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Actualizada: 23 de Febrero de 2.011.  

 
 
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A los 30 años del 23-F


Situación y malestar reinante en la Transición que desembocó en el 23-F.

Por Eduardo Palomar Baró.


 

Una gran y grave crisis en todos los terrenos estaba padeciendo España bajo el gobierno de la UCD, con constantes agresiones a los valores de la convivencia nacional, continuos y reiterados ataques a la unidad de España con manifestaciones tumultuosas, desprecio a los símbolos y a la enseña española, supresión por algunos entes autonómicos de las fiestas nacionales y muy particularmente la de la Hispanidad, y de conmemoraciones religiosas como la festividad de Todos los Santos.

 

Había un gran malestar de algunos mandos de las Fuerzas Armadas por la política de ascensos y castigos que había iniciado el Gobierno. A mediados de abril de 1979, Suárez había puesto a un hombre de su confianza, José Gabeiras, en el puesto de jefe del Estado Mayor del Ejército, en un irregular ascenso de general de división a teniente general, saltándose a los candidatos lógicos por antigüedad, uno de los cuales era precisamente Jaime Miláns del Bosch. Ya era la segunda afrenta, porque Miláns ya había sido trasladado, en octubre de 1977, de la División Acorazada Brunete, en Madrid, a la capitanía de la III Región Militar, con sede en Valencia. El general Luis Torres Rojas también había sido recientemente desplazado, éste a La Coruña, en enero de 1980, cuando mandaba la DAC Brunete, siendo sustituido por el general José Juste Fernández, impuesto por Gutiérrez Mellado. El general Alfonso Armada había sido enviado a Lérida después de que Suárez forzara su cese, en octubre de 1977, como secretario de la Casa Real. 

 

La forma como se legalizó el Partido Comunista de España (PCE) en un Sábado Santo (9 de abril de 1977) engañando Adolfo Suárez a los militares, a los que había prometido (dentro de su clásico “puedo prometer y prometo”) que mientras él fuese presidente del Gobierno, nunca legitimaría al partido comunista. La mayoría de los ministros, de vacaciones de Semana Santa, se enteraron por la radio de que el PCE ya era legal. El ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, presentó inmediatamente la dimisión, y otros cuatro amenazaron con hacerlo, aunque al final desistieron “por lealtad a la Corona”.

 

Se procedió a la amnistía de miembros de la banda terrorista ETA, con elogios por parte de los demócratas de toda la vida, hacia los etarras por su “lucha por la libertad y la democracia”.

 

Otro enorme desaguisado, que fue ‘tapado’ con el más absoluto mutismo, tuvo lugar en 1978 con unas Cortes no convocadas constituyentes y que estaban dedicadas a elaborar un proyecto de Constitución, lo cual constituía un auténtico golpe de Estado dado desde el poder. Una nación como España, que luchó en el mundo civilizado por la defensa de la religión católica y la difundió en un continente, le “adjudicaron” una Constitución atea o agnóstica, que prescindía por completo de Dios, y que se situaba de espaldas al Creador. Por el contrario, la constitución de Estados Unidos de América, un país considerado con un grado suficiente de pedigrí democrático, empieza así: “En el nombre de Dios Todopoderoso...”

 

El 5 de febrero de 1981, el Rey al iniciar su discurso en la Casa de Juntas de Guernica, fue interrumpido por los representantes de Herri Batasuna, cantando con el puño en alto el Eusko Gudariak (el himno del soldado vasco), hasta que los servicios de seguridad echaron a los de HB a empujones. 

 

Entre el 20 de noviembre de 1975, fecha del fallecimiento de S.E. el Generalísimo Franco, hasta el 23 de febrero de 1981, fecha del asalto al Congreso, se produjeron las siguientes escalofriantes cifras:

 

389 víctimas del terrorismo, con un recuento de 6 generales, 6 coroneles, 14 tenientes coroneles y comandantes, 10 suboficiales, 4 soldados, 79 guardias civiles, 42 policías nacionales, 20 funcionarios de policía, 15 policías municipales, 2 magistrados y 188 civiles.

Atentado a la cafetería California 47 de Madrid el 26 de mayo de 1979 y el del Hotel Coronas de Aragón de Zaragoza perpetrado el 12 de julio de 1979 con un siniestro saldo de 76 víctimas, que según el entonces secretario de Seguridad del Estado, Francisco Laína García, fue debido a un incendio en la churrería... Daba la casualidad que en el hotel se encontraba la viuda de Franco y familiares, que habían ido a la capital aragonesa para asistir a la ceremonia de la Jura de la Bandera de un nieto de doña Carmen Polo. 

 

ARRIBA    



 

En 1978, Suárez había alcanzado su mayor prestigio ante la Corona y la propia sociedad, como eficaz servidor de la transición hacia la “democracia”.

 

“El Rey estaba absolutamente deslumbrado". “Es un fenómeno, comentó un día en La Zarzuela. Mirad qué artículo segundo de la Constitución ha hecho para solucionar la grave cuestión de las autonomías y, al mismo tiempo, manteniendo la unidad de España”  

 

Pero, en ese momento, ya estaban dadas todas las condiciones para que esa ilusión acrisolada en el espíritu pragmático del Monarca empezara a desvanecerse. La política de nombramientos seguida por el vicepresidente del gobierno para asuntos de la defensa, Gutiérrez Mellado —saltando por encima del escalafón para designar al general Gabeiras como jefe del Estado Mayor y al general Ibáñez como director general de la Guardia Civil— encendió los descontentos y las protestas de los militares.

