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Actualizada: 26 de Enero de 2.006.  

 
 
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A los 67 años de la Liberación de Barcelona.

Eduardo Palomar Baró.


El número 23.357 correspondiente al miércoles 25 de enero de 1939 de La Vanguardia que se apostrofaba ‘Diario al servicio de la democracia’, en su portada y con grandes titulares se podía leer: El Llobregat puede ser el Manzanares de Barcelona. Y debajo, con caracteres más reducidos, le seguían los siguientes titulares: La Batalla de Cataluña. ‘Las tropas españolas contienen con heroísmo los intensísimos ataques de las divisiones italofacciosas’. ‘La aviación extranjera persiste en sus ataques contra las poblaciones civiles de las zonas catalanas’.

 A continuación venía publicado el artículo:

“El enemigo tiene prisa, pero España no”

«El Ejército de la República se dispone a defender Barcelona, a cerrarle el camino a los invasores. Europa contempla el espectáculo y se prepara a ver reproducida la gesta de Madrid. No seríamos sinceros si no manifestásemos la certidumbre de que la consciencia de la urbe catalana mide exactamente el momento y rebusca en su ser las viejas y fuertes esencias que le dieron fama.

Barcelona bajo el fuero militar será -tiene que serlo- como Madrid, una fortaleza inexpugnable, un venero de independencia. Su martirio ha de ser sublimado por su valor. Los invasores vienen a acabar con su gloria, con sus libertades, con su linaje civil. Cada catalán ha de mirar la tragedia de su vida de hombre libre, y ha de reaccionar, con fe. Nada es imposible. Pero el salvar a Barcelona sobre no ser imposible, es hacedero, y el Mando militar está tranquilo a este respecto. Su solicitación se dirige al auxilio de la ciudadanía. Al trabajo en las fortificaciones. Al aliento vivo. A la canción febril. A todo lo que constituía la lírica y la moral de Madrid en los días duros que pasó, tan duros que no pueden ser peores los de ninguna otra ciudad.

Triunfó en Madrid el deber. El amor entrañable a la libertad y al genio del pueblo. Triunfó, en definitiva, lo que no puede morir, ni morirá, aunque se constituyan masas agresoras tan eficientes como las que actualmente destrozan nuestra Patria.

El Gobierno trabaja en la preparación de los recursos que han de salirle al paso adversamente a las ilusiones y a la soberbia de los invasores. No estamos solos en el mundo, ni mucho menos. Ahora se va comprendiendo la magnitud ideal de nuestra gesta y el servicio inmenso que se ha hecho a la civilización y a la democracia con nuestra resistencia. Conforme aprieten los invasores sus medios de conquista, se insinúa más fuertemente el destino de otras naciones que figuran en la lista negra de los déspotas modernos.

Ningún pueblo, que ame verdaderamente la paz, puede ya asistir impasible a la destrucción de España. Pero antes de que fructifique netamente esta solidaridad, es preciso que realicemos un esfuerzo supremo. Hay que parar a los invasores. Hay que establecer una línea de hierro. Así haremos honor a todos los que han caído por el mismo designio y adelantaremos el ritmo de la ayuda internacional.

Nuestras palabras no afectan al cálculo del Gobierno sobre el resultado final de la guerra. Ese cálculo se mantiene invariable. No podemos perder la guerra, porque eso sería perder las democracias su mejor bastión, su aliento más ardiente. Esta idea está relacionada directamente con la prisa del enemigo. El enemigo quiere acabar antes de que maduren las ayudas. Eso es todo. Nuestros muertos nos mandan resistir. Pararle los pies a los invasores. Gritar nuevamente: ¡No pasarán! El Gobierno hizo promesas que después cumplió. Prometió recursos que llagaron en parte. La etapa de sus promesas no está agotada. Pero depende, más que del Gobierno, de la bravura de los combatientes y de la colaboración ciudadana, que las cosas ocurran como están previstas. No es desafiar a los hados, que a veces las cambian, porque, en el caso de la independencia de España, los hados no pueden ser distintos a como siempre fueron, por amor a nuestro pueblo invicto a sus honradas cualidades. El enemigo tiene prisa, pero el destino suele no tenerla».

ARRIBA    



 Curiosamente, en los diarios del día anterior, el martes 24 de enero de 1939, el Consejo de Ministros declaraba el estado de guerra en todo el territorio de la República.

