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Actualizada: 28 de Abril de 2.006.  

 
 
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 A los 70 años del Alzamiento.


De las elecciones del 16 de febrero de 1936 al fracaso de la insurrección en Barcelona del 19 de julio de 1936.

Eduardo Palomar Baró.


Las elecciones que tuvieron lugar el 16 de febrero de 1936, llevaron al poder al Frente Popular. Tres días después Manuel Azaña, -nombrado nuevamente presidente de la República, sustituyendo a Manuel Portela Valladares- empieza a preparar un decreto de amnistía total para los encarcelados de las rebeliones izquierdistas de Asturias y Cataluña contra el gobierno de Alejandro Lerroux, en octubre de 1934. Y así, el día 22 de febrero de 1936 se liberan de las cárceles a los presos políticos.

Los directores y promotores del golpe de Estado en Cataluña del 6 de octubre de 1934, Lluís Companys, Joan Lluhí Vallescà y Joan Comorera regresan triunfalmente a Barcelona desde el presidio del Puerto de Santa María. Los otros consellers Ventura Gassol, Martí Barrera, Martí Esteve y Pere Mestres, vuelven desde la prisión de Cartagena. Falta entre ellos Josep Dencàs, que se había fugado por un alcantarillado dos años antes, cuando el Consell se rindió al Ejército.

En la prisión Companys obtiene 244.432 votos, casi 100.000 más que Pere Rahola, líder de la candidatura de la Lliga. El triunfo del Front de Esquerres es apabullante. Inmediatamente exige la abolición de la ley del 2 de enero de 1935, que suspendía temporalmente las funciones del Parlamento de Cataluña y de la Generalitat. Manuel Azaña apela a la Diputación Permanente de las Cortes, sometiéndole un decreto-ley a tales efectos. El 26 de febrero, la Diputación se pronuncia y aprueba el decreto por quince votos a favor y uno en contra: el del diputado de Renovación Española, Antonio de Goicoechea.

 

  

ARRIBA



El día 2 de marzo de 1936 llega a Barcelona Companys y sus consellers, y nada más entrar la comitiva en el término municipal, fueron disparados unos morteretes, y se añadieron a la expresada comitiva unos autos ocupados por varias representaciones que habían acudido a dar la bienvenida al presidente y consejeros. Siguió la comitiva por la Avenida de Pedralbes, y al entrar por esta vía a la Avenida del 14 de Abril, se dio suelta a una gran cantidad de palomas mensajeras. Uno de los lugares del trayecto donde se congregó un gran gentío, fue en la Plaza de Alcalá Zamora, situada en el cruce de la Avenida 14 de Abril y calle Urgel, en donde se había levantado un tablado, donde una gran masa coral compuesta por una treintena de coros, con sus estandartes y barretinas, interpretaron “Els Segadors” a la llegada del presidente.  


[N. del A.] La Plaza de Alcalá Zamora, después de la guerra se llamó Plaza de Calvo Sotelo, y con la llegada de la ‘democracia’, Francesc Macià. La Avenida 14 de Abril al finalizar la contienda se denominó Avenida del Generalísimo Franco, y a partir de la transición volvió a llamarse Diagonal, como desde antes de los vaivenes políticos, se había conocido.

Abría el paso de la comitiva una sección motorista de la Guardia Urbana, formados en “V”. Seguían varias guardias cívicas en moto, que marchaban a ambos lados de la calzada, dos coches de escolta y a continuación un automóvil ocupado por Companys y por el alcalde de Barcelona Carles Pi Sunyer, quien es de nuevo alcalde de la ciudad como lo fuera el 6 de octubre de 1934. Este vehículo se detuvo breves momentos ante el tablado y una treintena de niños y niñas del “Esbart de Dançaires Gavines de la Barceloneta”, entregaron un ramo de flores a Companys. Después el automóvil continuó la marcha, seguido por otros dos coches con los consejeros, prosiguiendo por la Avenida 14 de Abril hasta el Paseo de Gracia. Tanto el Presidente como los consejeros, cuyos coches iban descubiertos al entrar en la ciudad, correspondían a las demostraciones de entusiasmo y afecto que les tributaba la multitud. Companys, Martí Esteve, Gassol, Lluhí y Mestres lo hacían con las manos abiertas, mientras Comorera y Barrera, cerrando el puño, a la manera comunista y socialista.

