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Actualizada: 15 de Octubre de 2.005.

 
 
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Otra falsedad: la del «Páramo Cultural».

Eduardo Palomar Baró.

Desde la implantación democrática, los pseudohistoriadores y los medios de comunicación “liberales e independientes” se han encargado de volver a bombardear constantemente a los sufridos celtíberos con la socorrida y errónea imagen de que durante la “dictadura” existió un “desierto literario” y un “páramo cultural”.

Para rebatir tamaña inexactitud y falsedad, es interesante conocer el artículo de Julián Marías, nada sospechoso de franquista, que bajo el título La vegetación del páramo publicó La Vanguardia Española el viernes 19 de noviembre de 1976, o sea al año del fallecimiento del Generalísimo Franco.

«Se trata –no hay que decirlo- del famoso “páramo cultural” español de los últimos decenios. La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que “curas y militares”, y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado –hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio- la escoria “demoliberal”, y se había restablecido el esplendor “imperial” de España, ejemplificado en nombres de los que hace mucho tiempo nadie se acuerda, y que no es piadoso recordar.

Hace mucho tiempo que quedaron atrás, desmentidas por los hechos, las dos versiones, si se quiere, las dos caras de la moneda falsa, de curso “legal” cada una de ellas en campos acotados y para propósitos muy definidos. Sin embargo, ahora reverdece la primera, destinada primariamente al consumo de los jóvenes nacidos a la vida histórica hace poco tiempo, un decenio o dos a lo sumo, que tienen más presente la imagen de los últimos años y confunden los tiempos que no han vivido.

¿Cómo es posible que pueda usarse –y prosperar- la imagen del “páramo”? Los jóvenes tienen ante los ojos, sobre todo, las instituciones en las cuales estudian, a las cuales tienen acceso; y se podría hablar, en efecto, de un páramo institucional desde que la guerra arrasó las Universidades, el Centro de Estudios Históricos, la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes y la de Señoritas, y en muy buena medida las Academias. Se les ha dicho además, incansablemente, que no han tenido maestros -lo cual ha contribuido tanto a que no los tengan aunque los haya, a que renuncien a ellos y no los hagan suyos-. Se ha tratado de inculcar en sus mentes la idea de que sólo en los últimos años –a lo sumo desde 1956- ha habido intentos de resistencia a la falta de libertad, de afirmación de las opiniones discrepantes, de ejercicio de la inteligencia. Es decir, hasta que han empezado a hacer algo los interesados en difundir esa imagen. Todo lo anterior –y, en definitiva, todo durante cuarenta años- ha sido el páramo intelectual de España.

La verdad ha sido muy distinta. En La España real he escrito: “La libertad empezó a germinar y brotar, como brota la hierba en los tejados y en las junturas de las losas de piedra. Sería apasionante y conmovedor una historia fina y veraz del tímido, vacilante, inseguro renacimiento de la libertad en España”. No puedo hacerlo aquí –lo he hecho parcialmente, en otros lugares, desde hace un cuarto de siglo, por ejemplo en El intelectual y su mundo, 1956, publicado en Buenos Aires, prohibido muchos años en España: en Los Españoles; en El oficio del pensamiento; en Innovación y arcaísmo-; voy a limitarme a recordar algunos hechos, algunos datos, todos ellos anteriores a la muerte de Ortega a fines de 1955, es decir, en el apogeo del supuesto “páramo”.

La guerra civil –en ambas zonas- significó la ruptura de la continuidad, la casi total extinción de la vida intelectual, el dominio de la propaganda, la persecución de la verdad, el triunfo del partidismo. Sin embargo, en la zona republicana, en Valencia y luego en Barcelona, se publicó la revista mensual Hora de España, que mantuvo un decoro intelectual y literario, sorprendente en medio de una feroz discordia civil. La noble pluma de Antonio Machado honraba todos los números de la revista, y a su sombra colaboramos muchos que no hemos tenido nunca que avergonzarnos ni arrepentirnos de lo que allí escribimos. No sé si en la otra zona hubo algo comparable –no ha llegado a mí la noticia-, pero hay que hacer constar que, terminada la guerra, desde 1940 y durante los dos años de dirección de Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, Escorial significó un esfuerzo de reanudación de la convivencia intelectual y de los derechos de su ejercicio. Y, en forma ya más independiente, no se olvide lo que fue Leonardo en Barcelona, y desde 1946 Ínsula en Madrid (puede repasarse el índice de esta revista que hace unos veinte años compuso Consuelo Berges, y que no puedo ver sin admiración y una nostálgica melancolía).

