EL TRATO DE FRANCIA A LOS ESPAÑOLES EXILIADOS

 
Carles Fontserè
 

Rodríguez Zapatero agradeció a los franceses la acogida que dieron a lo largo de los dos últimos siglos a las mentes más libres de los españoles. La realidad fue muy distinta. A partir de 1939, el Gobierno y el pueblo franceses trataron a los españoles de izquierdas como apestados.

La ignorancia y el acomplejamiento del presidente Rodríguez son mayores de los que podríamos sospechar. Cuando sale al extranjero se comporta como los españoles de ‘Lo verde empieza en los Pirineos’: un grupo de paletos viaja a Francia para ver cine ‘guarro’, prohibido entonces en España, y, deslumbrados por todo lo que ven, se convierten en el hazmerreír de los franceses. Lo mismo ocurrió el martes 1 de marzo, cuando Rodríguez intervino en la Asamblea Nacional francesa, con un hemiciclo semivacío.

De acuerdo con las noticias de prensa, ZP declaró entre otras cosas lo siguiente: “Los espíritus más libres de los españoles tuvieron que cruzar los Pirineos para huir de la intolerancia"; "muchos inmigrantes escaparon de la pobreza en Francia y se impregnaron de los valores de la democracia y la libertad”; “[los republicanos españoles] encontraron en Francia una patria de refugio frente al fascismo"; y expresó el "profundo agradecimiento" del pueblo español a Francia por "su eficaz colaboración en la lucha contra el terrorismo".

Es malo que ZP ignore el pasado de la nación que gobierna, pero peor es que no se acuerde, o no tenga el valor para recordarlo, de la indiferencia de los gobiernos de Giscard d’Estaing y de Mitterrand respecto a los etarras. Sólo comenzó la colaboración policial cuando los socialistas españoles encargaron la compra de trenes de alta velocidad a una empresa francesa.

Para ilustrar a ZP sobre la realidad de la vida de los españoles exiliados, Minuto Digital reproduce frases del libro ‘Un exiliado de tercera. En París durante la Segunda Guerra Mundial’ (El Acantilado, 2004), escrito por Carles Fontserè, dibujante catalanista en los años 30 y que escapó de Cataluña a Francia en el invierno de 1939. Lo primero que hicieron las autoridades francesas, obedientes a un Gobierno del Frente Popular, fue internarle en uno de los numerosos campos concentración abiertos para encerrar a los exiliados.

“Al pisar suelo francés nos endosaron el apodo de ‘rouges espagnols’ y, de hecho, nos convertimos en una masa de facinerosos. La mayoría no éramos conscientes de la anormalidad de nuestra situación. Ni yo mismo me di cuenta de ello hasta después de muchos tropiezos y desengaños” (pág. 14).

“El número total de refugiados españoles admitidos en la URSS no sobrepasaba el millar –escogido entre unas listas muy reducidas de fieles estalinistas- y (...) los sospechosos de simpatías trostkistas sólo eran admitidos para ser encarcelados o fusilados” (pág. 17).

“’Si no os gusta el trato’ –nos decían [los gendarmes que guardaban el campo]-, volved a España’. Y así, cada día, grupos de hombres cansados o acobardados se apuntaban para regresar a la España de Franco” (pág. 17).

“Se han contabilizado unos 14.600 refugiados muertos durante los primeros seis meses de internamiento. Un balance extremadamente abrumador, aun en el caso de que numerosos refugiados estuvieran heridos o enfermos al entrar en Francia” (pág. 45).

“Una orden del Ministerio del Interior (...) declaraba las ciudades de París, Perpiñán y Marsella zonas prohibidas a los refugiados españolas” (pág. 58).

“Las penalidades y obstáculos que encontramos en Francia la gran mayoría de los refugiados, así como la falta de protección por parte de nuestras autoridades republicanas, forzaron el retorno de muchos a la España de Franco” (pág. 59).

“Ninguna personalidad relevante de la República –Negrín, Companys, Picasso, Pablo Casals... – tuvo el coraje de presentarse en un campo de concentración con el propósito de ser el último en abandonarlo. (...) Esta cobardía explica la conspiración de silencio sobre los campos de concentración franceses (...). Los viejos políticos fueron responsables de los campos y nadie les pidió cuentas” (págs. 126 y 127).

“El destino que nuestros políticos nos tenían reservado a los refugiados de tercero: ‘voluntarios’ en la Legión Extranjera, pico y pala en una compañía militarizada de trabajo, y posterior ingreso en un campo regentado por nazis alemanes” (pág. 135).

“La JARE [Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles que presidía el socialista Prieto], financiada por el tesoro del ‘Vita’ –un yate fletado por el Gobierno republicano español, del cual se apropió Indalecio Prieto al llegar a un puerto mexicano, era la contrapartida del SERE” (págs 169 y 170).

“A pesar de haber sido creado como un organismo rival del SERE de Negrín [socialista prosoviético], la JARE practicó igualmente (sic) una política elitista de ayuda a unos cuantos, olvidando a la gran masa de refugiados. En París, distribuía asignaciones mensuales a distinguidos personajes, a la vez que, por falta de caudales, rechazaba innumerables solicitudes de ayuda” (pág. 170).

“Los cabecillas políticos [españoles] y sus acólitos formaban una piña para protegerse de la masa anónima cerrándole todas las puertas” (pág. 176).

“Ante la línea Maginot todos los soldados eran senegaleses, norteafricanos y legionarios, muchos de ellos refugiados españoles y alemanes (judíos y no judíos), que debían elegir entre un campo de trabajos forzados o la Legión Extranjera. Allí mi hermano no vio ningún soldado francés” (págs. 204 y 205).

“Por aquellos años, en Francia, la carne de cañón española estaba a buen precio” (pág. 262).

“En el Consulado español daban certificados de nacionalidad a los refugiados que iban a pedirlo [mientras los alemanes entraban en París]” (pág. 280).

“Cuando los alemanes lanzaron su gran ofensiva del 10 de mayo, en primera línea y en la zona de guerra se encontraban unos 55.000 españoles. Una tercera parte eran legionarios y el resto, fortalecedores de las Compañías Militarizadas de Trabajadores Extranjeros. En la retaguardia había otros 15.000. Y los 25.000 especialistas destinados a las fábricas de armamento” (pág. 287).

“Las prostitutas, que preferían los ‘boches’ a sus ‘poilus’ franceses, corroboraban las afirmaciones de las amas de casa declarando llanamente: ‘¡Son limpios!’. (...) Resulta insólito constatar que, en los dos o tres primeros años [de la ocupación alemana], no percibí [en París] ninguna manifestación de odio hacia los ocupantes ni oí pronunciar el apodo de ‘boches’ referido a ellos” (pág. 300).

“Cincuenta años más tarde, algunos historiadores y periodistas españoles comentaron el hecho [la entrada en París de autos blindados franceses conducidos por españoles] con el orgullo patriotero de los imbéciles, sin querer darse cuenta de que aquellos españolitos fueron enviados de avanzadilla a centro de París como conejillos de Indias. Si los alemanes los hubieran escabechado, LeClerc, que se había adelantado de acuerdo con las directrices de De Gaulle pero sin esperar la orden de los norteamericanos, se lo habría pensado dos veces antes de hacer entrar al grueso de sus fuerzas en la capital” (pág. 566).

 

® Minuto Digital. 20 de Febrero de 2.005.-

© Generalísimo Francisco Franco. 08 de Marzo de 2.005.-

 


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