Lluís Companys, tuberculoso crónico, estaba febril y acatarrado, y de cuando en cuando se llevaba un pañuelo a los labios y escupía sangre. Se tocaba con una boina calada hasta media frente, ya que en el presidio le habían rapado la cabeza, se envolvía en un raído abrigo y llevaba una bufanda blanca alrededor del cuello.

ARRIBA     



En el Parque de la Ciudadela -en cuyo centro se levanta el Palacio del Parlamento de Cataluña, donde el día anterior había sido verificada la designación de presidente de la Generalidad en Lluís Companys- llegó a las 11:10 el presidente de la Cámara Juan Casanovas, así como Pérez Farrás. A las 11:20 hizo su entrada la comitiva oficial, presentando, la guardia de Mozos de Escuadra, armas al hombro en el momento de descender Companys del vehículo. Los funcionarios del Parlamento le ofrecieron un ramo de claveles rojos, del que pendía un lazo con los colores de la bandera de Cataluña. El presidente daba muestras de estar sumamente fatigado, y ya en el vestíbulo tuvo que ser sostenido por el alcalde y por el diputado España. En el despacho del presidente de la Cámara fue asistido por los diputados doctores Trabal, Ribas-Soberano y Torres. Como Companys aún no se encontraba en disposición de hablar, salieron al balcón principal el presidente del Parlamento Casanovas y los consejeros Mestres, Barrera, Esteve, Comorera y Pérez Farrás.

Casanovas dirigió la palabra a la multitud en los siguientes términos:

“Ciudadanos: Dentro de breves momentos saldrá el presidente de la Generalidad para dirigirse al Palacio de la Plaza de la República. El presidente en estos momentos se encuentra indispuesto por la emoción del viaje, por las penalidades del cautiverio y por el entusiasmo también emotivo, con que se le ha recibido en todas partes. El presidente está enfermo y no puede salir al balcón: tened un poco de paciencia y dentro de breves instantes, cuando salga en su coche, podréis verle, podréis aplaudirle y podréis vitorearle.

A los setenta minutos de haber entrado en el Parlamento, Companys ya repuesto se sentó frente a la mesa de Casanovas, y éste, pronunció un discurso, al que contestó Companys con las siguientes palabras:

“En estas horas, aquí, en el Parlamento de Cataluña, donde la eclosión de nuestro sentimiento es más profundo. Acabamos de atravesar tierras de Castilla y tierras de Cataluña, recibiendo pruebas entusiastas del fervor de la multitud. Hemos entrado en Barcelona en medio de aclamaciones triunfales, y ahora nos encontramos en el Parlamento, donde acabáis de decirnos estas palabras que nos han llegado al alma. Es, por lo tanto, el pueblo, junto con el Parlamento, verdadera representación del pueblo... Recojo de ellas lo que hay de adhesión a mi persona y a la persona de mis consejeros: recojo de ellas lo que hay de adhesión a todos los perseguidos y a los emigrados por los hechos del 6 de octubre, que representaron un pensamiento político que hoy vuelve triunfante: recojo de ellas, señor presidente, la fuerza necesaria para que, poseído de la autoridad que me da el pueblo con estas aclamaciones y de la autoridad y legalidad que el Parlamento me ofrece con vuestras palabras, pueda realizar en el futuro lo que es mi pensamiento por la libertad, por la justicia y por Cataluña.

Señores: es un esfuerzo para mi dirigir hoy la palabra; hago un esfuerzo muy violento. Aceptad toda la gratitud de mis consejeros y la mía, y pongámonos todos a trabajar por la grandeza de la patria. He dicho.”

ARRIBA    



A las 12:30 llegó a la plaza de la República, -antes Plaza de San Jaime- Companys y el alcalde Pi y Suñer, que fueron acogidos con vítores y aclamaciones incesantes. Companys vivamente emocionado y no repuesto del todo de la pasajera indisposición, fue saludado con un prolongado toque de tamboril, presentando armas el piquete de Mozos de Escuadra. En el vestíbulo le aguardaba el gobernador general Moles con el que se abrazó. Seguidamente subieron por la escalera de honor, hasta el salón de la Presidencia. Llegaron al Palacio los consejeros amnistiados que recibieron muestras de afecto .