 

El general Atarés protagonizó un violento enfrentamiento con Gutiérrez Mellado, a quien insultó gravemente en un acuartelamiento de Cartagena, sin que tal acción mereciese la más leve condena moral o medida disciplinaria.  

 

ARRIBA     



En marzo y abril de 1979, Suárez intentó capitalizar el éxito del referéndum de la Constitución, convocando a elecciones generales y municipales. Pero los resultados en términos absolutos del escrutinio reprodujeron casi exactamente los de 1977. La diferencia en cuanto a la abstención en una y en otra (21% del censo en 1977 ; 32% en 1979) fue la consecuencia directa de la política de consenso anterior y reflejó el divorcio creciente con la política de los grandes partidos por parte de un amplio sector del electorado. UCD obtuvo de nuevo la mayoría relativa, pero esta vez su base electoral llegó sólo al 23% del censo, por tanto, careció de fuerza suficiente para gobernar en solitario. Los resultados de las municipales debilitaron aún más su posición. La gran mayoría de los municipios (y la práctica totalidad de las ciudades principales) dieron abrumadora mayoría a la izquierda (PCE y PSOE), al tiempo que la abstención superó el 40% del censo.

La intención de acabar con la anterior política de consenso y pasar a gobernar con un programa consecuente de derechas —“hay que dejarse de acuerdos y consenso, ahora hay que ponerse a gobernar”, declaró Arias Salgado tras las elecciones— tuvo muy corto alcance. Después de las municipales, la respuesta al nuevo gobierno de Suárez —mucho más derechista en su composición que el de 1978— fue la conclusión del pacto municipal PCE-PSOE. En mayo, durante el congreso del PSOE, Felipe González se vio obligado a dimitir ante el desbordamiento radical de los delegados. Todas las fuerzas políticas, desde Fraga hasta Carrillo, se echaron las manos a la cabeza exigiendo su retorno, al mismo tiempo que la oleada terrorista más intensa hasta ese momento, causaba 20 muertos y más de 100 heridos en una sola semana.

Por su parte, la patronal “Confederación Española de Organizaciones empresariales” (CEOE), hizo una crítica demoledora al programa económico del gobierno y le dio casi un ultimátum para que presentara un plan de acuerdo con la mayoría de la CEOE. Una nueva huelga general contra la represión paralizó el País Vasco, al tiempo que en Cataluña, Aragón, Castilla y País Vasco, manifestaciones de cientos de miles de personas exigían la autonomía.

ARRIBA    



 

Tres meses después de las elecciones, ante la creciente polarización entre las clases, la estabilidad política del país en un clima de normal juego parlamentario entre gobierno y oposición, se tornaba cada vez más difícil, con tendencia clara hacia una situación de ingobernabilidad explosiva. Ante semejante situación, Carrillo volvió a plantear un “gobierno de concentración nacional”, con un consenso aún mayor que el de la etapa anterior. Por su parte, Felipe González ofreció sus servicios en caso de que se produjera “una situación de emergencia”.

 

En las FF.AA., los síntomas de insubordinación militar empezaron a ser cada vez más notorios y no desaparecerán de la escena política nacional hasta su desenlace el 23F.

 

La consecuencia inmediata de esta situación fue el consenso entre las dos principales fuerzas parlamentarias centristas, UCD y PSOE, a fin de imponer “democráticamente” en la Cortes las principales leyes de desarrollo de la Constitución (Ley del Tribunal Constitucional, estatuto de Radio Televisión Española, acuerdo marco entre la patronal CEOE y el sindicato socialista UGT, estatutos de autonomía del País Vasco y Cataluña, Estatuto de los Trabajadores, Ley de Seguridad Ciudadana, Estatuto de Centros, Ley de Autonomía Universitaria, etc.

 

Sin embargo, la repulsa y protesta popular contra toda esta política se fue agudizando a lo largo del otoño y el invierno de 1979. Cientos de miles de trabajadores se movilizaron contra los topes salariales y el Estatuto de los Trabajadores pactado entre la patronal y el sindicato socialista.

 

Las universidades e institutos despertaron de su letargo y se movilizaron contra las leyes del gobierno en el terreno de la enseñanza. En diciembre, más de dos millones y medio de trabajadores, estudiantes, etc. participaron en el movimiento huelguístico. La lucha obrera y popular no había alcanzado un grado de contestación semejante desde principios de 1976. Arrastrados por ese movimiento de masas de magnitud, los propios dirigentes del PCE hablaban de preparar una huelga general, aunque finalmente se echaron atrás, demostrando que el Estado burgués y sus prebendas gravitaban más que la presión de las masas sobre su comportamiento político.

 

El divorcio entre la política oficial y la calle era ya enorme y no dejaba de aumentar. 

 

ARRIBA     



 

A lo largo de 1979 se produjeron acontecimientos que irían a provocar un giro importante en la situación mundial. En enero, fue derrocado el emperador de Irán, Reza Phalevi, instaurándose la República Islámica. En agosto triunfó el movimiento sandinista en Nicaragua. En noviembre, los llamados “Guardianes de la revolución” asaltaron la embajada norteamericana en Teherán tomando un número indeterminado de rehenes. Poco después, las tropas soviéticas ocuparon Afganistán para responder al asedio norteamericano —a instancias de su aliado paquistaní— sobre el eslabón más débil de la URSS en Asia. La CIA, en connivencia con los sátrapas islámicos en esa región, pusieron en quiebra la política exterior de distensión del presidente norteamericano Jimmy Carter, quien descendió al nivel más bajo de popularidad en toda la historia presidencial de ese país, obligándole a un mayor endurecimiento en sus relaciones con el “bloque comunista”, y a una política de “ley y orden” en sus propios dominios internacionales, de confrontación con la otra superpotencia y de rearme.