Tres son los elementos que pueden distinguirse en los años posteriores a la guerra: 

1) La exclusión de los disidentes por el Estado y las fuerzas políticas que lo respaldaban, su recuperación por el resto de la sociedad. 

2) La reanudación de la continuidad intelectual por parte de los grandes escritores. 

3) La aparición de otros nuevos, de las generaciones posteriores a la guerra.

Tan pronto como fue posible, quiero decir desde el término de la Guerra Mundial, que había impuesto un casi absoluto aislamiento, se empezó a hablar de los escritores emigrados. Mientras la censura proscribía sus obras y hasta se tachaba con indeleble tinta negra su nombre al frente de la edición de un clásico, Ínsula fue el órgano principal de su difusión y comentario. En el Diccionario de Literatura Española de la Revista de Occidente (1949) hablé de Alberti, García Lorca, Salinas, Guillén, Antonio Machado, Azaña, Gómez de la Serna, Casona, José Gaos, y allí aparecían igualmente otros muchos, sin otro criterio que la calidad y la información disponible.

Los grandes autores de la generación del 98, de las dos siguientes, empezaron muy pronto a escribir, y una parte esencial de su obra corresponde a los años que estoy recordando. Menéndez Pidal publica Los españoles en la Historia y Los españoles en la literatura –tan independientes, tan contracorriente, que tanto rencor oficial provocaron-: Reliquias de la poesía épica española, Romancero hispánico, El Imperio Español y los cinco reinos, innumerables estudios lingüísticos, literarios e históricos. Azorín, Españoles en París, Pensando en España, los dos prodigiosos libros Valencia y Madrid, novelas como El enfermo, La isla sin aurora, María Fontán, Salvadora de Olbena; cuentos como Cavilar y contar, ensayos y memorias como París, Memorias inmemoriales, Con permiso de los cervantistas, Con Cervantes, El cine y el momento. Baroja en los mismos años publica sus memorias, Desde la última vuelta del camino, Canciones del suburbio, El cantor vagabundo... Los títulos de Ortega se suceden: Historia como sistema, Ideas y creencias, Teoría de Andalucía, Estudios sobre el amor, los prólogos a Bréhier y Ybes, a Alonso de Contreras y El collar de la Paloma, Papeles sobre Velázquez  y Goya... Zubiri publica Naturaleza, Historia, Dios; Morente, Lecciones preliminares de filosofía y Ensayos; Dámaso Alonso, La poesía de San Juan de la Cruz, Ensayos sobre poesía española, Vida y obra de Medrano, Poesía española, y nada menos que los libros de poesía original Oscura noticia, Hijos de la ira y Hombre y Dios. García Gómez, después de las Qasidas de Andalucía, Silla del Moro y Nuevas escenas andaluzas, la traducción de El collar de la paloma.Vicente Aleixandre, nada menos que Sombra del Paraíso; y por si fuera poco, Mundo a solas, Poemas paradisiacos, Nacimiento último, Historia del corazón. Miguel Mihura estrena en colaboración Ni pobre ni rico sino todo lo contrario y El caso de la mujer asesinadita, y solo Tres sombreros de copa, El caso de la señora estupenda, Una mujer cualquiera, ¡Sublime decisión!, etc. José López Rubio, Alberto, Celos del aire, La venda en los ojos, La otra orilla. Fernando Vela publica El grano de pimienta, Circunstancias, Los Estados Unidos entran en la historia. Marañón da una larga serie de libros admirables: Ensayos liberales, Crítica de la medicina dogmática, Luis Vives, Españoles fuera de España, Antonio Pérez, Elogio y nostalgia de Toledo. ¿Quién ha podido romper la continuidad de la cultura española del siglo XX, más fuerte que el partidismo, la violencia y el espíritu de negación?