ARRIBA     



Moles pronunció unas palabras de salutación y bienvenida para los amnistiados, a la vez que iba a dar posesión del cargo a Companys, poniéndole las insignias de Presidente de la Generalidad, el cual correspondió con unas frases de agradecimiento.

Acompañado del presidente del Parlamento y del alcalde de Barcelona se dirigió al salón de San Jorge. Al aparecer en el histórico balcón de la Generalidad, resonó en la Plaza de la República una entusiasta ovación, entre el tremolar de banderas.

Hecho el silencio, Companys que aparecía vencido por la fatiga y la emoción, pronunció ante los micrófonos las siguientes palabras:  

“Catalanes: Comprenderéis que he de realizar un esfuerzo para superar la emoción de estos momentos, para poderos dirigir la palabra. Es mi pueblo, nuestro pueblo, es esta plaza y es este balcón... Volveremos a reemprender nuestra labor después de horas dolorosas y amargas. Por la voluntad, por el afecto y por la simpatía de la sagrada avalancha popular estamos aquí otra vez.  

Venimos para servir a nuestros ideales. Traemos el alma pletórica de sentimiento; nade de venganzas, pero sí de un nuevo espíritu de justicia y reparación. Recogemos las lecciones de la experiencia, volveremos a sufrir, volveremos a luchar y volveremos a ganar. (Grandes aplausos).

Difícil es la labor que nos aguarda; pero os digo que estamos seguros de nuestras fuerzas, que nos llevará hacia delante por Cataluña y por la República. (Aplausos).

Desde que hemos salido del exilio, hermanos bien queridos, nos hemos encontrado por tierras de Andalucía y por tierras de Castilla bajo el dosel comprensivo de la República, hemos encontrado palabras henchidas de afecto. Recojo en estos momentos sus voces y de corazón les mando nuestra simpatía y nuestra solidaridad para que podamos construir una República libre, acorde con la voluntad del pueblo.

¡Ciudadanos! ¡Catalanes! No quiero, en el proceso y en el curso de las horas históricas que estamos viviendo, no quiero acabar estas breves palabras de saludo, sin tributar homenaje a la memoria santa y al espíritu inmortal de Francisco Maciá... (Grandes aplausos que se prolongan durante mucho rato).

¡Ciudadanos! Salud... mis fuerzas se agotan, quiero, sin embargo, recordar a los que murieron en aquella jornada dolorosa: a Compte, a Alba y todos los mártires del ideal. Y quiero acabar, sólo, con un grito que condense nuestros amores, con el grito de la tierra siempre eterna e inabatible; con el grito de nuestra voluntad y de nuestros sentimientos; con el grito: ¡Viva, viva, viva Cataluña! (Gran ovación).

 

ARRIBA     



El Gobierno de la Generalidad queda constituido de esta forma:

Presidencia y Gobernación: Luis Companys Jover.

Justicia y Derecho: Juan Lluhí Vallescá.

Hacienda: Martí Esteve Grau.

Cultura: Ventura Gassol y Rovira.

Trabajo: Martín Barrera Maresma.

Agricultura y Economía: Juan Comorera Soler.

Obras Públicas. Sanidad y Asistencia Social: Pedro Mestres Albert.

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El 7 de abril de 1936, las Cortes deponen al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y el 10 de mayo de 1936 Azaña le sustituye al frente de la primera magistratura. Dos días después, Santiago Casares Quiroga forma un Gobierno a hechura y deseo de su mentor, Azaña, declinado el encargo por Indalecio Prieto a instancias de los socialistas. Los catalanes Lluhí Vallescá y Juan Moles aceptan las carteras de Trabajo y Gobernación, respectivamente, en el nuevo Consejo de la República. Entonces Companys se ve obligado a reformar el propio Consejo de la Generalidad, del cual sale también entonces Juan Comorera, de la Unió Socialista de Catalunya y pronto fundador del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), partido comunista de Cataluña, una prolongación del Partido Comunista de España (PCE).