 

Este giro de la política internacional alteró profundamente la situación interna de España, cuyo gobierno de “consenso” bajo la presidencia de Suárez, venía de tomar una serie de iniciativas que le cogieron a contrapié. Justamente a lo largo de 1978 y 1979, Suárez había congelado la decisión de integrar a España en la OTAN ­cuestión que no pudo ser consensuada con la izquierda­, cuya militancia, además, acusaba la acción de los movimientos antiimperialistas en la escena internacional, demandando de su gobierno una mayor dimensión iberoamericana y africana de la política exterior española.

 

En septiembre de 1978, Suárez había viajado a Cuba para invitar a Fidel Castro a visitar España. Fue el primer presidente en tomar semejante iniciativa. Un año después, Yaser Arafat fue recibido en Madrid con honores de Jefe de Estado, siendo España el primer país europeo en dar ese paso. Finalmente, el gobierno envió un observador a la Cumbre de Países No Alineados realizada en La Habana, gesto diplomático insólito en un país tradicionalmente aliado de los EE.UU.

 

El rumbo de la política interior y exterior de España, marchaba, pues, a contrapelo de las exigencias norteamericanas derivadas de la nueva situación en ese país y en el mundo. Lo que deseaba Washington era una España “segura” y estable y dentro de la OTAN.

 

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  Desestabilización del gobierno.

 

Pero Suárez, hipotecado al consenso con la izquierda burguesa del PCE en aras de la estabilidad política del Estado a instancias de su relativa capacidad de control del movimiento de masas, estaba cada vez menos en condiciones de cumplir con las exigencias norteamericanas. Esas nuevas exigencias de Washington, al mismo tiempo que las crecientes disidencias con sus socios democristianos y liberales al interior de UCD, fueron las que contribuyeron decisivamente a convulsionar y desestabilizar su gobierno, acabando por erosionar su propio prestigio político personal, no sólo de cara a la banca y los medios de comunicación que le habían catapultado, sino a la propia volubilidad pragmática del Monarca.

 

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), comenzó a desmarcarse de la política de consenso con el Gobierno, iniciando su viaje al centro para fagocitarse el cadáver de la UCD y ocupar su puesto. Por de pronto, sintiendo la necesidad de ganarse la confianza de la banca, de los Estados Unidos y del Monarca, en el congreso de mayo del 79 lastró el marxismo: “Hay que ser socialista antes que marxista”, dijo Felipe González en una de sus sesiones a los delegados. El partido se negó a seguirlo y él renunció tácticamente a modo de presión como diciendo: “yo o el caos”. Y así, en septiembre volvió reforzado.

 

Con la llegada del republicano Ronald Reagan a la Casa Blanca dio un nuevo impulso a los preparativos involucionistas en curso desde varios meses atrás. A poco de haber tomado posesión de su cargo, el nuevo secretario de Estado, Alexander Haigh, declaró públicamente que: “España debe fijar de inmediato un calendario para su integración en la OTAN. El golpe militar en septiembre contra el gobierno turco de Süleymán Demirel, fue una premonición y un aviso. Un informe del coronel Quintero (agregado militar español en Ankara) donde se valoraba positivamente el golpe, circuló profusamente entre la oficialidad y recibió favorables comentarios. En el País Vasco, durante los primeros días de noviembre, ETA cometió atentados resultando muertos once dirigentes de UCD, entre militares y guardias civiles.

 

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  Contratiempo electoral de la UCD.

 

A principios de diciembre, la UCD sufrió un descalabro electoral aún mayor que los anteriores con la elección de solo dos senadores por Almería y uno por Sevilla. Aunque fue una elección sin trascendencia en sí misma, la importancia está en que la UCD quiso convertirla en un test de fuerza electoral.

 

Esta situación aceleró la ejecución del plan —conocido ya por Suárez— urdido por el conjunto de la oposición, parte de UCD y el sector monárquico del ejército liderado por los generales Miláns del Bosch y Armada, todos en connivencia con el Rey, consistente en la presentación de una moción de censura contra Suárez para obligarle a dimitir, dejando expedito el camino legal para el nombramiento de un nuevo gobierno “de concentración” cívico-militar, presidido por el propio Armada, único modo de detener la dinámica del golpe “duro” en preparación, contra los partidos políticos, las instituciones “democráticas” y la Corona.

 

Pero lo que sucedió fue que Suárez se adelantó presentando su renuncia irrevocable publicada el 29 de enero de 1981, proponiendo como sucesor a Leopoldo Calvo Sotelo, quien, hasta ese momento, desempeñaba la función de vicepresidente segundo de Asuntos Económicos.

 

De este modo, si los conspiradores decidían seguir adelante con sus propósitos, se pondrían fuera de la legalidad “democrática”. Y esto es lo que, de hecho, se llegó a consumar cuando Tejero irrumpió en la sala de sesiones del Congreso, hasta que Tejero descubrió que había sido engañado y utilizado por sus superiores operativos —quienes hasta último momento subestimaron su propia determinación política ocultándole la verdadera finalidad del golpe—, y decidió abortarlo tratando por unas horas de imprimirle su sesgo personal más duro.