¿Y los nuevos? Quiero decir los escritores apenas conocidos o desconocidos enteramente, que hacen la mayor parte de su obra después de la guerra civil. Aparte de algunos libros promovidos por la guerra misma, poesía o narraciones de Miguel Hernández, Herrera Petere, Rafael Alberti, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo y otros a ambos lados de las trincheras, hasta 1941 no empieza ese nuevo brote de pensamiento, narración o poesía.

Casi toda la obra poética de Gabriel Celaya es de ese período: Tentativas, Movimientos elementales, Objetos poéticos, Las cosas como son, Las cartas boca arriba, Paz y concierto, Vía muerta, Cantos iberos. Casi lo mismo podría decirse de Luis Rosales: después de Abril, anterior a la guerra, Retablo sacro del Nacimiento del Señor, La casa encendida, Rimas. De Dionisio Ridruejo son Primer libro de amor, Fábula de la doncella y el río, Sonetos a la piedra, Poesía en armas, En la soledad del tiempo. La obra de Leopoldo Panero, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, Blas de Otero, se condensa o al menos se inicia y madura en estos años.

Zunzunegui, anterior a la guerra, publica con fecundidad tras ella: ¡Ay..., estos hijos!, La quiebra, La úlcera, Las ratas del barco, Esta oscura desbandada. Pero es Camilo José Cela el que inicia la novela de su generación, a fines de 1942: La familia de Pascual Duarte; y luego, Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, La colmena, Viaje a la Alcarria y tantas invenciones más. Y tras él Ignacio Agustí con Mariona Rebull y El viudo Rius, Carmen Laforet con Nada, Gironella con La marea y Los cipreses creen en Dios, Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada, Aún es de día, El camino, Mi idolatrado hijo Sisí, Diario de un cazador. Todavía en ese plazo empiezan a aparecer cuentos de Ignacio Aldecoa y su novela El fulgor y la sangre y Congreso en Estocolmo, del economista y novelista José Luis Sampedro, y Gonzalo Torrente, y el comienzo de la obra teatral de Buero Vallejo, desde Historia de una escalera hasta Irene o el tesoro.

¿Cómo olvidar la obra ingente de Pedro Laín Entralgo, autor caudaloso y profundo a un tiempo? Medicina e historia, Menéndez Pelayo, Las generaciones en la historia, La generación del 98, España como problema, La historia clínica, Palabras menores, La espera y la esperanza, son sólo unos cuantos de sus libros de quince años. Y, aunque con obra iniciada unos años antes, Enrique Lafuente Ferrari da en éstos mismos lustros obras capitales: Velázquez, Vázquez Díaz, Zuloaga, la expansión y maduración de su Breve historia de la pintura española, el libro esencial sobre el tema. ¿Y los innumerables libros de Camón, Juan Antonio Gaya Nuño, Sánchez Cantón, Angulo, María Luisa Caturla, María Elena Gómez Moreno? Añádase la obra de Fernando Chueca, desde Invariantes castizos de la arquitectura española hasta Nueva York: forma y sociedad, El semblante de Madrid o La arquitectura del siglo XVI, los estudios de geografía social de Manuel de Terán, los ensayos de patología psicosomática y psicología de Juan Rof Carballo, y tantas obras originales. Los libros de historia de las ideas de Antonio Tovar, Luis Díez del Corral, José A. Maravall, Enrique Gómez Arboleya, Lapesa, Blema, Díaz-Plaja... Y la aparición un poco tardía de Aranguren.

Y no puedo omitir mi nombre, porque, si no me equivoco, mi Historia de la Filosofía (enero de 1941), fue el primer libro nuevo de autor nuevo, que invocaba la tradición filosófica española anterior a la guerra para seguir adelante con otros libros: La filosofía del P. Gratry, Miguel de Unamuno, El tema del hombre, Introducción de la Filosofía, Filosofía española actual, El método histórico de las generaciones, Biografía de la Filosofía, Ensayos de teoría, Idea de la Metafísica, La estructura social...