 La nota oficial se manifestaba en estos términos:

El Consejo de Ministros se reunió el domingo, bajo la presidencia del doctor Negrín.

La reunión que comenzó poco después de las diez de la noche, terminó cerca de la una de la madrugada.

A la salida, el ministro de Agricultura, señor Uribe, facilitó la siguiente referencia:

«El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de Gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona.

El Consejo e Ministros ha examinado la situación creada por la ofensiva de los invasores y rebeldes, acordando nombrar una ponencia compuesta por el ministro de Trabajo, consejero de Asistencia Social de la Generalidad y el alcalde de Barcelona, para proceder a organizar la evacuación ordenada y metódica de la población civil afectada por las obras de fortificación y defensa.

Finalmente el Gobierno acordó declarar el estado de guerra en todo el territorio de la República»

ARRIBA      


 El Bando decía así:

Bando de la autoridad militar

Juan Hernández Saravia, general del Ejército, comandante del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental

HAGO SABER:

Que el Gobierno, a virtud de la facultad que le confiere el artículo 42 de la Constitución y por Decreto publicado en la «Gaceta» de hoy, ha acordado declarar el estado de guerra en todo el territorio de la República.

Quedan suspendidos en el citado territorio los derechos y garantías que se consignan en los artículos 29, 31, 34, 38 y 39 de la Constitución de la República.

Durante el tiempo de esta suspensión regirá la Ley de Orden Público.

Las autoridades civiles continuarán actuando en todos los negocios de su respectiva competencia que no se refieran al Orden Público, limitándose en cuanto a éste a las facultades que la militar les delegare y deje expeditas.

Transcurridas veinticuatro horas de la publicación de este Bando, se aplicarán las penas del Código de Justicia Militar.

En mi puesto de mando, a veintitrés de enero de mil novecientos treinta y nueve.

El general comandante del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental.

Firmado: JUAN HERNÁNDEZ SARAVIA.

ARRIBA    


Artículo editorial de La Vanguardia del 24 de enero de 1936 .

‘El Estado de Guerra’

«El Gobierno ha dictado el estado de guerra. Con ello, y no son necesarias las aclaraciones, pone a disposición del fuero militar, cuanto éste precisa para salirle al paso a la situación. Que no existe otro motivo ni puede deducirse otras consecuencias que las previstas por la ley, está claro en el hecho de que el Gobierno se ha resistido a tomar esta resolución, mientras ha sido posible. Ahora se trata de militarizar íntegramente las funciones civiles, porque la presión del enemigo nos exige que todas las actividades ciudadanas se pongan en pie de guerra.

Hace días dijimos que la situación era grave, pero no crítica. Y añadimos que el Gobierno contaba con posibilidades para afrontarlas. Hoy repetimos que la situación es grave, pero no crítica y que el Gobierno posee razones para no sentirse pesimista. Estas razones, por su índole y su entidad, no pueden hacerse públicas, ya que al divulgarse perderían la eficacia que las sazona y que sólo puede dar su fruto en el instante oportuno. Por otra parte, el Gobierno no quiere que la divulgación de sus medios de actuar, atenúe la prestación de los ciudadanos. Las dificultades de ahora han de ser vencidas, en primer lugar, por un movimiento enardecido y consciente de la ciudadanía. La Patria está en peligro. Y también la libertad y la existencia de cuantos profesan un amor sincero a la vida digna del hombre civilizado.

En los dos años y medio de guerra, el pueblo ha realizado esfuerzos grandiosos. Se ha derramado mucha sangre y se ha padecido mucho dolor. ¿Por qué ha de comprometerse el resultado de esta epopeya en sus trances más próximos a la solución? Todo el mundo debe estar en su puesto. Frente a los ataques impacientes y al lujo de material de los facciosos e invasores, el pueblo ha de multiplicar su entusiasmo. En ello le va todo lo que es y aspira a ser. Barcelona ha de ser defendida como lo fue Madrid. El valor simbólico y el poder moral de la resistencia de la capital de España debe ser emulado por la capital de Cataluña. Hay que pensar en la suerte que el enemigo le reserva a esta hermosa capital y con esta idea convertida en fuego, templar los nervios y endurecer el espíritu.