El último Gobierno catalán, antes del estallido de la contienda, se hace público el 26 de mayo de 1936, quedando compuesto de la siguiente forma:

Presidencia: Luis Companys Jover.

Gobernación: José Mª Espanya Sirat.

Justicia y Derecho: Pedro Comas Calvet.

Hacienda: Martí Esteve Grau.

Cultura: Ventura Gassol y Rovira.

Trabajo: Martín Barrera Maresma.

Agricultura y Economía: Luis Prunés Sató.

Obras Públicas: Pedro Mestres Albert.

Sanidad y Asistencia Social: Manuel Corachán García.

Entre todos ellos, sólo Companys continuará al frente de la Generalidad cuando tres años después concluya la guerra civil en Cataluña.

La primavera del 36, que varios historiadores llamaron trágica, Barcelona es ‘el oasis catalán’, según expresión de Antonio Rovira Virgili. Comparada al menos con Madrid, donde se suceden los desmanes, las huelgas y los atentados, la capital del Principado es casi un modelo de civismo. Con todo, el 2 de julio es asesinado a tiros el gerente inglés de la fábrica “La Escocesa” por unos pistoleros, y en la misma tarde, el coronel Críspulo Moracho, al disponerse a subir a su coche, unos desconocidos le arrojan dos bombas de mano, saliendo milagrosamente ileso el coronel, que ya había sufrido, días atrás, dos atentados. El 13 de julio, el Sindicato Único de Transportes declara la huelga de los estibadores del puerto y de los transportistas industriales. El paro es decidido por la CNT. Federico Escofet, que había sido nombrado comisario de Orden Público y el comandante Vicente Guarner, jefe superior de los Servicios, realizan diversas gestiones, fallidas todas, para que los cenetistas depongan su actitud en vísperas de una sublevación militar, cada vez más inminente. Barcelona es una ciudad prácticamente paralizada. En varias gasolineras estallan petardos y bombas, cuyas explosiones vendrán muy pronto a confundirse con los primeros disparos de la guerra civil.


[N. del A.] Antonio Rovira Virgili, natural de Tarragona (1882). Periodista, trabajó en La Nació y en La veu de Catalunya. Formó Acció Republicana en 1930 que, con Acció Catalanista, constituyeron el Partido Catalanista Republicano (1931). En 1932 fue diputado por Tarragona en el Parlamento Catalán. Durante la guerra civil colaboró con el Gobierno republicano. Fue consejero de la Generalidad en el exilio. Autor, entre otros libros, de Historia nacional de Cataluña, Historia de los movimientos nacionalistas, Los últimos días de la Cataluña republicana. Fue uno de los principales teorizantes del nacionalismo catalán. Murió en Perpiñán (Francia) en 1949.

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Las bombas de mano lanzadas contra el coronel Moracho parece proceden de los depósitos del Ejército. Escofet hace unas declaraciones a La Humanitat, diciendo había dispuesto servicios policíacos y registros en los domicilios de algunos militares. El disgusto de altos oficiales del Ejército es indecible, visitando al capitán general Francisco Llano de la Encomienda, con airadas protestas. El general, hombre indeciso y apocado, transmite las quejas a Companys y éste aconseja a Escofet mayor prudencia ante la Prensa. Escofet y Guarner le presentan pruebas incontrovertibles del complot, pero Llano de la Encomienda se niega a practicar arrestos entre sus oficiales, lo que hace a Escofet recelar del capitán general, si bien hay que reconocer que la lealtad de Llano a la República, antes y después del 19 de julio, está fuera de dudas y al final la pagaría con la muerte en el destierro.

Escofet y Guarner recelan de los mandos de la Guardia Civil, por lo que el primero mantiene una entrevista, la antevíspera del alzamiento con Aranguren y Brotons los cuales le aseguran su lealtad a la Generalidad y a la República, en términos no muy entusiastas. En cuanto lo que hace referencia a Escobar, éste le responde que si el movimiento militar -como les ha dicho Escofet- tiene carácter nacional, tendrán que decidir sus superiores del Instituto.

