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Actualizada: 12 de Mayo de 2.007.  

 
 
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 Una Guerra Civil dentro de la Guerra Civil.


70 Aniversario de los sucesos de Mayo de 1937 en Barcelona.

Eduardo Palomar Baró.

  Introducción.

Estos sucesos fueron consecuencia del enfrentamiento armado entre el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y algunos sectores anarquistas, por un lado, y los comunistas y el Gobierno de la Generalitat de Cataluña, por el otro, y que algunos historiadores los han considerado como una guerra civil dentro de la guerra civil.

Al comenzar la primavera de 1937 las tensiones políticas se hacían intolerables y presagiaban la explosión. Desde la segunda quincena de abril, la rebelión de los anarquistas era tan abierta que el presidente de la Generalitat, Lluís Companys i Jover, hubo de exhortarles a la calma, tomando medidas para desarmarlos. El 16 de abril, Companys reorganiza el Gobierno, excluyendo de él a los anarquistas. Según testimonio del presidente del Gobierno de la República Manuel Azaña Díaz, el presidente de las Finanzas y Cultura de la Generalitat, Josep Tarradellas i Joan manifestó más tarde que la mayor responsabilidad de los sucesos de mayo recaían por partes iguales a Companys y al Consejero de Seguridad Interior Artemi Aiguadé. Al primero, por referirse demasiadas veces a entablar la lucha con los anarquistas y al segundo, por lanzarse a la lucha sin prepararse ni consultar al presidente del “Consell”, que era el propio Tarradellas.

En su libro Memorias políticas y de guerra, Manuel Azaña describió como era aquella Cataluña de la primavera de 1937: “Ahí no queda nada: Gobierno, partidos, autoridades, servicios públicos, fuerzas armadas, nada existe. Es asombroso que Barcelona se despierte cada mañana para ir cada cual a sus ocupaciones. La inercia. Nadie está obligado a nada; nadie quiere ni puede exigirle a otro su obligación. Histeria revolucionaria que pasa de la palabra a los hechos para asesinar y robar; ineptitud de los gobernantes, inmoralidad, cobardía, ladridos y pistoletazos”.

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 Organizaciones políticas protagonistas de los sucesos de mayo del 37 de Barcelona.

Las diferentes fuerzas políticas que intervinieron en “ésta guerra civil dentro de la guerra civil”, fueron las siguientes: Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM); Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC); Confederación Nacional del Trabajo (CNT); Unión General de Trabajadores (UGT); Federación Anarquista Ibérica (FAI) y Partido Comunista de España (PCE).  

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 Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).

Esta organización política, de carácter comunista no estalinista, fue fundada en Barcelona el 20 de septiembre de 1935, gracias a la unificación del Bloc Obrer i Camperol y Esquerra Comunista, que tenía por objetivo la instauración transitoria de la dictadura del proletariado a través de la insurrección armada, la unidad sindical y, muy especialmente, la fusión del Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista de España.

Los principales líderes fueron: Joaquín Maurín Julia, Andrés Nin Pérez, Julián Gómez García “Gorkin”, Pedro Bonet Cuito, Juan Andrade Rodríguez y Jorge Arquer Saltó, todos ellos ex comunistas. La organización se integró en el Frente Popular, concurriendo a las elecciones de febrero de 1936, formando parte de dicho bloque. Al estallar la guerra civil, llegó a tener cerca de 60.000 afiliados, asumiendo la dirección del partido Andrés Nin, pues Joaquín Maurín cayó prisionero de los Nacionales en los primeros días de la contienda. El POUM estuvo representado en el Comité Antifascista de Cataluña, y más tarde en el Gobierno de la Generalitat catalana, siendo nombrado Andrés Nin consejero de Justicia y Derecho, el 26 de septiembre de 1936, ocupando la Presidencia y Finanzas, Josep Tarradellas i Joan.  

Cartel pidiendo la unidad de las fuerzas republicanas: 
Comunistas (Lenin), Anarquistas (Durruti) y Socialistas 
(Pablo Iglesias)

  El terror rojo en Cataluña.