Barcelona es demasiada entidad para ser esclava. Sus habitantes están obligados a auxiliar al Ejército, a llevar hasta los combatientes el concepto confortante de una colaboración apasionada. Hay que pensar en lo que la urbe representa y en que su lección ha de ser proporcionada a su rango, a sus virtudes, a su grandeza. El Gobierno, que está presente, que no deja de estar presente, aunque se hayan efectuado ciertas previsiones para que los organismos del Estado no vean interrumpidas sus funciones, ha examinado hoy la situación y únicamente espera que todo lo que se viene haciendo y todo lo que aún se puede hacer, no se vea en precario por un defecto de estimación. Las eventualidades son al par penosas y ricas. Penosas por el acopio de elementos y la prisa que el enemigo emplea en su ofensiva y ricas porque con el adecuado uso de nuestros recursos, inmediatos y futuros, pueden despejar el horizonte. El mundo nos mira y espera de nosotros que la tenacidad y el genio que nos han permitido llegar a estos días, gracias a improvisaciones y alardes magníficos de autodisciplina, no descaezcan. Y al hablar del mundo no es que fundamentalmente nos importen sus juicios, sino que los intereses espirituales que en nosotros ha depositado son nuestros mismos intereses. Los de la dignidad humana.

El estado de guerra imprimirá a la resistencia la severidad y el tono esforzado y rígido que son indispensables. Todos los ciudadanos daban obediencia y ayuda a los fines del Mando. Los trabajos, las fortificaciones, el ritmo civil deben llevar el sello de la disciplina más rigurosa. Estamos seguros de que las cosas no pueden pasar de otra manera».

ARRIBA     



 Barcelona, 23-01-1939. 12 noche. “El Socialista” de esta noche dice, entre otras cosas:

«Desde el principio de la guerra nos encontramos en posesión de la última baza, y ésa no la soltaremos; jamás nos desprenderemos de ella. La vemos y estamos seguros de la victoria que lleva prendida.

Por ello la vicisitud nos amarga, pero no nos descorazona, sino que aumenta nuestro odio y nuestra combatividad, y no habríamos de tener la esperanza de la victoria y seguiríamos pegados a nuestra voluntad de independencia. Por fortuna este trance no ha llegado ni llegará. La fe mueve a las montañas. En el español es inmensa y, por ser así, mueve la conciencia universal, de tal manera proyectada que se le viene encima al invasor, con un peso que acabará por aplastarle.

A la prisa de ellos oponemos nuestra paciente labor de desenmascararles cada día, cada hora, hasta que les llegue el momento de la asfixia. Este instante se acerca, que todo su atuendo bélico no les valdrá para detener lo que es fatal e inevitable que les llegue. Eso sin sombra de dudas».

ARRIBA    



«La ofensiva internacional que desarrollan los ejércitos invasores en Cataluña, no debe hacer vacilar nuestra fe en la victoria final. Los gobernantes de la República y los hombres colocados a la cabeza de los partidos políticos y de los organismos sindicales han dicho y repetido que nuestra guerra de independencia ha de ser dura, larga, penosa siempre; nunca fácil ni liviana. El pueblo, disciplinado por meses y años de adaptación a las ásperas circunstancias que ha ido marcando el azar de la lucha, sabrá mantener erguidos sus ideales con dignidad, respondiendo al esfuerzo heroico, al sacrificio, a la gallardía con que los soldados de la República reivindican, al precio de sangre, el territorio nacional».

ARRIBA     



El general popular Juan Modesto, jefe del Ejército del Ebro, desde su cuartel general en Vallvidrera, bajó a Barcelona dirigiéndose a la sede del Estado Mayor central, conocida como la Casa Roja, donde tuvo su despacho el general Vicente Rojo, el cual se ha marchado hacia Gerona, y allí no queda casi nadie. Se encuentra con el general Hernández Saravia jefe del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental, que está esperando al coronel José Brandaris, jefe hasta el momento de las tropas de Menorca, y que se ha de encargar de la defensa de Barcelona. Hernández Saravia le comunica a Juan Modesto que cumpla las órdenes que le transmita el general Vicente Rojo.