Enfurecido, Escofet le replica: 

“La única actitud decorosa y decente consiste en proceder dentro del marco de la Constitución y de acuerdo con el juramento de todo oficial a la legalidad republicana”.  

Entonces Escobar se retracta y le dice que puede contar con él.

Con la aprobación de Companys, Escofet escribe el 18 de julio de 1936 un largo y detallado informe, dirigido al presidente del Consejo de Ministros, con los datos referentes a la conspiración de Barcelona y los nombres de casi todos los oficiales que se sublevarán al día siguiente: 

“Insisto en la conveniencia de que el señor Casares Quiroga, como ministro de la Guerra, dé órdenes más enérgicas y taxativas al general de la División, o que le anule, permitiendo la actuación de esta Comisaría General de Orden Público”

El informe es entregado a Joan Casanellas, subsecretario del Ministerio del Trabajo, que parte aquella noche en tren hacia Madrid. A su paso por Calatayud es apresado por los sublevados, y el informe no llegó nunca a Madrid.

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La guarnición de la plaza de Barcelona en julio de 1936, estaba compuesta por dos regimientos de Infantería, dos de Caballería, dos de Artillería, un grupo de Información Artillera, un batallón de Zapadores, un grupo divisionario de Intendencia, un destacamento del Depósito Central de Remonta, un centro de Movilización y Reserva, la Caja de Recluta, los servicios auxiliares correspondientes y los cuarteles generales de la IV División Orgánica, de la VII Brigada de Infantería, de la II Brigada de Caballería y de la IV Brigada de Artillería.

La Guardia Civil constaba de dos Tercios y una Comandancia de Caballería al mando del general José Aranguren y al frente de uno de los Tercios se hallaba el coronel Antonio Escobar. El coronel José Brotons tenía a sus órdenes al Tercio nº 3

Al mando supremo de estas fuerzas, se hallaba el general de brigada del Arma de Infantería Francisco Llano de la Encomienda, nacido en Ceuta en 1879, hombre de ideas moderadas, veterano de las campañas de Marruecos en la que obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando. Republicano convencido, antifascista declarado y, al parecer, masón. Los otros tres generales con mando en plaza eran Ángel de San Pedro Aymat, Álvaro Fernánez Burriel y Justo Legorburu Domínguez-Matamoros, jefes de las brigadas de Infantería, Caballería y Artillería, respectivamente.

Los militares, que conspiraban para derrocar al gobierno del Frente Popular, habían pensado en el general en la reserva Severiano Martínez Anido, para encabezar la sublevación en Cataluña, pero el director de la conjura, el general Emilio Mola, se opuso. Asumido el encargo, a última hora, por el general Manuel Goded Llopis, la trama de la conspiración se resentía en su operatividad, en primer lugar porque Goded se hallaba destinado en las islas Baleares, lo que dificultaba su contacto con los demás generales, jefes y oficiales de la IV División comprometidos en el golpe y, después, porque se partía del convencimiento de que llegado el momento, tanto el general en jefe de la citada división, Llano de la Encomienda, como el jefe de la brigada de Infantería, San Pedro Aymat, el de la Guardia Civil, Aranguren, el de la Aviación, teniente coronel Felipe Díaz Sandino y otros jefes y oficiales, como Escobar, Brotons, Pérez Farrás, Escofet y Guarner, permanecían fieles, a veces contra sus propias convicciones, al poder constituido.

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El 18 de julio de 1936, los conjurados reciben un telegrama, indicándoles el día y la hora para el alzamiento: “Mañana recibirán cinco resmas de papel”, lo que quería decir que el día 19, a las 5 de la mañana, había que sacar las tropas a la calle.

Como si lo presintieran, los dirigentes de la CNT van en busca de armas. Dos días antes, los anarcosindicalistas habían asaltado los pañoles de armas de los buques surtos en el puerto de Barcelona: Manuel Arnauz, Uruguay, Argentina y Marqués de Comillas, apoderándose de gran cantidad de armamento. Los dirigentes sindicalistas se dirigen a Companys, y le piden que los trabajadores sean armados para defensa de la República, a lo cual aquél se opone, pero esa negativa del presidente de la Generalidad resulta poco operante, ya que son miles los hombres que han conseguido apoderarse de un arma, arma que, en muchas ocasiones, no saben manejar.