 

El nuevo giro de la situación mundial, fue un factor de primera magnitud en el deterioro del esquema político de Suárez. La dificultad estaba en que, al mismo tiempo que iban cristalizando las amenazas latentes de involución política por parte de los sectores del franquismo residual, ninguna de las fuerzas políticas de la oposición ‘democrática’ mostraban la solvencia necesaria para asumir la alternativa de gobierno.

 

Dado que la izquierda burguesa le había dado suficientes garantías de moderación y responsabilidad de Estado como para convencerle de que las únicas amenazas a la institución monárquica sólo podían provenir del falangismo residual y altos mandos de las FF.AA., con toda la impunidad para conspirar que le confería el artículo 56 de la Constitución —y que nadie cuestionó jamás—, el Rey no dejó de espolear secretamente a Suárez para que siguiera galopando con el caballo de las reformas políticas de izquierda burguesa (legalización del PCE, renuncia a entrar en la OTAN) y el saneamiento en el aparato político y militar del franquismo, al que había jurado fidelidad pero que ahora le resultaba un estorbo de cara a la proyección europea del Estado español y, por tanto, de su Casa real.

 

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Adolfo Suárez, impulsado por el propio Rey a imprimir ritmo a las reformas, aunque asumiendo él toda la responsabilidad, se había convertido en el enemigo número uno del Ejército. Era como  el juego del policía bueno y el policía malo. Primero Suárez actuaba de malo y, luego, los militares se pasaban por La Zarzuela a quejarse al Rey, que era el bueno. El 28 de noviembre de 1979 fue recibido Miláns del Bosch en audiencia privada y, poco después, acudiría también a Palacio una amplia representación de la División Acorazada, presidida por el general Torres Rojas. Lo que más enojados les tenía era la política de depuración del Gobierno, que había enviado a destinos alejados fuera de los centros de poder a los más adeptos al antiguo Régimen, para poner a otros nuevos e ir lavándole la cara a las Fuerzas Armadas. Y, por supuesto, el tema de las autonomías, con aquel famoso “café para todos”, que veían como un desmembramiento de facto de la sagrada unidad de la patria (“Un Rey golpe a golpe” de Patricia Sverlo).

Una vez planteado el conflicto y el consecuente desgaste irreversible del Presidente —con sus decisiones ya sobre el terreno firme de los actos políticos consumados—, el Rey pasó a actuar, en primera instancia, como mediador y “árbitro” interesado entre Suárez y todos los que conspiraban contra él, pero luego fue sumando subrepticiamente su propio peso político fáctico a la carga de otros poderes que ya recaía sobre la cara en que el falso dado ganador de esa disputa debía detenerse para beneficio mutuo, siempre al amparo de lo previsto en el mismo artículo 56, 1 de la Constitución, que le relevaba de cualquier responsabilidad política o penal ante lo que hiciera o dejara de hacer, de modo que, así, todo quedaba “atado y bien atado”.

 

Juan Carlos escuchaba a Felipe, a Fraga, a Armada, a Miláns... metido en su papel de “árbitro” de España, para mediar entre ellos y el presidente. Y acabó con un pequeño impulso que le dieron desde el exterior (como en prácticamente todas sus decisiones políticas importantes), inclinando la balanza a favor de los primeros. Juntos empezaron a elucubrar posibles salidas al problema, a hacer planes que acabarían cuajando el 23 de febrero de 1981. Suárez solía decir en privado: “El Rey a mí no me borbonea”.

 

Pero Suárez ya había aprendido la lección, estando entonces Torcuato Fernández Miranda donde ahora estaba él, cuando fue “despachado” por el Rey una vez “acabada su misión”. Suárez se apercibió de que el monarca le haría objeto a él de la misma jugada, cuando el 22 de enero le propuso nombrar al General Armada segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército (el cargo ideal para pasar a desempeñarse como presidente del ya pactado gobierno de “concentración), a lo cual Suárez, como ya hemos mencionado, se negó, presentando cuatro días después su renuncia indeclinable, con lo cual hizo recaer el duro coste político del golpe “blando” sobre sus conspiradores, como así parece haber sido.

 

ARRIBA     



 

Hasta llegar a esa situación, los síntomas de descomposición y disgregación de la UCD, se fueron haciendo más evidentes conforme avanzaba 1980.

 

El 28 de febrero, la UCD sufrió su primer gran descalabro político en el referéndum autonómico andaluz. En abril, las elecciones autonómicas en el País Vasco y Cataluña significaron una auténtica debacle para la UCD y enormes pérdidas electorales para el PSOE y el PCE, los tres pilares básicos del esquema político del consenso en que se sostenía el gobierno de Suárez.

 

Estos resultados dieron pábulo a una verdadera espantada de UCD. Los “varones” de ese partido empezaron a perfilar su futuro político, unos con vistas a integrarse en la Alianza Popular de Fraga, otros en el PSOE. En mayo, Francisco Fernández Ordóñez, Joaquín Garrigues Walker y Landelino Lavilla, decidieron conspirar contra Suárez apoyando una moción de censura —presentada por el PSOE— que no prosperó.

