Popular editado en Italia en 1969, donde se escupían estas estrofas: Maldito, que en treinta años has matado / SEIS MILLONES de nobles compatriotas. El panfleto, naturalmente, fue secuestrado aquí por el Ministerio de Información y Turismo. Y algunos se escandalizaron por ello! .

También éste es un tema definitivamente aclarado por los historiadores. Las víctimas de la guerra civil fueron entre 270.000 Y 340.000, en ambos bandos y contando en ellas tanto a los muertos en combate como a la población civil y a los represaliados, asimismo, en las dos zonas.(Según Salas Larrazábal, en un estudio publicado en ABC en julio de 1.974.) En cuanto a los presos del franquismo, la cifra máxima de la población penal durante la posguerra alcanzó 270.719 personas en enero de 1.940 y en ella se engloban tanto los comunes como los políticos. (Datos de Ricardo de la Cierva, en Francisco Franco, un siglo de España, Edit. Nacional, 1.972).  Pero en años inmediatos descendió grandemente por los sucesivos indultos y amnistías.

Tampoco intento minimizar el alcance de la represión que siguió al final de la guerra. Pero también considero imprescindible efectuar dos consideraciones. Una: que el fenómeno no es exclusivamente español. En Francia o en Italia, por ejemplo, la represión contra los colaboracionistas, al término de la segunda guerra mundial, fue feroz e implacable y muy superior, en cifras absolutas y aun relativas, a la de España. Que después de una guerra, los odios se desatan y las cuentas se liquidan, con lamentable olvido de la generosidad y aun de la justicia, es un hecho históricamente repetido. ¿Habrá que recordar la monstruosidad aparentemente legalizada del proceso de Nuremberg? ¿O los increíbles casos de Philippe Pétain y de Rudolf Hess, encarcelados de por vida, con olvido absoluto de todas las razones humanas y jurídicas? y una última y nada despreciable consideración. A la vista de lo que está sucediendo, de la violenta reacción que (cuarenta años después de terminada la guerra civil y, por tanto, sin posibilidad de aducir razones emocionales cercanas) se ha producido por parte de los vencidos contra los vencedores, ¿no resulta perfectamente lícito imaginar que, de haber cambiado el signo de los triunfadores, el1 de abril de 1939, la conducta de unos hubiera sido, en definitiva, igual que fue la de los otros? O quizá, más enconada todavía. Por. desgracia, el rencor, el odio, la insolidaridad, el revanchismo y la envidia no son patrimonio de una sola clase de españoles.

 

  En un debate sobre Libertad de expresión patrocinado por las Juventudes Socialistas de Madrid, con la colaboración del Ayuntamiento, el subdirector del diario El País, José Luis Martín Prieto, planteó el interrogante de si fue un acierto o un error histórico el no proceder, con el advenimiento de la democracia, a una depuración política. (Referencia en El País, 20-V-80.) O sea, que los mismos que tanto se duelen de la depuración realizada por el franquismo, después de una victoria bélica, aceptan la posibilidad de haberla impuesto como consecuencia de la llamada transición pacífica.

 


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