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El POUM fue partidario de llevar a cabo la revolución marxista más allá de las metas señaladas por la Internacional Comunista de Moscú, convirtiéndose en el partido más radical de todas las izquierdas españolas, sobre todo su sección juvenil, la Juventud Comunista Ibérica (JCI), que propugnaba la constitución inmediata de “soviets” y la eliminación fulminante “de todos los enemigos del pueblo”. Con milicias propias –en las que se enrolaron no pocos extranjeros, entre ellos el escritor británico, nacido en la India, Eric Arthur Blair, más conocido por su pseudónimo de George Orwell-, albergadas en el cuartel Lenin de Barcelona, las cuales intervinieron en diversas operaciones militares, especialmente en la campaña de Aragón.

Rival del Partido Comunista, tras los sucesos de mayo de 1937, la agresión de los comunistas ortodoxos al POUM ganó en virulencia, aprovechando cualquier coyuntura para desacreditar tanto a la organización como a sus hombres. La lucha fue a muerte y el PCE aniquiló al POUM, utilizando para ello los más repugnantes procedimientos. Detenido Andrés Nin por agentes de la policía republicana, desapareció del mundo de los vivos sin dejar el menor rastro.

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Nombre que adoptó la organización política de los comunistas catalanes, que a sí misma se definió como “marxista, leninista, defensora de los intereses de los trabajadores catalanes y de los derechos de Cataluña como nación”.

Fundado pocos días después de que estallara la guerra civil, fue el resultado de la fusión de cuatro partidos: Unió Socialista de Catalunya, Partit Comunista de Catalunya, Federación Catalana del PSOE y Partit Català Proletari. Durante la contienda alcanzó un notable desarrollo, pasando de 6.000 militantes iniciales a más de 90.000 al final de la guerra, consiguiendo desplazar, en parte, a las fuerzas anarcosindicalistas, que tanto arraigo tenían en Cataluña, y formando parte de los diferentes gobiernos de la Generalitat.

Joan Comorera i Soler fue uno de sus fundadores y secretario general. Militantes fueron Rafael Vidiella i Franch y Miguel Valdés. Pere Canals era miembro del comité central del PSUC y colaborador de Jesús Monzón del PCE, que  fue asesinado por antiguos comunistas después de la guerra civil, así como Llibert Estartús que “desapareció” en octubre de 1944. El más conocido de los dirigentes del PSUC fue Gregorio López Raimundo (1914) y su compañera la escritora Teresa Pàmies (1919), la cual durante la guerra civil fue dirigente de las Joventuts Unificadas de Catalunya y una de las fundadoras de la Aliança Nacional de la Dona Jove. Finalizada la guerra civil se exiliaron: López Raimundo en México y Pàmies en Francia, Cuba, México y Checoslovaquia donde colaboró como redactora en Radio Praga. Después de la contienda, el PSUC participó activamente en la oposición a Franco, editando en la clandestinidad el periódico “Treball”. Actualmente López Raimundo y Teresa Pàmies viven en el Ensanche de Barcelona.

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Organización sindical, de tendencia anarquista, inspirada en las ideas de Bakunin, fundada en Barcelona a finales de 1910. Utilizó la táctica “del sabotaje, de los disturbios, del antiparlamentarismo y, sobre todo, la de la huelga general revolucionaria, concienzudamente planeada y llevada a cabo sin piedad” (“La guerra civil española” de Hugh Thomas. Ediciones Grijalbo, S.A. Barcelona 1978). En las primeras jornadas de la Guerra Civil, los hombres de la CNT –y los de la FAI (Federación Anarquista Ibérica)-, se hicieron temer por sus actos de vandalismo, especialmente contra la Iglesia y sus representantes, así como por los numerosos asesinatos que cometieron, especialmente en Cataluña y en Andalucía. Con el tiempo, al menos sus hombres más cualificados, abandonaron un tanto su ideología, accediendo a formar parte tanto del Gobierno de la Generalitat de Cataluña como del Gobierno central, al que aportaron dos ministros –Juan García Oliver y Federica Montseny- en uno de los gabinetes presididos por Francisco Largo Caballero. Tras los sucesos de Barcelona de mayo de 1937, tanto la CNT como sus figuras más conocidas fueron perdiendo sitio a lo largo de la guerra, espacio vacío que, usando toda clase de estrategias, fue ocupado por el PSUC en Cataluña y por el Partido Comunista en el resto de España.