Repare el lector en que esto es una fracción de lo que se ha publicado en España después de la guerra civil y hasta 1955. Y que me he fiado de mis recuerdos más vivos, sin disponer de tiempo ni de espacio para tratar adecuadamente el tema. Pero pienso que no son buenos botánicos los que hablan del “páramo” y se les pasa esta frondosa, esperanzadora vegetación, que pudo brotar en el clima más inhóspito, sin abono, sin cultivo, mientras tantos intentaban simplemente descastarla». Julián Marías.


Promociones literarias a partir de 1939


 

 

Primera promoción de posguerra.


Camilo José Cela, Carmen Laforet, Pedro de Lorenzo, Emilio Romero, José García Nieto, Rafael García Serrano, Antonio Valencia, Manuel Andújar, Rafael Morales, Antonio Buero Vallejo, José Luis Hidalgo, Miguel Labordeta, Gaspar Gómez de la Serna, Dámaso Santos, Juan Marichal, Fernando Lázaro Carreter, Santiago Lorén, Leopoldo de Luis, Blas de Otero, Luis López Anglada, Ramón de Garciasol, José María Gironella, Luis Romero, Tomás Salvador, Fernando Díaz Plaja, Eduardo Haro Tecglen, Lorenzo López Sancho, José Antonio Giménez Arnau, Eugenia Serrano, Ricardo Fernández de la Reguera, Susana March, Ángel María de Lera, José Luis Castillo Puche, Rafael Montesinos, Salvador Pérez Valiente, Elena Quiroga, Miguel Delibes, Gloria Fuertes, Eugenio de Nora, Juan Fernández Figueroa, Juan Eduardo Cirlot, Adolfo Muñoz Alonso, Vicente Gaos.

 

Segunda promoción de la posguerra, también llamada del medio siglo,


José María Valverde, Carlos Bousoño, Ana María Matute, Juan Goytisolo, José Hierro, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Ramón Solís, Alfonso Paso, Antonio Prieto, Torcuato Luca de Tena, Lorenzo Gomis, Lauro Olmo, Pilar Narvión, Alfonso Canales, Jaime Campmany, Jaime Suárez, Ángel Crespo, Carlos Luis Álvarez, Rafael Sánchez Ferlosio, Julio Manegat, José María Castellet, Medardo Fraile, Carlos Barral, Manuel Álvarez Ortega, José María Moreno Galván, Juan Guerrero Zamora, Fernando Quiñones, Luis Jiménez Martos, Aquilino Duque, Rafael Guillén, Antonio Castro Villacañas, Jesús Fueyo, Francisco García Pavón, José Ángel Valente, Concha Alós, Jaime Ferrán, Claudio Rodríguez, Carlos Rojas, Manuel García Viñó, Jesús López Pacheco, Manuel Alcántara, Ángel González, Juan Hortelano.

 

Tercera promoción de la posguerra o de los años sesenta.


Isaac Montero, Antonio Gala, Luis Martín Santos, Baltasar Porcel, Andrés Bosch, Alfonso Grosso, Luciano G. Egido, Juan Benet, Francisco Umbral, Máximo, Eladio Cabañero, Manuel Mantero, Carlos Murciano, Luis María Anson, Carlos Sahagún, Jesús Torbado, Rodrigo Rubio, Félix Grande, Rodrigo Rubio, Marta Portal, Luis Carandell, José Carlos Mainer, Francisco Rico, Luis Berenguer, Agustín García Calvo, Andrés Amorós.

Cuarta promoción.


Ana María Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Eduardo Chamarro, Marsé, Guillermo Carnero, Pedro Gimferrer, Vicent, Savater, Rosa Montero y otros muchos más.


No hubo tal desierto


Emilio Romero, escritor de los varios géneros básicos de la literatura, tales como la poesía, la novela, el teatro y pensamiento o ensayo, en su libro Tragicomedia de España, Premio Espejo de España de 1985 (ex aequo con Retratos españoles de Ernesto Giménez Caballero), manifiesta rotundamente que no hubo “desierto literario” ni “páramo artístico”. Lo explica así: “En el mundo artístico, el universal Picasso podría estar –tristemente- en su exilio voluntario, con sus excentricidades comunistas, pero Salvador Dalí decía un día en el Teatro María Guerrero de Madrid, y en estos años cuarenta: «Picasso es pintor, yo también; Picasso es español, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco». El pensamiento, el teatro, la novela, la poesía lucieron con naturalidad, y hasta con esplendor, sin rupturas de ninguna clase. La gran lista de los escritores famosos actuales no son posrestauracionistas, sino que muchos de ellos vienen del antiguo Régimen, en sus artículos, el teatro, el cine y sus libros.