 

Los medios de expresión de la derecha empezaron a poblarse de críticas ante la situación de «vacío de poder» que se estaba creando. Los rumores sobre reuniones conspirativas en la cúpula militar y en círculos de poder fáctico se extendieron. A la vez que aparecían públicamente opiniones y movimientos en torno a un posible “gobierno de concentración”, una salida a la crisis extraconstitucional presidida por un militar que recondujera el proceso. Los nombres de Osorio y otros viejos franquistas vuelvan a sonar como posibles ministros de ese gobierno. Incluso el PSOE a través de Enrique Múgica y sus contactos con altos mandos militares, apareció implicado en estas maniobras. En junio, el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, declaró que España debía integrarse en la OTAN antes de 1983, por lo cual fue inmediatamente cesado, pero este episodio de indisciplina partidaria demostraba el calibre de las fisuras en el seno del gobierno y de la UCD.

 

Desde el verano de 1980 hasta finales de ese año, todos los factores de crisis se fueron agudizando al extremo. El desastroso panorama económico, donde la política gubernamental fracasaba, el aumento exponencial del terrorismo y la delincuencia, la ley de Divorcio, el proyecto de ley de amnistía para los militares “progresistas” de la UMD (Unión Militar Democrática), la retirada del PNV de las Cortes, el enfrentamiento abierto entre el gobierno central y el autonómico catalán y, en fin, la sensación de desgobierno, de “vacío de poder”, dejaban sin sustento la política de Suárez.

 

Entre julio y septiembre de 1980, se pusieron en marcha varias conspiraciones civiles que buscaron conseguir el apoyo de unos y otros generales, con el fin de desplazar más o menos discretamente al gobierno legalmente constituido de la UCD, para poner en su lugar a un “equipo consensuado” entre unos u otros grupos de civiles y unos u otros grupos de militares. Se tiene constancia de que ya en el mes de julio de 1980, se reunieron el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, Pedro Más —ayudante de campo del General Miláns del Bosch- y el civil Juan García Carrés, para comenzar a planificar el operativo con la finalidad de tomar las Cortes. En esas conspiraciones para desencadenar un golpe de Estado encubierto —blando o duro— parece que estuvieron implicados, además del Rey, no sólo significados personajes de la derecha civilizada, sino que, a estas alturas, se habían incorporado destacados representantes de la izquierda burguesa: PSOE y PCE. Así lo explica Sergio Vilar en: “La década sorprendente”:

 

“Todo ello quería llevarse a cabo, al menos por parte de los socialistas, guardando algunas formas constitucionales; es decir, derribando al gobierno de UCD mediante un voto de censura, para formar, a continuación, un “gobierno fuerte” presidido por un general, o lo que Carrillo decía: “un gobierno de concentración” [...] La primera denuncia pública que Suárez hizo de esos proyectos, la pronunció ante los periodistas que le acompañaban en su viaje a Lima el mes de julio de 1980: “Conozco la iniciativa del PSOE de querer colocar en la presidencia del gobierno a un militar. ¡Es descabellado!”

Sergio Vilar sigue anotando que, en los meses siguientes hubo diversas y sugestivas declaraciones —nunca desmentidas— más o menos alusivas a esos planes. Joan Raventós Carner, primer secretario del “Partit dels Socialistes de Catalunya-PSOE” (PSC-PSOE), confesó sus deseos de acabar con el gobierno de Suárez de la manera que fuese y “aunque el gobierno que vaya a sustituirle sea más de derechas”. Por su parte, Ramón Tamames, por entonces uno de los máximos jerarcas del PC, fue más explícito y directo al pedir que un militar presidiera el futuro gobierno.

 

El 22 de octubre de 1980, en Lérida, tuvo lugar el famoso almuerzo-entrevista del general Alfonso Armada con Enrique Múgica Herzog y Joan Raventós Carner  en casa del alcalde ­socialista­ de esa ciudad, Antonio Ciurana. Unos y otros miembros del PSOE (sobre todo Múgica) redactaron informes de esta entrevista para entregárselos a Felipe González. No se ha aclarado todavía con detalle el contenido de tales informes, aunque todos ellos coincidieron en la formación de un gobierno de coalición al margen de cualquier consulta a los ciudadanos. Idéntico propósito se observaba en los movimientos de la derecha “democrática” De esa manera lo revelaba una conversación que el dirigente democristiano Fernando Álvarez de Miranda mantuvo en diciembre de 1980 con Adolfo Suárez, así como las declaraciones de un periodista atribuyendo a Alfonso Guerra la propuesta igualmente sediciosa de su partido días antes del 23-F:

 

“Le reiteré, finalmente, que en mi opinión la situación estaba muy mal; que se habían encendido hacía tiempo las señales de alerta para la democracia y que, no teniendo la mayoría absoluta en el Parlamento, debía buscarse la coalición con el partido de la oposición. Me miró con tristeza diciendo: 

“Sí, ya sé que todos quieren mi cabeza y ése es el mensaje que mandan hasta los socialistas: un gobierno de coalición presidido por un militar: el general Armada. No aceptaré ese tipo de presiones, aunque tenga que salir de la Moncloa en un ataúd”, sentenció Suárez. 