A partir de ese momento existen en Barcelona tres poderes que se enfrentan:

a)      El legalmente constituido, representado por la Generalidad.

b)      El de los anarcosindicalistas y otras fuerzas obreras, que ya se han alzado en armas o que cuentan con armas para alzarse.

c)      Los militares que se mantienen a la expectativa y prestos a rebelarse.

A las cinco de la mañana una compañía del Regimiento de Infantería sale del cuartel de Pedralbes, al mando del capitán Enrique López Belda. Sin encontrar resistencia recorren hasta la Puerta de la Paz, en el puerto, donde reciben su bautismo de fuego. El Regimiento de Infantería Badajoz avanza sobre la Plaza de Cataluña y el Regimiento de Caballería de Montesa se adueña de la Plaza de España, el Paralelo y la Plaza de la Universidad.

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A las cinco de la mañana, hora cero de la insurrección, el Regimiento 1 de Artillería de Montaña integrada por tres baterías, varias ametralladoras y fusiles, al mando del comandante José Fernández Unzúe, se proponen ocupar la Consejería de la Gobernación. La artillería dispara mientras tiene municiones; cuando éstas se agotan, los Guardias de Asalto y los civiles atacan a la descubierta. Algunos paisanos, sin arma alguna, se lanzan sobre los insurrectos para apoderarse de su armamento, lo que consiguen a costa de muchas vidas. La resistencia cesa cuando el capitán López Belda cae herido.

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Cumpliendo con el compromiso adquirido, a las cinco de la mañana salen de los cuarteles para alcanzar su objetivo, que es la Plaza de Cataluña, pero les esperaban fuerzas de Asalto y milicianos que les atacan con fuego de ametralladora y logran contenerlos. Los cañones del 7,5 abren fuego y causan numerosas bajas en las fuerzas gubernamentales, que se dispersan; pero vuelven en seguida al ataque en la lucha callejera. A las once de la mañana, los sublevados del Regimiento de Artillería Ligera han sido derrotados.

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Muchos paisanos se dedican a levantar rápidamente barricadas para dificultar el avance de los sublevados. La batalla se va ampliando a otros sectores de Barcelona entre las fuerzas sublevadas y las del Orden Público, secundadas éstas por obreros, especialmente anarcosindicalistas.

Las fuerzas de la Guardia Civil al mando del general José Aranguren Roldán, actúan disciplinadamente y su contribución resulta decisiva para aplastar el alzamiento. A pesar del entusiasmo de los jefes y oficiales sublevados y de su enérgica actitud de abandonar los cuarteles y ocupar posiciones estratégicas en la ciudad, ya en las primeras horas del día 19 no existe duda alguna sobre su segura derrota.

El jefe de la Guardia Civil, el general Aranguren, secundado por los coroneles Antonio Escobar Huertas y Francisco Brotons Gómez, se ponen a las órdenes del presidente de la Generalidad de Cataluña, lo que hace esfumarse a los rebeldes sus últimas esperanzas de triunfo.

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También a las cinco de la mañana, tropas del Regimiento de Cazadores de Santiago han salido de los cuarteles y cuando desembocan por el Paseo de Gracia con la Avenida 14 de Abril (Diagonal), son recibidos por los milicianos con una descarga cerrada. Ante este ataque inesperado, el coronel Francisco Lacasa Burgos resuelve buscar refugio en el Convento de los Padres Carmelitas, situado en la esquina de la Diagonal con la calle de Lauria. Al coronel Lacasa le secundan el teniente coronel Vázquez Delage y el comandante Rebolledo, convirtiéndose el convento en un fortín que quedó sitiado por más de tres mil individuos armados de fusiles y dotados de considerable número de ametralladoras. 

A la madrugada estrecharon aún más el cerco y el ataque cobró inusitada dureza, sin que los defensores cedieran en su resistencia, ante lo cual la Generalidad trató de conseguir la rendición por otros medios, y así durante la mañana del lunes 20 de julio, envió al teniente de Asalto Nicolás Felipe para parlamentar con Lacasa. Dicho teniente le comunicó que la casi totalidad de las fuerzas se habían rendido y que el general Goded estaba prisionero.

