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Asedio y liberación de «el Alcázar de Toledo».

El Mundo. 5 de Septiembre de 2.005.-
«Nos dieron la absolución "in artículo mortis"»

Martina Ramos Albarran. Catedrática jubilada de Instituto.

 

Yo era una niña de 12 años. Mi padre era sargento de la Guardia Civil y estaba destinado en Ajofrín, donde habíamos vivido hasta entonces. Los concentraron en Toledo, y mi madre y las cuatro hermanas que éramos nos vinimos con él.

Lo más triste y tétrico que recuerdo fue cuando hubo una misa en los sótanos. Vino el padre Camarasa y dio la absolución a todos. Yo no he visto nunca llorar a los hombres como entonces. ¡Qué pánico! Yo tuve una pena horrorosa porque vi llorar a mi padre, que no le había visto llorar en mi vida. Allí lloraban todos. Y la gente quedó muy descontenta con el padre Camarasa porque, en vez de animarles, les dijo: «No seáis insensatos, aquí sólo os queda morir». Total, que nos dio la absolución. In articulo mortis, yo creo.

El padre Camarasa había venido también para sacar a las mujeres y los niños porque se suponía que iban a destruir el Alcázar y nos iban a eliminar a todos. Entonces alguno de los jefes le dijo: «Consulte usted si se quieren marchar». Y nadie se quiso marchar. Pensábamos que íbamos a morir, pero no pensamos nunca en la rendición.

Después estaba el pánico de la perforadora para la mina que iban a poner. La oíamos por las noches. Había un cabo que había sido minero y que estaba perfectamente enterado de hasta donde llegaban cada día. Y nosotros, cuando empezaba la tierra a retemblar, nos asustábamos mucho: «Que vienen, que ya vienen», pensábamos.

Eso, y lo que sucedía por las noches, los altavoces desde las trincheras, que nos gritaban: «Los del Alcázar, vais a ver a Franco con las orejas cortadas!» o «¡alcazareños, mañana os vais a ver colgados de los...!». A mí, la perforadora y oír esas voces por las noches era lo que más pánico me daba. Yo me tapaba los oídos para no escucharles.

Y, efectivamente, lo de la mina pasó. Fue un ruido... fue algo... de verdad... fue espantoso. ¡Y polvo, polvo, polvo...! No podíamos ver, teníamos la lengua pegada al paladar, decían que era de la trilita, con un sabor tremendo. Uno de los jefes se abrazó a otro y dijo: «¡La famosa mina, estamos a salvo!», porque no había matado a ninguno de los niños ni de las mujeres. De los defensores sí, la mina mató a 10 ó 12, entre ellos el cabo minero, al que todo el mundo tenía un cariño enorme.

Pero nos quedamos entre los dos fuegos porque, inmediatamente después de la explosión de la mina, asaltaron el Alcázar. Llegaron a entrar y a poner una bandera roja en lo alto de los escombros. Pero los nuestros rápidamente se la quitaron. y seguían bombardeando y atacando. Los bombardeos eran tan fuertes y tan seguidos que mi madre cuenta que yo estaba tan aterrada que le decía llorando: «¿Por qué no nos habrá matado la mina?». Tuvimos unos cuantos días de no descansar, de bombardeos, dándole, dándole... Una vez hirieron a mi padre. Llegó con la guerrera totalmente ensangrentada. Y al cabo de pocos días bajó donde estábamos y le dijo a mi madre: «Me duele mucho, parece que se me ha infectado». Mi madre le quitó la guerrera y el vendaje ¡y le salían de las heridas gusanos enormes, como espaguetis! ¡Se le habían pudrido las heridas!

Y pasábamos hambre. Nos daban un pan hecho con trigo machacado con un molino muy rudimentario que movían con el motor de una moto. Y no sé si le ponían grasa de caballo o qué para unirlo ¡A nosotros nos sabía ideal! No tenía sal pero era lo único que comíamos. Eso y trigo machacado y cocido con carne de caballo. Una vez pasaron unos aviones muy bajos, y nos tiraron unas octavillas. Eran los aviones de Franco, diciendo que resistiésemos. y a los pocos días volvieron y nos tiraron unos fardos con comida. Se hizo polvo mucha parte, pero bueno, tocamos cada uno a una cucharada, no sé si era chocolate y sardinas mezcladas. Pero, ¿tú sabes el gusto que me daba que me repitieran las sardinas? A mí, que antes me daban asco las cosas que repetían, me parecía una maravilla aquello. Cuando ya salimos de allí no queríamos comer comida de fuera. Nos dieron una paella y ¡no queríamos comer paella porque era un sabor tan fuerte...! Claro, estuvimos 72 días comiendo sólo trigo con agua y sin sal, pues todo lo que tenía condimento era horrible.

¡Dicen que no hubo conferencia de Moscardó! Pues yo recuerdo a Gloria Eymar bajar las escaleras del sótano descompuesta, diciéndonos: «¡Qué horror, ha dicho Moscardó que maten a Luis, que pueden matar a Luis!».

Lo primero que vimos cuando se liberó el Alcázar fue a un legionario que entró en el sótano gritando: «¡Viva España!». Pero, cómo sería de repelente el olor que teníamos, ¡que el legionario se mareó! Y recuerdo otra cosa: supongo que las letrinas se pondrían en seguida a tope y la gente salía a hacer sus necesidades a una zona cercana a uno de los torreones. Era un sitio lleno de malos olores. Y, fíjate, cuando liberaron el Alcázar y salimos fuera, al pasar por allí ya no olía mal. Me acerqué y, qué curioso, ¿sabes que había? ¡Un enorme campo de trigo! Como comíamos sólo eso, ¡había nacido el trigo! Parecía un milagro.


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