Aquellos escritores de todos los tiempos, que hemos glorificado como guías, y que denominamos como nuestros “escritores clásicos”, tuvieron en su tiempo las limitaciones a la libertad que todos sabemos, y los celebramos como monumentales. Hubiera sido mejor que la censura no existiera –y yo fui también una de sus víctimas, en el teatro, en el periódico y en el libro-, pero en ese tiempo nacieron unos ingenios que van a figurar en la posteridad, y no será porque la censura, o las dictaduras de los reyes –en el absolutismo monárquico-, pudieran impedir el ingenio. Ahora mismo, los que verdaderamente –y tras la restauración democrática- vienen de atrás, de la Dictadura, en ella escribieron sus obras que les dieron crédito. Pero en estos asuntos prefiero que sean otros, los que tienen asignadas las credenciales democráticas –por snobismo, por oportunismo, por sustracción o por decisión-, quienes cuenten algo sobre los pobladores de ese “desierto”. He elegido a Rafael Conte, que lleva las páginas, o los suplementos literarios o de cultura en el periódico oficialmente de la izquierda en nuestro país, y que no sé por qué ha decidido enterrarme vivo, y merendarse mi biografía literaria como un sapo. Yo no hago esto con Rafael Conte.

En unos encuentros sobre el “Análisis de la Prensa” celebrados en Madrid, el sociólogo Jesús Ibáñez se refirió al periódico El País como dispositivo privilegiado de la producción de la realidad, y dijo esto:

«Nada de lo que no es reflejado en sus páginas tiene reflejo en la realidad, y los políticos, escritores o intelectuales que no aparecen en él, son expulsados de la realidad». Estoy escribiendo hasta el agotamiento y nunca la demanda de mí ha sido tan intensa, en las publicaciones, en la radio y en la tribuna. Pero he sido «expulsado de la realidad». 

Como tantos otros. Mi consuelo es que hace conmigo exactamente lo mismo el ABC de Luis María Anson –no el ABC  de los Luca de Tena- que es ahora representativo de la derecha monárquica-montaraz, abierto a las musladas de actrices o de señoras de la jet-set en sus últimas páginas de huecograbado, y reduciendo la libertad, o la adhesión, a la Corona y a las bragas. Reproduzco lo que Rafael Conte ha escrito, y proclamo –además- que es uno de los buenos críticos literarios contemporáneos:

«De la misma manera que en los tiempos franquistas la ausencia y desconocimiento de la literatura del exilio suponía un terrible trauma para la configuración de la literatura española del momento, para el conocimiento de su historia inmediata y de su propio presente, y para la formación de sus autores y de sus lectores, hoy constituye una falta similar la ignorancia de la literatura falangista, la desaparición de una serie de obras y figuras que forman parte ya de nuestra historia y en ocasiones en sus primeros lugares. El tema, además, quema todavía: faltan no sólo esos nombres y títulos sino los correspondientes estudios –recuerdo la inencontrable antología Falange y literatura (1971), de José Carlos Mainer- que se acerquen al tema con garantías de objetividad y serenidad, lejos de los elogios de la primera posguerra o de los panfletos adversos de la última etapa del franquismo, que duran hasta nuestros días.

«Falange tuvo muchos y excelentes ensayistas, pocos y buenos poetas y menos novelistas de interés. Eugenio D’Ors vino de lejos, y va más allá que el propio movimiento, aunque también hizo novela deshumanizada en sus momentos; los textos vanguardistas de Giménez Caballero son de una calidad evidente; Sánchez Mazas hizo poca novela y más narración, como esta de Las aguas de Arbeloa, La vida nueva de Pedrito de Andía y la inédita todavía Rosa Krüger, que Trieste anuncia para el otoño; se olvidaron ya las novelas de José María Alfaro, Ximénez de Sandoval o las más ensayísticas de Ángel María Pascual, y sólo Rafael García Serrano sigue en la liza, mostrando su excelente prosa superviviente y anclada siempre en el hecho crucial de la guerra civil; los ensayos de Víctor de la Serna y Eugenio Montes son aún encontrables en las librerías de viejo.