 

Mi cara —­sigue diciendo Álvarez de Miranda—­ reflejó de tal manera la sorpresa, que no tuve que insistir en que no era ésa mi propuesta. Más de un año después de imprimir las anteriores líneas, nadie ha desmentido su contenido; como tampoco se han negado estas otras que firma el periodista Antxon Sarasqueta: 

 

“El nacionalista vasco Marcos Vizcaya me llegaría a confesar meses después que, veinte días antes del 23-F, Alfonso Guerra le llamó por teléfono para interrogarle sobre la disposición de su partido a participar en un gabinete de concentración presidido por un militar” 

 

Estas consultas de Guerra, así como algunos comentarios que Felipe González hizo en público [...], prueban que la participación en la conspiración militar era una actividad que se desarrollaba desde las máximas alturas del PSOE y por tanto desresponsabiliza en parte el papel que en ello jugaron otros socialistas, como Múgica, Raventós o Ciurana. El diputado comunista Jordi Solé Tura también tuvo relaciones con el general Armada, y, al parecer, en el gobierno que éste “había de formar”, el representante del PCE-PSUC iba a asumir la cartera del Ministerio de Trabajo”

ARRIBA    



 

Por estas mismas fechas, en diciembre de 1980, pudo comprobarse que el General Armada —todavía destinado en la comandancia militar de Lérida— se entrevistó con el Rey como mínimo tres veces. El 18 de diciembre de 1980, cuando fue de vacaciones a Madrid, lo visitó en La Zarzuela y  el 3 de enero de 1981 en Baqueira.

 

El 24 de diciembre, el Rey lanzó aquél mensaje navideño lleno de ideas sugerentes, por primera vez sin la familia delante de las cámaras, sentado ante su mesa de trabajo: 

 

La Monarquía, que en mí se encarna [...] impulsora de una acción de todos para todos”

Dirigiéndose a los políticos, dijo: 

 

“Consideremos la política como un medio para conseguir un fin y no como un fin en sí mismo. Esforcémonos en proteger y consolidar lo esencial si no queremos exponernos a quedarnos sin base ni ocasión para ejercer lo accesorio”. 

Y al pueblo en general: 

 

“No podemos desaprovechar,  con inútiles vaivenes, compromisos y disputas, esta voluntad de transformar y estabilizar España...”.

Dos días después de la entrevista que había concertado con Armada, debido a la cual, el general hubo de adelantar el final de las vacaciones, el rey pronunció otro discurso. Esta vez, el de Pascua, dirigido a los militares, que acababa así: 

 

Yo tengo la certeza de que, si permanecemos unidos, entregados a vuestra profesión, respetuosos con las normas constitucionales en las que se basa nuestro Estado de derecho, con fe y confianza en los mandos y en vuestro Jefe Supremo, y alentados siempre por la esperanza y la ilusión, conseguiremos juntos superar las dificultades inherentes a todo período de transición y alcanzar esa España mejor, en la que ciframos nuestra felicidad”.

ARRIBA    



 

El domingo, 22 de febrero, el comandante Pardo Zancada, de la División Acorazada de Madrid se entrevistó en Valencia con el capitán general Miláns del Bosch, quien le dijo que "el lunes 23 se produciría en Madrid un hecho de extraordinaria gravedad ante lo cual no había más remedio que garantizar el orden y la seguridad de la I Región (Madrid), y que la III (Valencia) ya estaba preparada”.

A las 8 de la mañana del lunes 23, oficiales del Estado Mayor de la III Región ultimaban los planes “como estaba previsto de antemano por Miláns del Bosch”. A las 4 de la tarde, el general Torres Rojas, gobernador militar de La Coruña, aparecía en el recinto de la División Acorazada de Madrid y convocaba con la mayor facilidad a “los jefes del Cuartel General y al Estado Mayor de la misma”. En la I Comandancia Móvil de la Guardia Civil, en Valdemoro (Madrid), se repartieron fusiles entre guardias seleccionados tres horas antes para ocupar el Congreso de los Diputados.

Con estos antecedentes, es difícil de concebir que el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) y la Junta de Jefes del Estado Mayor (JUJEM), los Estados Mayores del Ejército y de la Guardia Civil, dejaran de percibir los preparativos, hasta el punto de que, a las 18:25  la totalidad de los ministros se vieran sorprendidos en el Congreso por la irrupción de Tejero y sus hombres.

 

El 25 de enero, vísperas de la dimisión de Suárez, el presidente de la patronal catalana, Alfredo Molins, lanzaba un duro ataque al Gobierno:

“Este Gobierno no se comporta como nosotros creemos que debería comportarse [...] es necesario un Gobierno que gobierne y que gobierne con autoridad”. Quince días antes del golpe, en medios empresariales catalanes ya se hablaba de un Gobierno de concentración que sería presidido por el general Armada.

 

El 19 de enero, el coronel Ibáñez, del Estado Mayor de Miláns del Bosch, visitó a Armada en Lérida "para comunicarle el resultado de una entrevista, en la que se había decidido el aplazamiento del asalto al Congreso. Armada informó de su próximo nombramiento como segundo jefe del Estado Mayor del Ejército".

 

Adolfo Suárez dimitió el 26 de enero de 1981 y su renuncia recién se publicó el día 29. De inmediato, el general Armada fue nombrado segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército. Catorce días después se reorganizaba la estructura de mandos del Ejército de Tierra. Se centralizó la dependencia de la estructura de fuerza —capitanías generales— y de las unidades de la Reserva General en la persona del jefe del Estado Mayor, y ponía al frente del Estado Mayor General y Especial del Ejército, al general Armada. Hay que recordar, que el 29 de octubre de 1977, tras el triunfo de UCD en las elecciones generales celebradas ese mismo mes, Adolfo Suárez pidió al Rey que cesara a Armada de su puesto de secretario general de la Casa Real, para mantenerlo lejos de Madrid. Ahora, el mismo Monarca, hacía caer a Suárez para que subiera Armada.

