El Valle de los Caídos

Lugar de reconciliación y de paz.

 


 Algunos datos históricos sobre el Valle de los Caídos


El Valle de los Caídos fue concebido, desde el primer momento, como lugar de reposo y encuentro para los muertos de ambos bandos, católicos, en la guerra civil, ya que unos y otros entendían haber luchado por una España mejor o, simplemente, estar cumpliendo su deber. El lugar, Cuelgamuros, fue señalado por el propio Francisco Franco durante la guerra cuando recorría la sierra de Guadarrama. Su nombre es una suavización del primitivo Cuelga mulos porque se había utilizado, durante las obras de El Escorial, como dehesa para que pastasen los animales de carga. Las obras se iniciaron un poco tiempo después de acabada la contienda, buscando los servicios de empresas mediante los concursos que en forma ordinaria se hacían entonces. Huarte y Compañía tuvo el encargo de hacer la cruz, signo esencial porque, desde el punto de vista cristiano es vehículo de reconciliación.

 

En la obra, que cuenta con dos directores de gran categoría, Diego Méndez, arquitecto, y Juan de Ávalos, escultor, que nada tienen que ver con motivos políticos, trabajaron obreros y maestros artesanos que procedían sobre todo de los municipios de los alrededores, de donde se extraía la piedra de cantería necesaria para la edificación del monumento de grandes proporciones. También se admitieron reclusos, tanto políticos como comunes, en un número ciertamente limitado. Los datos son fehacientes. La peligrosidad de los trabajos, ya que se trataba de horadar una montaña, hizo que se produjesen accidentes que costaron la vida, en los tres quinquenios que tardó en realizarse, de catorce personas. Un porcentaje que puede considerarse dolorosamente normal. Los reclusos habían solicitado participar a fin de acogerse al decreto de redención de penas por el trabajo. No eran forzados ni habían sido condenados en condición de tales.

 

Conviene explicar este punto para evitar equivocadas interpretaciones. Antes de la guerra un padre jesuita, Julián Pereda, había redactado un importante documento, que Franco tuvo en su poder y anotó, proponiendo un sistema de reinserción de los penados. Consistía en que éstos tuvieran la oportunidad de trabajar, cobrando un sueldo y reduciendo además el tiempo de pena. El 8 de mayo de 1940 el director general de Prisiones propuso a Franco una solución de este tipo a fin de, sin que se llegase a una amnistía, reducir rápidamente el número de reclusos, que constituía un perjuicio. En consecuencia se promulgó un decreto que otorgaba a los que escogiesen voluntariamente el sistema recibir ambas condiciones. No se aplicó únicamente en el Valle. Las condiciones que en este se aplicaron eran: suprimir otros dos días de condena por cada uno que se trabajase, percibir un salario diario de siete pesetas -más de lo que cobraba un becario de investigación en el CSIC y poco menos de lo que se daba a un profesor adjunto en la Universidad- tener a su familia alojada en casas que se construyeron en el Valle, y disponer de un colegio para sus hijos. Solo los que gozaban de buena fama en la prisión eran admitidos ya que el sistema de vigilancia era, por razones obvias, bastante escaso. Hubo médicos que ejercieron su profesión y otras personas destinadas a un servicio burocrático.

 

Los que, movidos por buena intención, aplicaron este sistema también en el Valle, no percibieron seguramente el error. Pues la redención de penas por el trabajo es un regalo que se hace al condenado que es consciente de que ha sido condenado por un delito que cometiera. Pero el preso político no lo percibe así: ha sido condenado precisamente por defender una causa que el considera justa. En consecuencia injusta es la sentencia. Y redimirla por medio de un trabajo forma parte también de esa injusticia. En ciertas personas el subconsciente conservó esta idea que aflora ahora en esa gran mentira que trata de establecerse diciendo que fueron forzados los que trabajaron allí. Tanto más falso cuanto que esta situación se dio sólo en los primeros años y las obras duraron hasta 1958. Por otro lado, en las obras del Valle trabajaron únicamente un total de 2.643 obreros durante todos los años de su construcción, siendo solamente 243 los que se acogieron a la redención de penas por trabajo durante los años que se practicó este sistema, nunca todos al mismo tiempo.

 

Poco antes de que concluyesen -la fecha oficialmente establecida es del 7 de marzo de 1959- hubo algunas visitas importantes a aquel recinto. Se debe destacar la de Martín Artajo, Ángel Herrera y monseñor Angelo Roncalli que había ocupado la nunciatura en París y regresaba a Roma. Para Herrera lo importante era conseguir el establecimiento de un Centro de Estudios que, analizando la doctrina social de la Iglesia, crease un nuevo espíritu de convivencia que evitase los enfrentamientos. Una idea que Franco recogió poco después e incorporó a uno de sus discursos: 

 

«Cuántos males hubieran podido evitarse si los problemas sociales de nuestro tiempo hubieran sido analizados serenamente bajo el signo de la Cruz y de las doctrinas de la Iglesia por hombres doctos y preparados y si el espíritu del Evangelio hubiera presidido las relaciones entre los hombres». 