«No se olvide tampoco a aquellos escritores que se unieron a este movimiento durante algún momento de su vida, como Agustín de Foxá, Miquelarena, González Ruano, Zunzunegui, los hermanos Miguel y Llorenç Villalonga, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba, Tomás Borrás, Manuel Machado, Manuel Halcón, Pemán -perfectamente rescatable en muchos artículos, en algunas comedias y narraciones-, José María Castroviejo, Ignacio Agustí, Martín de Riquer o Ramón Ledesma Miranda. O a otros grandes escritores que abandonaron pronto las esferas falangistas, como Torrente Ballester, Laín, Tovar, Ridruejo, Rosales, Vivanco, Cunqueiro, o a los excelentes humoristas que con ellos coexistieron como López Rubio, Jardiel Poncela, Edgar Neville, Tono y Mihura. O el catálogo de las revistas y publicaciones que lanzaron o en donde colaboraron, y cuyo talante fue cada vez más liberal y progresivo tras el fracaso fundamental de la guerra civil: Jerarquía, Vértice, Escorial, El Español, La Estafeta Literaria, Fantasía, Revista, Ateneo, y las revistas del SEU, Haz, Alférez, La hora, Alcalá, donde encontraron refugio los primeros realistas, o las últimas como Laye y Acento, que albergaron ya a los primeros críticos politizados del sistema, de Sastre y Sacristán en adelante.

«La historia tiene la vida dura, y es inútil intentar negarla. Y el arte todavía más. Intentar borrar de un plumazo esta literatura es un suicidio cultural y un atentado histórico, aparte de suponer un nuevo avatar de la vieja censura de siempre. Como he repetido –la frase es de Santayana-, “los pueblos que olvidan su propias historia están condenados a volverla a vivir”. La amnesia es una operación política y de nada sirve ocultar nuestro pasado para limpiar un presente difícil: hay que acercarse a la historia dando al César y a Dios lo suyo, su parte a la ética y la suya a la literatura, aunque sabiendo siempre lo que se lee. Y nunca lo sabremos si estas operaciones censorias siguen haciendo de las suyas. La ética y la estética tienen mucho que ver entre sí y hasta en ocasiones se explican, pero, como lo muestran Borges, Céline y tantos otros, nada en el fondo las puede unir del todo. Y todo desconocimiento será, en el terreno de la literatura, el verdadero mal, y ésa es su verdadera ética profunda».


Otra falsedad: la persecución del catalán durante el franquismo.  


A través de los medios de comunicación afines y adictos al “molt honorable” Jordi Pujol, a los militantes de Convergència i Unió y demás tropa nacionalista, se vino señalando que la situación de la cultura catalana, a partir de la finalización de la guerra civil, sufrió un desmantelamiento sistemático, aseverando que el idioma catalán fue terriblemente perseguido e incluso prohibido (!). Antes de pasar a relatar los premios literarios en catalán durante el llamado franquismo, recordemos que el 11 de abril de 1938, o sea casi un año antes del término de la contienda y cuando se empezaba a plantear la liberación de Cataluña para la causa Nacional, el Generalísimo Francisco Franco dictó una orden dirigida a todos los generales, y que entre otras cosas decía:

 “Es preciso que lleve V.E. al ánimo de Jefes y Oficiales, clases y tropa, que si queremos ganar desde el primer día el corazón de nuestros hermanos catalanes /.../ y tener en cuenta que la única labor que incumbe a las tropas es la de ser justos y comprensivos, respetar la propiedad y los bienes, extremar el trato de hermanos con los habitantes, en una palabra, llevarles la paz material y espiritual que tanto necesitan”.


Cronología sobre libros, premios literarios y celebraciones en catalán.  