 

Al día siguiente de hacerse pública la dimisión de Suárez, 30 de enero, el extinto periodista Emilio Romero publicó en el periódico monárquico “ABC” un artículo en el que ya se hablaba expresamente de “la solución Armada”. El 3 de febrero, el Rey telefoneó al ex secretario de su “Casa”, Armada, para confirmarle como candidato sustituto de Suárez y darle la enhorabuena desde el aeropuerto de Barajas, a la espera de que se abriera el de Vitoria para iniciar su primer viaje al País Vasco.

 

El 6 de febrero de 1981, los reyes estaban en Baqueira para descansar tras los incidentes ocurridos en la Casa de Juntas de Guernica, y se citaron con Armada para cenar en un restaurante de Artíes. La cena debió suspenderse ante la noticia de que la madre de la reina estaba muy grave. Sofía se trasladó rápidamente a Madrid, pero la entrevista no podía posponerse, y el Rey se quedó conversando con Armada hasta las tres de la madrugada.

 

Tras la celebración del II Congreso de UCD, el día 10 de febrero de 1981, el Rey finalmente propuso a Calvo Sotelo en las Cortes como su candidato a presidente del Gobierno: Cuando éste pasó por La Zarzuela al día siguiente, para los oficios religiosos ortodoxos en memoria de la madre de la reina [...] tuvieron ocasión de hablar brevemente en un aparte. El rey le dijo que le interesaba mucho verlo, y lo citó para el día 13 a las 10,30. Llamó a Sabino para que lo apuntara en el libro de visitas, y Sabino le advirtió de que no había horas libres, pero el rey insistió en el hecho de que retrasara la hora a quien hiciera falta. Ninguno de los dos ha revelado nunca el contenido de la conversación que mantuvieron en aquella cita extraordinaria. Más tarde, el 23 de marzo de 1981, Alfonso Armada solicitó permiso por escrito a Juan Carlos, para darla a conocer como prueba que le favoreciera en su juicio. Pero no se lo autorizaron y Armada cumplió la orden al pie de la letra.

 

El 17, hubo otro contacto del Rey con Armada, durante un  acto en la Escuela Superior del Ejército. El día 18 Ibáñez concertó telefónicamente con Tejero la fecha definitiva de la “Operación Congreso”: El comandante José Luis Cortina, jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del CESID, se reunió el día 21 por la noche con Antonio Tejero, Alfonso Armada y Vicente Gómez Iglesias, su mano derecha en el CESID.

 

“Fue en esta reunión que Armada se descubrió personalmente delante de Tejero como jefe de la operación. Cortina le indicó al guardia civil que los socialistas no darían nada de guerra, que aceptarían lo que les propusiera, que también veían la necesidad de un golpe de timón. Se le explicó, al parecer, no demasiado bien, que su operación en el Congreso se tendría que reconducir hacia el objetivo político de Armada. Según la declaración que hizo en el juicio, a Tejero en aquél momento le dieron a entender que el nuevo gobierno sería sólo de militares, y que el verdadero jefe era el Rey, que lo apoyaba totalmente. Armada, en concreto, le explicó: 

 

“La monarquía necesita robustecerse, por ello, Su Majestad me ha encargado esta operación. Matizó, además, que la Corona y la Democracia  seguirían incólumes, aunque ya hay preparados varios decretos que entrarán en vigor”. 

 

También le revelaron que tanto el Vaticano como el gobierno norteamericano habían sido sondeados y que, la Administración Reagan, les había prometido ayuda”.

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De acuerdo con la denominada “Operación Jaula”, a las 16:20 el teniente Suárez Alonso, del Servicio de Información de la Guardia Civil, cerró las principales calles de acceso al Congreso con una certera e invisible maniobra. Veinte guardias civiles de paisano a bordo de cinco coches camuflados crearon un cordón de seguridad con la excusa de que vigilaban una red de comercios de coches de importación ilegales en los aparcamientos de la zona. Si fuera preciso, las patrullas, estratégicamente colocadas, facilitarían la entrada de Tejero y sus guardias en el edificio de la Carrera de San Jerónimo.

 

A las 18:00 Tejero iba con sus hombres en dirección de la Carrera de San Jerónimo, sede del Congreso de los diputados, a bordo de los seis autobuses comprados días antes por su mujer. Veintidós minutos después, el contingente armado hacía irrupción en el hemiciclo donde se estaba decidiendo la investidura presidencial de Leopoldo Calvo Sotelo. Tal como se confirmaría después, Tejero había participado creyendo que se trataba de implantar un gobierno puramente militar para salvar a la Patria y la Corona.

 

Una vez Armada en el Cuartel General del Ejército, informó a su inmediato superior, el general Gabeiras, de que el Ejército estaba dividido y no se veía más solución que la de formar un gobierno presidido por él (Armada).

 

Alfonso Armada no entró directamente en el Congreso, sino que lo hizo en el “Hotel Palace”, convertido en puesto de mando de los generales que comandaban los cuerpos militarizados. A las 23:40 expuso a José Luis Aramburu Topete y a José Sáenz de Santamaría la oferta que iba a hacer a Tejero, de un gobierno de transición presidido por él. Recibió la aprobación y encaminó sus pasos cruzando la Carrera de San Jerónimo hacia el Congreso.