Juan Modesto se fue a la sede del PCE donde se encontró con Vicente Uribe, Antonio Mije y Santiago Carrillo. Hablan de resistir, pero los archivos están siendo cargados en camiones. De regreso a la Casa Roja, contempla un panorama asolador, ya que no quedaba nadie y las puertas y ventanas aparecían abiertas, mientras los teléfonos sonaban ininterrumpidamente, sin que hubiera ninguna persona para contestar.

[N. del A.] Juan Modesto Guilloto León, “Modesto”, nació en El Puerto de Santa María (Cádiz) en 1906. Trabajó en un aserradero, llegando a oficial carpintero. Realizó el servicio militar en el Marruecos español, como cabo de Regulares y participó en algunas operaciones bélicas. Se afilió al PCE en 1930 y el 1933 organizó las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, ‘MAOC’, tras recibir un cursillo de formación militar en la URSS. Al estallar la guerra civil, participó en el asalto al Cuartel de la Montaña, y fue uno de los creadores y primeros comandantes del famoso 5º Regimiento. Combatió en la Sierra de Guadarrama, Tajo, Jarama, Guadalajara, Belchite, Teruel y Brunete. Alcanzó el grado de teniente coronel de milicias y nombrado jefe del V Cuerpo de Ejército, teniendo bajo sus órdenes a Walter, a Enrique Líster, a Valentín González el Campesino, a José María Galán, etc. En agosto de 1938 dirigió el Ejército del Ebro hasta la caída de Cataluña. Ascendido a general en los postreros días de la contienda, a primeros de marzo de 1939 huyó de España, en un avión pilotado por Ignacio Hidalgo de Cisneros, estableciéndose en la URSS, donde, tras una corta estancia en la Academia  Frunze -nombre que recibió la Academia Militar de Moscú, en honor de Mijaíl Vasilievich Frunze, comisario militar soviético-, fue reconocido su empleo de general. Derrotado en las luchas para suceder a José Díaz, falleció abandonado por sus compañeros en Praga en el año 1969.

 En la mañana de ese mismo día 25 de enero de 1939, Manuel Tagüeña Lacorte estaba en su cuartel general situado en el vértice de San Pedro Mártir. Desde ese observatorio pudo ver los movimientos del enemigo, optando por huir el jefe del XV Cuerpo de Ejército del Ebro, bajando hasta la Bonanova donde tenía instalado su puesto de mando. Un teniente, creyendo que Tagüeña era un soldado en cobarde retirada, le apuntó con una pistola, hasta que se deshizo el enredo.

[N. del A.]  Manuel Tagüeña Lacorte, nació en Madrid en 1913. Estudió el Bachillerato en un colegio religioso y pasó luego a la Universidad, donde se licenció en Ciencias Físico-Matemáticas en 1933. Desde muy joven intervino en la política, estando afiliado a la FUE en sus años estudiantiles y, posteriormente, a las Juventudes Socialistas y al Partido Comunista en las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas ‘MAOC’. Participó en los sucesos de 1934 de Madrid, lo que le valió una temporada en la cárcel. Tras realizar el servicio militar reingresó en el PCE. El 18 de julio tomó el mando de un contingente de milicianos, con los que participó en el aplastamiento del alzamiento militar en Getafe y Carabanchel. Al frente del Batallón Octubre realizó varias acciones en la Sierra de Guadarrama, actuando posteriormente en la defensa de Madrid. En la batalla del Ebro, se le encomendó el mando de un cuerpo de ejército compuesto por 35.000 hombres. Al finalizar la campaña de Cataluña se refugió en Francia. Pocos días después, regresó a la zona centro-sur de España donde permaneció hasta el final de la guerra, volando a Toulouse con otros dirigentes comunistas. Residió en París y se trasladó a la URSS para ampliar su formación militar en la Academia Frunze. Intervino en la II Guerra Mundial como jefe de Estado Mayor de una unidad del ejército soviético. Pasó algún tiempo en Checoslovaquia donde completó su educación científica. En 1953 fijó su residencia en Méjico donde permaneció hasta su fallecimiento en junio de 1971.

 En la noche del 25 de enero, hay dos Cataluña e incluso dos Barcelonas, que están unidas telefónicamente, pues paradójicamente se vuelan los puentes y en cambio muchas centrales telefónicas permanecen intactas.