1942. Aparece el libro “Rosa mística” de Mossén Camil Geis, editado en Sabadell e impreso por Joan Sallent en catalán.

1944. El recientemente fallecido Josep Vergés (6 julio 2001) que había fundado “Destino” en 1939 junto con Ignacio Agustí y el poeta Joan Teixidor, establecen el 6 de enero de 1944 el premio “Eugenio Nadal” que daba a conocer a la joven Carmen Laforet y a su novela “Nada”. El galardón descubrió a narradores tan importantes como Miguel Delibes, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio o Carmen Martín Gaite.

1945. Con apoyo y subvención del Gobierno se celebra el centenario de Mossén Cinto Verdaguer.

1947. Se otorga el premio “Joan Martorell” para novela en catalán. Son premiados Celia Suñol por su novela “Primera Part”; y “El cel no és transparent”, de María Aurelia de Campmany.

1947. Se crea el premio “Ciudad de Barcelona”.

1949. Para narraciones cortas se crea en la Casa del Libro el premio “Víctor Català”, así como los premios “Aedos” para biografías, “Josep Ysart” para ensayos y el “Ossa Menor” que ideó el gallego-catalán José Pedreira, cambiándose luego el nombre por el de “Carles Riba” a la muerte de éste, en su honor.

1951. Se otorga un premio a la poesía en catalán con la misma cuantía económica que a la española. Posteriormente el premio se amplia a otras actividades culturales como “Teatro” y “Bellas Artes”.

1951. José Mª Cruzet funda Ediciones “Selecta” para obras escritas en catalán. En colaboración con Aymà concede el “Joanot Martorell” al insigne veterano de la pluma Josep Plà por su creación “El carrer estret”, una de las más bellas narraciones en catalán de nuestro tiempo.

1952. En la visita del Generalísimo Franco a Cataluña, en el mes de junio, se inaugura la cátedra “Milà i Fontanals” para el estudio científico de la lengua catalana.

1955. El poeta y escritor José Mª de Sagarra recibe la orden de Alfonso X el Sabio con ocasión de la publicación de su obra en catalán titulada “Memories”.

1956. Nace “Lletra d’Or”, sin recompensa económica y tiene como galardón una “F” de oro, distinguiéndose con él al mejor libro del año anterior escrito en catalán. El primero en recibir este galardón fue Salvador Espriu por “Final de Laberint”.

1959. Los premios barceloneses “Crítica” se incorporan a la producción en catalán.

1960. El Centro de Lecturas de Valls, inicia un curso de lengua y literatura catalana de carácter público.

1960. En Barcelona se crea el premio “Sant Jordi” para novela, dotado con 150.000 pesetas, cantidad análoga, intencionadamente, a la del “Nadal”.

1960. Con subvención del Gobierno se celebra el centenario del poeta Joan Maragall.

1965. El gran poeta y canónigo de la catedral tarraconense, don Miguel Melendres, edita su obra “L’esposa de l’anyell”, un poema en catalán de doce mil versos. Encuadernado en rica piel blanca, lo lleva el Arzobispo de Tarragona, doctor Arriba y Castro, al Papa Pablo VI, que recibe complacido esta singular muestra de la hermosa lengua catalana que le llega de España.

1965. El Ateneo Barcelonés monta un curso de Filología Catalana.

1965. A los Premios Nacionales de Literatura, se le añade el “Verdaguer” para producción en catalán.

1966. Barcelona rinde homenaje a su ilustre hijo Maragall, en el que intervienen Gregorio Marañón, Pere Roig, José Mª Pemán y Ruiz Jiménez. En los jardines que llevan el nombre del poeta, en Montjuic, se le eleva un busto.

1966. Radio Tarragona organiza a través de sus antenas unos cursos de catalán con profesores especializados.

1967. La Diputación de Lérida dota una cátedra de “Lengua catalana”.

1967. La Diputación de Barcelona acuerda dar cursos de catalán en todos los centros culturales dependientes de la corporación y acuerda fundar la cátedra de Lengua Catalana en la Facultad de Teología de Sant Cugat (Barcelona).

1968. Editorial Destino completa el “Nadal” con el nuevo “Josep Plà”, concedido a “Onades sobre una roca deserta” de Terenci Moix. En la selecta lista de los que lograron este galardón figuran lo más florido de la narrativa catalana: Baltasar Porcel, Teresa Pàmies, Cirici Pellicer, Marià Manén, Enric Jardí, Llorenç Villalonga, Jaume Miravilles y Jordi Sarsaneda

1968. En Gerona se otorga por primera vez el “Prudenci Bertrana”

1969. Nace el “Premi d’Honor a les Lletres Catalanes” con destino a la consagración de escritores noveles.


Otros premios.  