 

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A Tejero, que se le confió la misión de ocupar el Congreso y retener al Gobierno y a los diputados, no conocía el desarrollo planificado para después, ya que le habían dicho que el nuevo “gobierno sería sólo de militares”. Nada más.

 

Antonio Tejero,  que tenía su confianza puesta en Miláns del Bosch, sabía que su misión duraba “hasta que llegase una autoridad militar que pronunciase la consigna: “Duque de Ahumada”, preguntó a Armada “si el general Miláns formaría parte del Gobierno. Armada le contestó que ni Miláns del Bosch ni ningún militar estarían en el Gobierno y que solamente él que sería el presidente. Tejero pidió explicaciones a Armada, quien le dijo que en el gobierno estarían Felipe González, Múgica Herzog, Solé Turá y otro representante de UCD. Desengañado, Tejero terminó el diálogo con Armada y ordenó a dos guardias civiles que le condujesen a la salida y que no entrara sin su permiso.

 

A su salida del Congreso, a la 01:20, Armada se trasladó directamente al “Hotel Palace” para comentar lo que había pasado, y, de allí, al Ministerio del Interior, donde le esperaba una comisión de Secretarios de Estado y subsecretarios..

 

A la 1:23 se emitió el mensaje del Rey por televisión. Siete horas tardó Juan Carlos en ejercer públicamente el mando supremo de las FF.AA. para controlar la situación. 

 

Armada habló con la Casa Real, después que el discurso del Monarca fuera visto por millones de españoles que habían estado pendientes de los medios de comunicación.

 

Sin embargo, el desenlace de la situación todavía no había dado todo de sí. A las dos de la mañana el comandante Ricardo Pardo Zancada partió de la División Acorazada Brunete hacia las Cortes, al mando de una columna de 113 efectivos en apoyo de Tejero, y nadie interceptó su marcha entrando en el Congreso sin encontrar resistencia. Mas tarde llegó el capitán de Navío Camilo Menéndez Tolosa con igual propósito y tampoco tuvo dificultades para entrar. 

 

Jaime Miláns del Bosch a las 2:30 del martes 24 —ocho horas después de que Tejero ocupara el Congreso- y al manifestarle el propio Rey por teléfono y telex que no aceptaba la formación de un Gabinete Militar, retiró los tanques de las calles de Valencia, pero no levantaba el Bando militar. El Rey le había dicho: “Juro, que no abdicaré la Corona ni abandonaré España. Quien se subleve está dispuesto a provocar una guerra civil”.

 

Miláns consultó a otros capitanes generales y entre las 04:00 y las 05:00 de la madrugada, comprendió que no le secundaban ya ni sus propios oficiales. A las 05:00 retiró el Bando y renunció a seguir.

 

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A las 11:00 horas del martes 24 de febrero de 1981, el director general de la Guardia Civil comunica que el teniente Coronel Antonio Tejero está dispuesto a entregarse bajo condiciones, pero que éstas sólo las comunicará al general Armada. La Junta decide que el general Armada entre de nuevo en el Palacio del Congreso para recibir las condiciones del teniente coronel ocupante.

 

El general Armada informa al PREJUJEM de las condiciones que exige Tejero para deponer su actitud. La Junta las considera aceptables y así lo manifiesta a S.M. el Rey, que también las admite.

 

Se encargó de redactar las condiciones de Tejero el coronel de Infantería Eduardo Fuentes Gómez de Salazar, el cual en una hoja en blanco con el membrete de las Cortes, escribió:

 

“Condiciones

 

-Salir la columna de la DAC los últimos y por la zona donde apuntan los vehículos (no S. Jerónimo).

-En columna motorizada y se entregará en El Pardo.

-No responsabilidades de teniente para abajo. Lo último Suboficial.

-Ningún fotógrafo. Itinerario despejado y dos motoristas conduciendo.

 

Tcol. Tejero

 

-Quiere que venga el Gral. Armada.

-Suboficiales y Guardias sin responsabilidad”.

Fuentes Gómez de Salazar se dirigió al general Armada, diciéndole que el teniente coronel Tejero estaba prácticamente de acuerdo con el comandante Pardo Zancada en las condiciones para salir. Le exhibió el papel timbrado, que Armada recogió de las manos de Fuentes y le manifestó que iba a estudiar y consultar las condiciones escritas. Al cabo de un largo espacio de tiempo, unto con el general Aramburu, regresó Armada, sacando la nota manuscrita por Fuentes de un bolsillo, la mostró a Pardo e inmediatamente Armada la firmó apoyándose sobre el capó de un ‘Land Rover’. De ahí que la hoja en la que se apuntaron las condiciones solicitadas para desalojar el Congreso de los Diputados se haya llamado “El pacto del capó”.

 

A las 14,30 , el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Gabeiras, telefoneó a Miláns del Bosch y le ordenó que acudiera inmediatamente a Madrid. A las siete en punto de la tarde, Miláns entró en el Ministerio de Defensa donde fue detenido inmediatamente. Aquella misma tarde la Junta de Defensa, reunida en La Zarzuela, con Adolfo Suárez todavía de presidente en funciones, ordenaba a Gabeiras que también arrestara a Armada. Gabeiras giró la cabeza hacia el rey, entre sorprendido y alarmado, e hizo exclamar a Suárez: 

 

¡No mire al rey, míreme a mi!


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