 Todo vestigio de autoridad ha desaparecido por completo de la calle. Como sea que la población está hambrienta y sabe que en Barcelona hay muchos alimentos acumulados, proceden a asaltar los almacenes. No hay guardias y si quedaba alguno seguramente se sumaron al saqueo. Las gentes transportan sacos de garbanzos, de alubias, de azúcar, botes de leche condensada y de carne soviética.

 Por la noche, el presidente de la República Manuel Azaña Díaz llega en coche al castillo de Perelada, siendo recibido por el doctor Juan Negrín López y José Giral Pereira y los custodios de los cuadros del Museo de El Prado.

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  Impresiones de Julián Zugazagoitia, secretario general de la Defensa Nacional.

«Me resultaba imposible modificar, ante un estado tan caótico como el que constantemente tenía ante los ojos, la angustiosa sensación de aplastamiento irremediable. Todo el prestigio del Gobierno, única fuente de confianza, estaba, como su aparato administrativo, roto, desconectado y escarnecido. El adversario no nos daba tiempo para superar la crisis. Nos venía a los alcances, no con sus fusiles, sino con algo cien veces peor: con la fuerza de su victoria. ¿Barcelona? Quedó tomada el día 26. Toda una historia increíble. El general Hernández Saravia fue relevado de su puesto. Se designó gobernador militar de la plaza al general José Brandaris de la Cuesta, que lo era de Menorca. No llegó a tomar posesión de su nuevo cargo. Hernández Saravia recibió el inesperado relevo como una ofensa a su honor militar. No pronunció una queja. Se ciñó, los ojos llenos de lágrimas, al deber de obediencia. No acertaba a comprender quién, ni por qué, le asestaba el golpe. Fue terriblemente certero. Anticipó el desenlace. Piénsese... La autoridad del general se anula en el momento mismo en que necesita entrar en juego la defensa de la plaza, que la asume, primero, el teniente coronel Romero y, después, el coronel Jesús Velasco. 

Una responsabilidad tan pesada no es admisible que vaya, siempre provisionalmente, de unas en otras manos. Si esa misma incongruencia se hubiese cometido en Madrid, la capital no contaría como plaza inexpugnable. Imagino el comentario de los dos militares que recibieron, por razón de jerarquía, la apretada encomienda: “¡Qué paquete!” Sí, en efecto: temible responsabilidad para recibida inopinadamente. El general Hernández Saravia, cualquiera que sea el grado de capacidad que le atribuyen sus colegas -y nunca será tan menguado como el que servía para discernir la de Miaja-, se llevó, al evacuar Barcelona, todas las posibilidades, pocas o muchas, de defensa. ¿De quién fue la fatal ocurrencia de su sustitución? De quienquiera que fuese, está claro que no tendrá en su haber la abnegación republicana de Hernández Saravia. El detalle de esa confrontación importa poco. Importaba -con trascendencia quizá definitiva- apurar, por encima del dolor, hasta el último minuto, la defensa de la capital de Cataluña. En vez de esto, le fue librada al enemigo en las condiciones más liberales que podía apetecer. ¿Por qué? ¿Por quién? No se ha hecho información ni expediente que lo esclarezca»

 Por lo visto, Julián Zugazagoitia, secretario general del Ministerio de Defensa en aquel entonces, ignoraba que una orden de esa naturaleza sólo podía proceder del propio ministro, el doctor Juan Negrín López, que era además el jefe del Gobierno.

ARRIBA    


  La caída de Barcelona.

La ofensiva de las tropas del Generalísimo Franco sobre Cataluña comenzó en la mañana del 23 de diciembre de 1938, principalmente en el sector ocupado por el XII Cuerpo de Ejército, mandado por el comunista Etelvino Vega Martínez; por allí, en el río Segre a 20 kilómetros al norte de la confluencia con el Ebro, en Mequinenza, atacaron el Cuerpo italiano y el Cuerpo de Navarra, al mando de los generales Gastone Gambara y José Solchaga Zala, respectivamente. Una vez cruzado el río, los sorprendidos defensores, compuesta por una compañía de carabineros bien equipada, se vieron abandonados por sus oficiales. El frente, pues, quedó roto al primer enfrentamiento. Este suceso hizo escribir al general Vicente Rojo Lluch: “Parte del Cuerpo XII flaquea de una manera absoluta en la primera jornada, abriendo la puerta por la que irrumpirá francamente el enemigo”.

