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Actualizada: 15 de Octubre de 2012.    

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 Se nos fue vivo, sin paredón y sin garrote


   Por Pablo Gasco de la Rocha


Para quienes hubiéramos deseado formar en el piquete de su fusilamiento, o en su defecto haberle dado garrote, la muerte de la Rata de Pontejos nos ha resultado prematura. De cualquier forma, España debió haberle juzgado  por un delito de genocidio.

En cierto modo, la vida de este repugnante ser humano es un misterio, como lo prueba que muy pocos supieran que estuvo casado una primera vez y que tuvo una hija a la que abandonó enferma en la URSS. Respecto a la mujer, muerta y enterrada, nadie ha sabido dar cuenta de cómo y dónde. Aunque todas las versiones son escabrosas.

Oficialmente, y como Delegado de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid (verdadero Gobierno de la II República en la capital de España), Carrillo es responsable de las matanzas habidas durante los meses de octubre y noviembre en las poblaciones de Paracuellos, Aravaca y Torrejón, ampliamente documentadas. En febrero de 1939, próxima a terminar la guerra de Liberación Nacional, huye a Francia, iniciando un periplo en la más absoluta clandestinidad por Argentina y Cuba, para regresar en 1949 a Francia, instalándose en París. Convertido en secretario general del PCE, inicia la lucha terrorista en España a través del Maquis, sin descartar las purgas y las delaciones de infinidad de compañeros de partido en la medida que le hacían sombra o le perjudicaban. Iniciando en la década de los setenta del siglo XX, junto al secretario general del PCI, Belinguer, la vía del Eurocomunismo, que no fue otra cosa que la utilización de la táctica revolucionaria de la infiltración, para cuyo propósito contó con la colaboración de los que él mismo calificó como "tontos útiles": cristianos de base y estudiantes universitarios principalmente de la clase media. Sin embargo, todos estos extremos nunca se han tenido en cuenta, potenciando tan sólo su labor en pro de la democracia al haber tenido que renunciar a la práctica revolucionaria de la conquista del poder.

Carrillo, que disfrutó de una larga vida matando, de ahí que podamos hablar de que nos encontramos ante un asesino en serie cuyo iter criminis es absolutamente demostrable, demostró la impunidad que un genocida puede alcanzar en España por la bajísima condición moral de sus gentes y, sobre todo, de sus dirigentes. Empezando por el Rey, a cuya repugnante rata considero un gran amigo.

Se fue, pues, sin que pudiéramos tocarle un pelo. Ahora, ¡qué Dios le juzgue!


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