 

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Organización sindical obrera, de filiación socialista, fundada en Barcelona en 1888, gracias al impulso de Pablo Iglesias, y que en su primera etapa la presidió Antonio García Quejido. Ayudó eficazmente a la caída de la Monarquía y, al instaurarse la República, superó el millón de afiliados. Durante la revolución de octubre de 1934, desempeñó un claro protagonismo en la cuenca minera asturiana, protagonismo que pagó con el encarcelamiento de los hombres más representativos de la organización. La UGT de Barcelona, también bajo influencia comunista, aumentó sus miembros de 12.000 que tenía el 19 de julio de 1936 a 35.000 a finales del mismo mes, en parte por las ventajas que suponía la posesión del carnet de un partido o un sindicato para obtener comida, y en parte por la necesidad urgente de asociación que se crea en todas las circunstancias revolucionarias. Al estallar la Guerra Civil, pasó a desempeñar un discreto papel secundario en la vida política de la zona roja.

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Organización anarquista fundada en Valencia en 1927. Durante la República promovió diversos conflictos sociales, sobre todo en Aragón y en Cataluña, que eran las regiones con mayor número de afiliados a la organización, la mayoría de los cuales terminaron con grandes confrontaciones con las fuerzas de orden público. Sus principales dirigentes, Diego Abad de Santillán, José Peirats, Mariano R. Vázquez, etc., apoyados por los cenetistas Buenaventura Durruti, los hermanos Ascaso y Juan García Oliver, ejercieron una notable influencia en el mundo sindical de las citadas regiones. Al estallar la guerra civil, se fusionó con la CNT, formando la CNT-FAI. Participaron en la contienda con una serie de columnas de combatientes que actuaron –más mal que bien- en el frente de Aragón y en la defensa de Madrid. Con el acceso de Francisco Largo Caballero a la presidencia del Consejo de Ministros, la coalición CNT-FAI alcanzó la cúspide de su influencia en la zona roja. Tras los sucesos de Barcelona de mayo de 1937, y el nombramiento del doctor Juan Negrín como sustituto de Largo Caballero, ambas organizaciones fueron, poco a poco, perdiendo su espacio político, que fue ocupado por los comunistas, hasta su virtual desaparición en los últimos meses de la guerra.

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Organización política fundada en noviembre de 1921 por Óscar Pérez Solís, José Bullejos Sánchez, Daniel Anguiano Mangado. Manuel Adame Misa, Manuel Hurtado Benítez, Joaquín Maurín Julia y otros. Inspirado en los principios del marxismo-leninismo, es a partir de las elecciones de febrero de 1936, que dieron el triunfo al Frente Popular, cuando logra más de 100.000 afiliados y 16 diputados a Cortes. En septiembre de 1936 ya cuenta con casi medio millón de militantes y consiguen las carteras de Agricultura (Vicente Uribe) y de Instrucción Pública (Jesús Hernández). Quieren conseguir rápidamente la derrota del “fascismo”, para lo cual cuentan con el concurso del Moscú oficial y de numerosos extranjeros de merecida fama de revolucionarios. Mediante los comisarios políticos se van introduciendo en los medios militares y con el tiempo controlan el ejército. Empleando toda clase de malas artes, el PCE inició una campaña difamatoria contra Largo Caballero. De ello se encargaron Dolores Ibárruri “La Pasionaria” y Jesús Hernández. El peso específico que perdió el Partido Socialista, lo ganaron los comunistas, aspirando a constituir un partido único del proletariado monopolizado por ellos. Cuando en las postrimerías de la guerra, Casado da un golpe de Estado, se opusieron, permaneciendo fieles al casi inexistente Gobierno de Negrín. Al final se avinieron a deponer las armas y todos los líderes más significativos del PCE abandonaron España, refugiándose la mayor parte de ellos en la URSS.

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Desfile por el Paseo de Gracia de la Primera Brigada 
de Guardias de Asalto enviada por el Gobierno de la República 

Ante el ambiente que se registraba en la Ciudad Condal, el Gobierno prohibió la celebración del 1º de Mayo, que tradicionalmente era una jornada de fiesta. La fecha transcurrió en silencio, pues la UGT  y la CNT acordaron suspender los desfiles, que inevitablemente habrían ocasionado tumultos. El 2 de mayo, Prieto telefoneó a la Generalitat desde Valencia. El telefonista, que era anarquista, replicó que en Barcelona no había gobierno sino sólo un “comité de defensa”. El gobierno y los comunistas estaban convencidos desde hacía tiempo que la CNT registraba sus llamadas, pues estaba en condiciones de hacerlo