Otro desastre fue protagonizado por el V Cuerpo mandado por el también comunista Enrique Líster Forján, dejando abierta la penetración hacia Vinaixa. A partir de entonces, la marcha de las tropas Nacionales fue casi un paseo militar.

 Al mes escaso de haberse iniciado la ofensiva franquista, Barcelona era liberada el 26 de enero de 1939. La liberación tuvo lugar sin el menor intento de defensa de los rojos. Lo acontecido en Barcelona dejó perplejos a no pocos, preguntándose como pudo suceder tal cosa.

 Juan Simeón Vidarte, socialista, masón distinguido y uno de los dirigentes principales de la insurrección de octubre de 1934, diputado por Badajoz en las tres Cortes de la República y Subsecretario de la Gobernación en el curso de la guerra civil, escribió:

«Años más tarde, hablando en la emigración con el general José Asensio Torrado, éste me dio una explicación de todo lo ocurrido, que transcribo por lo que valga:

El coronel Claudín había proyectado con más de ocho meses de anticipación un plan de defensa de Barcelona, en un radio de acción de más de cincuenta kilómetros. Comenzó unas obras de defensa que principiaban en el Perelló, pasaban por los Bruchs y enlazaban cerca de Manresa. Para su ejecución la CNT había ofrecido un cuerpo de voluntarios para la construcción de trincheras, parapetos, nidos de ametralladoras. No se pedía más que la autorización y el material necesario para cierto tipo de fortificaciones. [...] Cajas sindicales correrían con aquella parte de trabajo que no pudiera ser totalmente gratuito. No se nos hizo caso y de aquella línea de defensa que ellos llamaban la ‘Maginot de Barcelona’, no se hizo nada».

La caída de Barcelona tuvo un efecto decisivo sobre la moral de la población en general y del Ejército del resto de la zona roja en particular. ¿Qué podía esperar Madrid, la población civil madrileña, los soldados y los jefes militares que defendían la capital de España, de un Gobierno que se comportaba de tal manera?

Por lo que hace referencia a los miles de personas que afluían hacia la frontera francesa, camino ya de un exilio que las llevaría a campos de concentración, el espectáculo que se ofrecía a sus ojos resultaba harto elocuente. Julián Zugazagoitia describió esa lamentable situación: «El Estado, en su forma más miserable, estaba derrumbado por calles y plazas. Archivos, mesas, sillas, y en el mismo grado de abandono, ministros, subsecretarios, jefes de administración y la masa anónima, en grupos, de los burócratas, a los que lo precipitado del viaje, la velada y el frío de la noche habían derrotado toda compostura».

 El 25 de enero de 1939, Yagüe cruzó el Llobregat, seguido por Solchaga y Gambara, encontrando resistencia aislada y mal coordinada.

ARRIBA    



 Entre las reacciones de algunos protagonistas o testigos presenciales de los momentos finales del terror rojo en Barcelona, cabe resaltar los apuntes de Julián Gorki, preso y encausado en el célebre proceso contra los dirigentes del POUM, que delatan a qué extremos había llegado la situación:

«Los últimos meses de 1938 son verdaderamente trágicos para el pueblo español de la zona republicana: no hay casi nada que comer. Antes les quedaba un recurso a los habitantes de las ciudades: ir en busca de alimentos a los pueblos rurales. Pero ahora, los pueblos pasan hambre también. Todo el mundo desprecia el dinero; únicamente se consiguen algunos productos a cambio de tabaco, de medicinas, de aceite... Nos señalan de la calle un hecho espantoso: las empresas funerarias se niegan a proporcionar ataúdes y a enterrar a los muertos si no es a cambio de productos. Se comercia con todo; hay mujeres que se entregan por un pan, medio kilo de arroz o un paquete de cigarrillos. Nuestro rancho carcelario se compone, generalmente, de un cazo de lentejas dos veces por día, y no recibimos más que sesenta gramos de pan. A veces faltan incluso las lentejas. Nos hemos visto condenados a comer nabos durante diez días seguidos, unos nabos duros y amargos que provocan náuseas. Sin embargo, los presos recién llegados suelen exclamar. “¡Lentejas o nabos que hubiera en la calle!”».