El coronel Lacasa le contestó que no se rendirían y que continuarían luchando mientras les fuera posible resistir. Esta negativa enfureció a los sitiadores, que reanudaron el ataque con mayor intensidad. Hacia el mediodía reforzaron el asedio grandes contingentes de la Guardia Civil mandados por el coronel Escobar, el cual comunicó a Lacasa que su resistencia era suicida, exponiéndole unas condiciones honrosas para la capitulación. Se respetaría la vida de todos los que se rindieran; los heridos serían evacuados al Hospital Militar, y el resto de los prisioneros serían entregados a las autoridades militares de la región, para juzgarlos regularmente y determinar el grado de responsabilidades de cada uno; por último, la Guardia Civil se encargaría de los prisioneros y garantizaría la seguridad de todos.

Como no había duda sobre el fracaso del alzamiento en Barcelona, Lacasa meditó su responsabilidad al entregar a una muerte cruel a los que peleaban bajo su mando. Consultó con sus oficiales, que deseaban seguir la lucha, pero, asimismo, todos deseaban salvar la vida de sus soldados. El coronel Lacasa se dispuso a cumplir el acuerdo, por lo que dirigiéndose a Escobar le dijo que ordenase el avance de la Guardia Civil, la única fuerza a la que estaban dispuestos a entregarse. Se adelantaron los guardias para recibir a los prisioneros, pero al mismo tiempo avanzaron detrás de ellos la turba enfurecida, enarbolando fusiles y vociferando insultos y blasfemias.

Al abrirse la puerta principal, y cuando salían los primeros prisioneros, el populacho rompió el cordón de guardias y ante su casi general pasividad, se entregó a una bárbara matanza. Caen a tiros, a machetazos, a golpes de culata, el coronel Francisco Lacasa, el teniente coronel Vicente Vázquez Delage, el comandante Antonio Rebolledo, los capitanes Claudio y Pedro Ponce de León y otros oficiales y soldados. Al coronel Lacasa le cortaron la cabeza, que la chusma paseó después en triunfo. Once padres carmelitas sufren el martirio, asesinados y destrozados a navajazos.

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El general Manuel Goded Llopis, desde su nombramiento como comandante general de las islas Baleares, mantuvo constantes contactos con sus compañeros de conjuración, encargándose, después de sublevarse en Mallorca, de trasladarse a Barcelona y encabezar el alzamiento militar de la IV División Orgánica. Se rebeló en Palma, donde mandó detener al gobernador civil de la provincia, y se hizo con el control de la isla, incorporándola prácticamente sin resistencia, a la causa rebelde.

A continuación se dirigió en hidroavión a la Ciudad Condal, acompañado de varios oficiales y de su hijo Manuel, donde, tras amerizar en la Aeronáutica Naval, se encaminó a la antigua Capitanía General, destituyendo y arrestando al jefe de la división, el general Francisco Llano de la Encomienda.  

Erigido ya en jefe de hecho de la sublevación, aceptó todas las responsabilidades del hecho subversivo. Se percató que la situación distaba mucho de ser la esperada. La pésima coordinación entre las diferentes fuerzas, la resistencia de los Guardias de Asalto y de la CNT y la colocación de barricadas habían dislocado prácticamente el dispositivo golpista. El general Goded, desalentado, se dio cuenta de la circunstancia real. Las tropas alzadas no sólo distaban de controlar la situación sino que además habían sido incapaces de hacerse con las estaciones, las transmisiones, la radio y los edificios principales.

Las peticiones de refuerzos que Goded cursó a Palma de Mallorca, así como su intento de apoderarse del aeródromo del Prat, resultaron inútiles, puesto que el teniente coronel del Arma de Infantería y piloto aviador, Felipe Díaz Sandino se mantuvo al lado de las autoridades republicanas.

Con todo, el factor decisivo a la hora de sofocar el alzamiento totalmente fue la actitud de las fuerzas de orden público.

Como hemos mencionado más arriba, cuando la Guardia Civil, mandada por el coronel Escobar, decidió mantenerse dentro de la legalidad, el fracaso golpista quedó decidido de forma irreversible.