En las primeras horas de la tarde del 3 de mayo, el comisario general de Orden Público, Eusebio Rodríguez Salas, miembro del PSUC, con tres camiones de guardias de Asalto y por orden del consejero de Seguridad Interior del Gobierno de la Generalitat de Cataluña, Artemi Aiguadé i Miró, fueron llevados ante la Telefónica, edificio situado en la Plaza de Cataluña, para tratar de ocuparlo. De conformidad con el decreto de colectivización y control por los trabajadores dictado por el gobierno catalán el 24 de octubre de 1936, que legalizaba la incautación o el control de las grandes empresas comerciales e industriales de que se habían apoderado los sindicatos durante los primeros días del conflicto, la oficina central de teléfonos, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional de España, filial de la “International Telephone and Telegraph Corporation”, estaba controlada por un comité de la CNT y la UGT, repartida por pisos entre los dos sindicatos, si bien los auténticos dueños eran los anarcosindicalistas, y su bandera roja y negra, que había ondeado en lo alto de la torre del edificio desde el mes de julio, daba testimonio de su supremacía. Desde aquí se controlaba incluso las comunicaciones de la Generalitat y las del presidente de la República, Manuel Azaña, que estaba residiendo en el Palacio del Parlamento en el Parque de la Ciudadela de la Ciudad Condal. Tanto era el control que se establecía desde la Telefónica, que se contaba la anécdota, aunque de veracidad no muy segura, que un telefonista cortó una conversación de Manuel Azaña de la siguiente forma: “No puede usted continuar hablando de esas cosas. Está prohibido”. “¿Por quién?”. “Por mí”. “¿Cómo no voy a hablar si soy el Presidente de la República?”. “Razón de más. Sus deberes son mayores”.  

Se adueñaron de la planta baja, pero desde el segundo piso abrieron fuego otros confederados, creyendo que el edificio estaba en poder de la Generalitat. La CNT exigió la destitución inmediata de Rodríguez Salas y de Aiguadé, a lo que se negaron los de la Generalitat. El tiroteo originado en la Plaza de Cataluña, se extendió rápidamente desde Gracia a las Ramblas. Todas las organizaciones políticas habían sacado las armas que tenían ocultas y empezaron a levantar barricadas, se dieron las alarmas en las fábricas y se cerraron las puertas y los escaparates de los comercios. A las ocho de la tarde, el presidente Azaña, visiblemente angustiado, se quedó aislado en su palacio, llamando a Companys, que acababa de regresar de Benicarló donde había mantenido una reunión con Largo Caballero. Con voz trémula, Azaña manifestó a Companys que “sin duda hay anarquistas alrededor de los jardines”, a lo que el presidente de la Generalitat, contestó: “No le harán ningún daño. Se lo prometo. Está usted protegido por las autoridades catalanas y, por tanto, no corre ningún peligro”. Dominado por el pánico, Azaña enfurecido le respondió: “Es más fácil decirlo que probarlo. Mi situación es intolerable. El presidente de la República no debiera pasar por estos trances”. Más tarde, Companys envió a los consellers Josep Tarradellas y Antonio María Sbert, con la intención de tranquilizar a Manuel Azaña.

La ciudad quedó dividida en sectores. De un lado se encontraban las juventudes libertarias y trotskistas, y de otra parte figuraban la Generalitat, los guardias de Asalto y los más exaltados del Partido Socialista Unificado, del Estat Català y de la Esquerra.

El 4 de mayo, Aiguadé reiteró su petición de refuerzos a Valencia, pero Largo Caballero y el ministro de Gobernación, Ángel Galarza se resistieron a intervenir. Se luchó en Sans, San Andrés, Pueblo Nuevo, Gracia, Vía Layetana, Plaza Palacio y Plaza Urquinaona. A las cinco de la tarde llegaron a la Generalitat los ministros cenetistas del Gobierno central, Federica Montseny y Juan García Oliver, con Abad de Santillán, Alfredo Martínez y Mariano R. Vázquez, todos ellos de la CNT-FAI, junto con Pascual Tomás y Hernández Zancajo de la UGT. El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, mandó un angustioso mensaje a Largo Caballero, que decía así: “Me esforzaré conciliación; pero paréceme CNT querrá condiciones que le permitan salir reforzada lucha. Usted conoce métodos y caracteres. Conviene tenerlo todo preparado”.

García Oliver propuso un “Consell” de urgencia, designado por los Comités Nacionales de la CNT y de la UGT, pero Companys y Tarradellas lo rechazaron.  

Los emblemáticos Almacenes SEPU en las Ramblas, 
con consignas exigiendo un nuevo Ejército Popular.

El Ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, ordenó al jefe de la aviación, Hidalgo de Cisneros, que se presentase en Reus con destacamentos preparados para intervenir en Barcelona. Mientras tanto, Azaña reclamaba histéricamente por telégrafo que lo “rescatasen”, por lo que Prieto dispuso que fuesen a Barcelona los destructores “Lepanto” y “Sánchez Barcaíztegui”. Sobre estos hechos, el general Ramón Salas Larrázabal escribió: “Azaña aparece constantemente aterrorizado, víctima de unos acontecimientos que no controla ni intenta controlar, perdida la serenidad y el dominio de sí mismo, cobarde y suplicante, sin personalidad suficiente para tomar las decisiones, que según él se imponían en tan dramática situación”. (En la madrugada del viernes 7 de mayo, Azaña y su familia fueron trasladados al aeropuerto del Prat y desde allí volaron a Valencia. En el aeropuerto de Manises, aguardaban al presidente de la República el Consejo en pleno. Manuel Azaña dejó de ser un “prisionero de la revolución...”).

El 5 de mayo prosiguieron los combates callejeros. Los extremistas y los agentes provocadores siguieron azuzando a los luchadores. A media mañana se aplicó, por comunicación del Gobierno central, la incautación de servicios de Orden Público lo que supuso un gravísimo revés a la autonomía de la Generalitat. El jefe de la guardia nacional republicana, el coronel Escobar, recibió el nombramiento de delegado de Orden Público y el general Sebastián Pozas sustituyó al general Aranguren en la jefatura de la Cuarta División Orgánica, o sea que tomó el mando de las fuerzas de Cataluña y del frente de Aragón.

Companys nombró un Gobierno provisional con cuatro consejeros, y ni Tarradellas ni Aiguadé figuraron en él. Carles Martí Faced desempeñó la “Conselleria” de Finanzas y Cultura en nombre de la Esquerra. Antonio Sesé, de la UGT, reunió las carteras de Abastecimientos, Trabajo, Obras Públicas y Justicia. Valeri Más, de la CNT, fue el titular de Economía, Servicios, Asistencia y Sanidad. Joaquín Pou, de la “Unió de Rabassaires”, se hizo cargo del Departamento de Agricultura.

Barricadas en la Plaza de San Jaime.

Cuando a la una de la tarde del miércoles 5 de mayo, Antonio Sesé se dirigía a la Generalitat en coche oficial para jurar su cargo, fue tiroteado y muerto en la calle Caspe, frente al Sindicato de Espectáculos Públicos de la CNT. Los anarquistas afirmaron que Sesé había sido víctima de un disparo procedente de las barricadas de la Esquerra, en el Paseo de Gracia. Una hora después, muy cerca de allí, en la calle Cortes, caía combatiendo Domingo Ascaso Budría, de la CNT. Era hermano de Francisco, máximo líder, junto con Buenaventura Durruti y García Oliver, del anarcosindicalismo español. Rafael Vidiella, de la UGT y del PSUC, sustituyó a Sesé en el Gobierno de la Generalitat.

Al atardecer del día 5, la insurrección anarquista había fracasado. De ello se dieron cuenta los jefes de la CNT, y fue en la noche del 5 al 6 cuando dieron a sus militantes la orden de retirada de las barricadas. Gran parte de los obreros se rindieron, pero los elementos más avanzados, reunidos en la agrupación “Amigos de Durruti”, se negaron a aceptar la rendición y decidieron proseguir la lucha. Un gran número de los militantes del POUM se unieron a ellos, pero era materialmente imposible restablecer esta situación tan comprometida. En las horas nocturnas tuvieron lugar algunas “discretas” desapariciones, como las de los anarquistas italianos Camillo Berneri y Francesco Barbieri, así como la de doce miembros de las Juventudes Libertarias, cuyos cuerpos mutilados y casi inidentificables fueron hallados en el edificio de “La Pedrera”, en el Paseo de Gracia, ocupado por los comunistas.  