 Manuel Tagüeña escribe: 

«Pocos durmieron en la gran ciudad aquella noche del 25 al 26. Unos esperaban con ansiedad y otros con temor la inminente llegada de las tropas enemigas».

 Según el escritor y combatiente republicano, Eduardo Pons Prades

«muy poca gente parecía admitir que la capital catalana pudiera caer sin ser defendida. Corrían rumores, incluso, de que los anarquistas, como en Irún, se disponían a organizar grupos de defensa y a disputar la ciudad al enemigo calle por calle y casa por casa. Este proyecto era prácticamente inviable entre otras razones, según se pudo comprobar, por el estado de abatimiento y de postración en que se encontraba la población civil. Es decir, poco inclinados a gestas numantinas ni nada por el estilo...»

ARRIBA     



 Las primeras divisiones que penetraron en Barcelona fueron:

La 105 del coronel López Bravo y la 13 del general Fernando Barrón Ortiz, adscritas al Cuerpo de Ejército Marroquí, así como la 4 y la 5, del Cuerpo de Ejército de Navarra, a las órdenes respectivas de los generales Camilo Alonso Vega y Juan Bautista Sánchez González. Al alba, las tropas de Solchaga ocupan Vallvidrera sin lucha y descienden sobre Pedralbes. Otras fuerzas del mismo Cuerpo de Ejército encuentran leve resistencia en el Tibidabo, que al mediodía cayó en manos de los Nacionales. Montjuich se rindió a los soldados de Yagüe, que liberaron, entre aclamaciones y lágrimas a 1.200 presos que estaban encarcelados en el Castillo, siendo izada la Bandera Nacional en la fortaleza.

 Desde “Terminus”, que es el puesto de mando avanzado del Cuartel General del Generalísimo, el Caudillo va dando órdenes. En el mapa del Estado Mayor se van clavando las banderitas sobre los puntos que señalan los teléfonos de los puestos de mando de Solchaga y Yagüe. El ritmo de la entrada ha sido minuciosamente preestablecido por el Mando Supremo y se cumple rigurosamente por los jefes de las tropas.

 Del Cuartel General sale el primer parte precursor: 

“En estos momentos se está terminando de rodear Barcelona, habiéndose ocupado la Rabassada, el Tibidabo, Vallvidrera y Montjuich. Nuestras tropas están empezando a entrar en la población".

 A las doce horas, “Terminus” envía a toda España el parte de la victoria:

Las tropas Nacionales terminan de rodear la ciudad de Barcelona, ocupando Montjuich y el Tibidabo. A las 12 comienzan las tropas Nacionales a entrar. Las fuerzas que entran en Barcelona son el Cuerpo de Ejército Marroquí, el Cuerpo de Ejército de Navarra y una fracción perteneciente al Cuerpo de Ejército de Flechas.

 Del Tibidabo y Vallvidrera empiezan a bajar las divisiones de Navarra. Al pie del Funicular, unos mozos de escuadra esbozan una breve resistencia. Una gran explosión destruye los talleres de las Escuelas Salesianas de Sarriá, donde los rojos fabricaban material de guerra. De algunas terrazas se oyen los restallidos de los últimos pacos. Grupos de soldados rojos tiran sus fusiles y huyen a ocultarse.

 La ocupación de San Gervasio y Gracia es completada por las fuerzas motorizadas de las tropas Legionarias mixtas que penetran en Barcelona por Vallcarca y los Penitentes desfilando por la calle de Salmerón. A las 17:30 todas las barriadas altas de la capital estaban ocupadas.

 Por Las Corts se abre la Gran Vía Diagonal, el camino del triunfo por donde a las 17 horas empiezan a bajar ordenadamente los carros de combate seguidos del grueso de las fuerzas.

 Se forman los primeros grupos de ciudadanos estallando las primeras aclamaciones. Corren multitudes saludando brazo en alto y cantando el himno de Falange. Cuando llegan al convento de Pompeya, esquina al Paseo de Gracia, convertido en policlínica, les saluda la primera Bandera Nacional que se iza en Barcelona tremolada por una enfermera.

 Los soldados son abrazados, apretujados. Se besan las banderas, los muchachos se suben a los camiones, a los tanques. Se cantan himnos, se salta, se baila.