Escobar reconquistó la Plaza de la Universidad y luego intervino decisivamente en la Plaza de Cataluña en combinación con los guardias de Asalto y con diversos contingentes de obreros y de milicias anarcosindicalistas. Uno de los líderes del anarquismo español, Buenaventura Durruti Domínguez, protagonizó el asalto al edificio de la Telefónica que concluyó con un éxito, pese al elevadísimo número de pérdidas obreras.

A media tarde del día 19, Goded telefoneó al general Aranguren para intentar llegar a un acuerdo que éste no aceptó. Entonces el general Goded sólo le quedaba la opción de rendirse sin condiciones y con esa finalidad telefoneó al consejero de Gobernación, insistiendo en que fuera la Guardia Civil la encargada de prenderlo.

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El diario “La Vanguardia” del jueves 23 de julio de 1936, relataba la rendición del general Goded de la siguiente forma:

«Al entrar las fuerzas leales a la Generalidad en la División militar, el general Goded fue hecho prisionero por el jefe de las milicias antifascistas señor Pérez Farrás, quien hubo de contener a sus fuerzas, que pretendían linchar al general faccioso.

Este fue conducido a la presencia del presidente señor Companys, quien al tenerlo ante su presencia, le dijo:

“El 6 de octubre de 1934, ante la imposibilidad de continuar la resistencia y viendo que tenía perdida la victoria, también me rendí, como usted acaba de hacer. Entonces, para evitar inútiles derramamientos de sangre, me dirigí por radio a cuantos se habían lanzado a la lucha y les aconsejé que no persistieran en la resistencia. Lo mismo debe usted hacer ahora.”

El general Goded guardó silencio unos momentos y dijo:

“Yo no me he rendido. Me han abandonado. Si usted lo cree conveniente, señor presidente, puedo decir que he caído prisionero.”

“Estimo necesario -dijo el señor Companys- para evitar que no aumente el número de víctimas provocadas por el movimiento fascista, que usted se dirija por la radio aconsejando a los combatientes insurreccionados que no persistan en la lucha.”

El general Goded insinuó que podía redactar una cuartilla para que fuera leída telefónicamente en los cuarteles.

El señor Companys insistió en que debía tomar ejemplo de su conducta el 6 de octubre y por fin, se decidió a hacer la siguiente declaración:

“La suerte me ha sido adversa y yo he quedado prisionero. Por lo tanto, si queréis evitar el derramamiento de sangre, los soldados que me acompañabais quedáis libre de todo compromiso.”

A continuación, el presidente de la Generalidad dijo:

“Ciudadanos: Sólo unas palabras, porque estos momentos lo son de hechos y no de palabras. Acabáis de oír al general Goded, que dirigía la insurrección, y que pide se evite el derramamiento de sangre.

La rebelión ha sido sofocada. La insurrección está dominada. Precisa que todos continuéis a las órdenes del Gobierno de la Generalidad, ateniéndose a las consignas.

No quiero acabar sin hacer un fervoroso elogio de las fuerzas que con bravura y heroísmo han luchado por la legalidad republicana, apoyando a la autoridad civil. ¡Viva Cataluña! ¡Viva la República!»

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El general Manuel Goded Llopis fue trasladado al barco-prisión Uruguay. Tras ser juzgado por un consejo de guerra, fue condenado a muerte y fusilado el 12 de agosto de 1936, junto a otros militares, en el castillo de Montjuich en Barcelona.

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El fracaso del alzamiento en la Ciudad Condal se debió principalmente a la conjunción de dos factores muy importantes:

El primero a la impericia de los sublevados para tomar los puntos clave de la ciudad. 

El segundo, realmente decisivo, la lealtad del coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar Huertas a las autoridades republicanas.

Sin esta conjunción nada hubiera podido hacer la CNT, que en unos días mostraría su incompetencia en el frente de Aragón.

Como señaló en una ocasión el mariscal británico Bernard Law Montgomery: 

“La guerra la gana finalmente el bando que comete menos equivocaciones”.

Las cometidas por los alzados fueron del suficiente calibre como para privarles de la victoria y con ello transformar el golpe en prolongada guerra civil.


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