Desde este momento quedó decidido que el Valle albergaría dos cosas: el mencionado Centro que, en efecto, trabajó durante bastantes años dando origen a una larga serie de libros; y una casa de oración que fue confiada a la Orden benedictina en la que se encuentran las raíces de la europeidad.

 

El decreto-ley de 23 de agosto de 1957, que figura en el BOE, al establecer la Fundación y las condiciones del Valle, insistía en la idea inicial: allí podían ser inhumados caídos de ambos bandos siempre que las familias así lo solicitasen. Tenemos constancia de la existencia de más de 33.000 entre los cuales un muy alto porcentaje lo forman los republicanos. La lista es fehaciente y comprobable. Pero en julio de 1958 un padre jesuita, el P. Guerrero publicó un articulo en la revista Razón y Fe reclamando que fuesen sólo los caídos de un bando, el suyo, los que allí se acogiesen. Franco se asustó y Castiella envió a uno de sus colaboradores, Esteban Fernández, a que celebrara una entrevista con el nuncio, monseñor Antoniutti para plantearle la pregunta de si había un cambio de opinión por parte de la Iglesia. Roncalli había afirmado que aquel principio de monumento funerario que no hiciere distinciones entre los dos bandos, era un ejemplo. Antoniutti respondió que no había cambio alguno y que se debía informar al general de los jesuitas para que se hiciesen correcciones oportunas. La conversación con el nuncio tuvo lugar el 10 de julio y está recogida por escrito.

 

El mismo día 7 de marzo de 1959 en que se daban por terminados los trabajos, Franco escribió a Pilar y Miguel Primo de Rivera que autorizasen el traslado de los restos de su hermano desde El Escorial. Ellos dieron la gracias solicitando que dicho traslado fuese «intimo y recogido», deseo que no se cumplió porque el traslado (30 de marzo) fue convertido por los falangistas en un acto de afirmación que no interrumpió ni siquiera el clima, pésimo. 

 

La inauguración la hizo con una Misa el Cardenal Primado Pla y Daniel que, desde entonces se ha venido repitiendo cada día. Al cerrarse las cuentas se vio que se habían invertido 1.033 millones de pesetas las cuales han sido ampliamente compensadas al Patrimonio por los ingresos que proceden de las visitas. Es el segundo monumento en este orden.

 

La aportación más decisiva vino de monseñor Roncalli cuando se convirtió en Papa Juan XXIII. Conviene recordar que se le considera como el «Papa bueno», aquel que abrió la Iglesia a la comprensión de todos. El 7 de abril de 1960 otorgó al Valle la condición de basílica, concurriendo en ella los privilegios que se señalan en tales casos, y que sólo la más alta autoridad de la Iglesia puede definir. Además envió un pequeño trozo del Lignum Crucis, es decir el madero de la cruz de Cristo hallado por Santa Helena. Sería ocioso entrar ahora en divagaciones arqueológicas en torno a esta atribución. Lo que importa es señalar que se trata de un regalo desde la Fe. Al mismo tiempo otorgó una Indulgencia Plenaria que se lucra el Viernes Santo de cada año Adorando la Cruz. Para un ateo o agnóstico esto nada supone. Para un católico es un signo decisivo. Todo esto se encuentra exactamente documentado.

 

Desde entonces la basílica se ha convertido en un centro de peregrinación para los católicos, en una casa de oración en donde, como nos recuerda el actual abad en mensajes decisivos, cada día se elevan oraciones por los muertos que allí reposan y también por la concordia entre los españoles. Es el gran instrumento para la reconciliación que, según el sentir cristiano, sólo puede lograrse a la sombra de la Cruz que lo corona todo. Privar a la nación española de un vehículo espiritual de tales proporciones sería, sin duda, causar un daño irreparable. Basta tener en cuenta la asistencia en los días de la Semana Santa y en las grandes festividades religiosas. Todos los demás aspectos, memoria política o monumentalidad han pasado a un segundo plano tras esta dimensión que es esencial.

 

El lugar de honor ha sido asignado a José Antonio Primo de Rivera, que fue víctima pasiva de una guerra civil en la que no participó, como el propio Indalecio Prieto comentó, doliéndose de que no se hubiera dejado al gobierno de la Republica la opción de salvar su vida. No estaba previsto que fuera sepulcro de Franco. La decisión se tomó en los últimos días por el Gobierno entonces existente y fue el propio rey don Juan Carlos quien firmó la petición al Abad del Valle para que consintiera. Se le ha asignado un puesto principal, detrás del altar mayor.

 

La Historia se construye sobre una memoria que tiene siempre partidarios y detractores. Pero la actitud correcta consiste en respetar las cosas que se hicieron, guardando sobre todo el recuerdo fundamental a los muertos. Quienes tratan de perturbarla no sólo se equivocan sino que causan un gran daño, a veces irreparable.

 

Luis Suárez Fernández

Catedrático 

De la Real Academia de la Historia


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