ARRIBA    



Manuel Tagüeña, el último jefe militar en abandonar Barcelona, manifestó: 

«Mientras por una calle entraban los conquistadores aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado, se retiraban nuestros maltrechos hombres...»

 El escritor inglés James Cleugh, autor del libro “Furia española. 1936-1939”, describe de este modo el recibimiento del pueblo de Barcelona: 

«Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria».  

 El soldado del Ejército Popular, Juan Font Peydró, que se había escondido, como tantísimos otros en evitación de seguir una retirada inútil, narró así sus impresiones del momento de la liberación:

«Cuando llegamos a la Diagonal, la bandera que vimos pasar desde el balcón, apenas ha podido recorrer unos metros. Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. Esto no se puede describir. Hay que vivirlo para tener una idea de tales momentos. Van llegando más tropas. Y es un río de gente el que los asalta... Un enorme trimotor vuela bajísimo a lo largo de la Diagonal. Miles de manos le saludan. Unos tanques van caminando airosos; pero casi no se les ve. El gentío se ha encaramado en ellos y tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ya ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle. Y se desborda el entusiasmo. Llegamos a la plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!»

ARRIBA    



 El viernes 27 de enero reaparece La Vanguardia que se subtitula Diario al servicio de España y del Generalísimo Franco. Los carabineros, antes de retirarse, entraron en las instalaciones de la calle Tallers y causaron grandes destrozos, por lo que el diario salió solamente con una sencilla hoja. El 19 de julio de 1936 se publicó el número 22.574 y el del 27 de enero de 1939 es el 22.575. Nada se quiso saber de los dos años y medio en el que el periódico estuvo bajo el poder de los rojos. En este número singular aparecía la siguiente nota: 

«Automáticamente, con la sola presencia en nuestras calles de las heroicas fuerzas nacionales mandadas por el glorioso general Yagüe, ha quedado restaurada, como tantas otras cosas, la propiedad de La Vanguardia, de la que inmediatamente se han hecho cargo los responsables autorizados del señor conde de Godó».

 También salió a la calle El Correo Catalán que había dejado de aparecer desde el 20 de julio de 1936. Sus instalaciones las ocupó el POUM y en ellas se confeccionó La Batalla.

 El Correo se hizo en los locales y talleres de Treball, ocupados por las Juventudes Tradicionalistas.

ARRIBA    



El día 5 de febrero de 1939 se abrió la frontera francesa, y ese mismo día el presidente de la II República española Manuel Azaña Díaz, que se había instalado en La Bajol, abandonaba el territorio nacional. La entrevista entre los dos presidentes fue seca y agria. Azaña quería ir a Francia, anunciándole a Negrín que no quiere acceder a tomar plaza en ningún avión, ante el temor que lo conduzcan a la zona Centro-Sur. Para él la guerra está perdida y es una demencia pretender continuarla. Juan Negrín le comunica que el Gobierno ha decidido que se instale momentáneamente, en la Embajada de París.

 Acompaña a Azaña el ministro sin Cartera, José Giral Pereira. La caravana presidencial hace el recorrido de La Bajol a  Les Illes. En el pueblecito francés, Azaña se despide de Negrín, el cual regresa a España. Dirigiéndose a Zugazagoitia, le dice: 

«Debería haberle obligado a acompañarme. Hubiese hecho observaciones de mucho valor psicológico. ¡El pobre Azaña es bien digno de lástima! Tiene una encarnadura medrosa, propia de su naturaleza. El miedo le descompone como si fuese un cadáver y toma un color amarillo verdoso. Da lástima».

 De regreso, el doctor Negrín se cruza con la caravana de Companys, Aguirre, Irujo... Comenta que no podía esperar tropezarse con ellos, aunque los más sorprendidos habrán sido los que huyen, pues habrían sospechado que él abandonaba el país sin notificarles su decisión. Negrín quiso proseguir la resistencia, confiando en que el horizonte europeo, lleno de nubarrones, no tardaría mucho en descargar la tormenta de la II Guerra Mundial.

 A continuación pasaron la raya fronteriza el presidente de la Generalidad de Cataluña  Luis Companys Jover y el lehendakari José Antonio de Aguirre.      

 El 10 de febrero de 1939, las tropas de Franco ocuparon todos los puestos fronterizos. Había finalizado brillantemente la liberación de Barcelona y la ocupación de Cataluña.

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