Podemos citar el “Rafael Campalans”, erudito socialista catalán, destinado a estudios sociales. El “Amadeu Oller”, para poesía inédita. El “Folch i Torras”, el “Ruyra” y el “Sagarra”, para teatro. El “Nova Terra”, para el mundo del trabajo. El “Carles Cardó”, para ensayos religiosos. El “Blanquerna”, para ensayos educativos y el “Fundación Huguet”, para lengua.


Conclusión.  


Es interesante resaltar unas frases que el profesor de italiano en la Universidad de Barcelona, don Giuseppe Grilli, dedicó a la literatura catalana desarrollada durante el mandato del Generalísimo Franco: “La literatura catalana vivió su mejor momento durante el franquismo, y la nueva hornada debería tomar ejemplo de aquella generación. /.../ Y la eufemística llamada normalización del catalán no ha producido ninguna obra literaria notable. /.../Son ellos, los que están persiguiendo a sangre y fuego al español, tratando de conseguir su exterminio en Cataluña”.

Estas declaraciones realizadas hace años, resultan proféticas y de rabiosa actualidad como vamos a ver a continuación. El pasado 5 de septiembre de 2001, los medios de comunicación relataban las reflexiones que hacía el obispo de Gerona, Jaume Camprodon, sobre el catalán, pocos días antes de la celebración de l’Onze de Setembre, la Diada nacional de Catalunya, y publicadas en el “Full Parroquial” de la diócesis de Gerona. Bajo el título “Una commemoració, un repte” (Una conmemoración, un reto), considera que “la responsabilidad de los cristianos de la calle es hablar correctamente la lengua catalana y usarla en las conversaciones con todos los ciudadanos de Cataluña”. Asegura que “la lengua y la cultura catalanas son los aspectos que definen nuestra identidad, bien diferenciada del resto de pueblos de España”. Más adelante afirma que “para algunos el establecimiento del bilingüismo sería el camino ideal para el buen entendimiento de los ciudadanos de Cataluña, pero el bilingüismo entre dos lenguas desiguales, ¿no llevaría a la larga a la desaparición de la más débil, que en nuestro caso es el catalán?. “Y esta debilidad, ¿no presagia agotamiento de la personalidad de Cataluña? Por otro lado, estamos delante de la famosa globalización y según como se establezca el orden de los derechos prioritarios, ¿no puede poner en peligro las lenguas minoritarias?”. Reconoce que la realidad del catalán se trabaja mucho y bien, desde el ámbito de la escuela, a la que califica “como una base indispensable”.

[N. del A.] En Cataluña la enseñanza en las escuelas privadas-concertadas y en las públicas se imparten todas las materias, obligatoriamente, en catalán. Desde que el niño/a entra en el parvulario, únicamente se les habla en catalán. Quedan muy pocas escuelas privadas sin subvención, las cuales optan normalmente por el español, sin descuidar el catalán y una tercera lengua que suele ser el inglés. En este apartado también se encuentran los colegios extranjeros, que como es lógico, se expresan en su lengua de origen.

El obispo de Gerona se mostraba partidario del uso del catalán en las conversaciones con los ciudadanos castellanohablantes que viven en Cataluña, manifestando que no es “ninguna falta de respeto, sino todo lo contrario, ya que es una forma de ayudar a los castellanohablantes a integrarse en el país”.

Abundando en la materia, en el verano de 2001, el filósofo y catedrático de la Universidad de Gerona, Josep Maria Terricabras, en una mesa redonda celebrada en la Universitat Catalana d’Estiu en Prada, foco del nacionalismo separatista, defendió que “el catalán debería ser la única lengua oficial de Cataluña para no tener que sufrir como ahora”... Con estas manifestaciones, actuaciones e imposiciones no cabe la menor duda que la que está sufriendo una gran y grave persecución en estos democráticos tiempos, es la lengua española.


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