El jueves 6 de mayo, la rebelión pudo considerarse vencida, pero aún hubo 42 muertos. En el día anterior se habían registrado 55 víctimas. El alcalde accidental de Barcelona, Hilario Salvador, concedió una rueda de Prensa en el Ayuntamiento, y haciendo uso de un gran sarcasmo manifestó que no hablaría de los “disturbios”, si bien quería recordar el buen funcionamiento de los servicios sanitarios en la recogida de heridos y cadáveres. En la UGT se eligió el sucesor de Sesé, siendo designado José del Barrio. Cursaron una noticia, mediante la que expulsaban del sindicato a todos los miembros del POUM por ser ésta “la organización impulsora del movimiento contrarrevolucionario de éstos días”, comenzando de esta forma una persecución contra aquel partido, marxista y antiestalinista, cuyas consecuencias serían gravísimas para la Generalitat y para la República.

En la tarde del 6, llegaron ochenta camiones desde Valencia con 5.000 guardias de Asalto, desfilando por la ciudad al grito de UHP (¡Unios, hermanos proletarios!) que la Revolución de Asturias propagó tres años antes por la cuenca minera. También llegaron a la Ciudad Condal los carabineros del doctor Juan Negrín, con lo que se reunieron más de 12.000 hombres de las fuerzas del Orden Público en Barcelona. También desde la capital del Turia llegó el recién nombrado jefe superior de Policía de Barcelona, por el Gobierno central, Emilio Torres. Cataluña empezó a cobrar el aire de una tierra militarmente ocupada, mientras el 8 de mayo de 1937, la población se lanzó a la calle, hambrienta de sol y de libertad...

 

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Según Federica Montseny, el número de muertos registrados por los sucesos de Barcelona fueron de 400 y unos 1.000 heridos. Pero a los que sucumbieron combatiendo en las calles, hay que añadir otra lista de muertos, y son los asesinados al amparo de aquella batalla campal. En Ripollet (Barcelona) aparecieron 14 cadáveres de cenetistas, arrojados a un terraplén. En el Prat de Llobregat descubrieron el cuerpo de Alfredo Martínez, secretario general de las Juventudes Libertarias de Cataluña. Otros sucumbieron en las checas de la policía paralela comunista, controlada ahora por la NKVD. Este fue el destino de Kurt Landau, antiguo trotskista y fundador del Partido Comunista austríaco de Erwin Wolf, secretario del propio Trotski en el exilio y de Hans Freund, trotskista convencido. De modo análogo desaparecerá Andrés Nin. El balance total de las víctimas no será nunca sabido. El corresponsal británico del “The New Statesman and the Nation”, H.L. Brailsford, lo eleva a 900, y Lawrence Fernsworth cree fue de 500 muertos.

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La triste refriega, implantó la caza del hombre. Los anarquistas salieron mejor librados, pero al POUM lo exterminaron literalmente. Otra víctima de estos sucesos de mayo de 1937 fue Largo Caballero, zancadilleado fácilmente por los comunistas e incluso por bastantes socialistas, y reemplazado por el doctor Juan Negrín, el “candidato” favorito de Stalin.

George Orwell, en su libro “Homenaje a Cataluña”, escribió: 

“Con la caída de Largo Caballero los comunistas se habían instalado definitivamente en el poder, el mantenimiento del orden interno había sido confiado a ministros comunistas y nadie dudaba de que iban a aplastar a sus rivales políticos tan pronto como se presentara la primera oportunidad”.

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El 18 de junio de 1937, secretamente detenidos dos días antes los dirigentes del POUM, Andrés Nin, Julián Gómez “Gorkin”, Arquer, Andrade y Gironella entre otros cuarenta, “La Pasionaria” pronunció este discurso:

“Estos malditos enemigos del proletariado y de la revolución se han vendido en cuerpo y alma al fascismo y a los enemigos del proletariado. Siembran el desconcierto en las filas de los obreros, quienes, faltos de clara conciencia de clase y de formación política, se dejan influir por la palabrería «ultra revolucionaria» vacía y demagógica, sin advertir el camino contrarrevolucionario abierto entre ellos”.

Un mes antes, el 11 de mayo, haciéndose eco de las manifestaciones de José Díaz ante el Comité Central del Partido Comunista, del cual es secretario, -“El POUM debe ser eliminado de la vida política del país”-, el PSUC reitera la ofensiva estalinista. En el periódico “UHP” de Lérida, el dirigente del “Partit Socialista Unificat de Catalunya” (PSUC), Miguel Valdés, escribe tajante: “Hay que exterminar a Andrés Nin y a su grupito de amigos”. Y así ocurrió... Nin fue misteriosamente asesinado en las inmediaciones de Madrid, adonde se le llevó desde Valencia. El estalinismo, servido por el comunismo español, había triunfado.  


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