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Las entrevistas y relaciones entre Franco y Pétain.

Eduardo Palomar Baró.
Dos brillantes militares.  

Tanto Francisco Franco como Henri Philippe Pétain demostraron ser unos brillantes militares y los dos alcanzaron las más altas cotas de poder personal, político y de popularidad. Fueron unos grandes soldados y unos extraordinarios patriotas. Y también, tanto en vida como tras su fallecimiento, ambos fueron ensalzados por unos y condenados por otros.

En la entrevista que Franco concedió al periodista galo Serge Groussard y que fue publicada el 12 de junio de 1958 en el diario francés Le Figaro, el Caudillo relató sus opiniones acerca del que fuera mariscal de Francia, así como sus relaciones con él:  

Me parece, Excelencia, que usted conoció muy bien al mariscal Pétain

- Sí, y nuestros encuentros se escalonan sobre muchos años. El primero tuvo lugar en 1925; por entonces colaboramos en Marruecos. Más tarde solía verle con motivo de mis visitas a París.

“Nos volvimos a encontrar en Madrid, donde el Gobierno francés le había mandado como embajador a principios de 1939. Manteníamos relaciones excelentes.

“Cuando el mariscal fue llamado para formar parte del Gobierno de Paul Reynaud, en 1940, le aconsejé no aceptar. Se le impulsará a desempeñar un papel de portaestandarte –le dije-. Usted es el vencedor de Verdún, la máxima gloria viva de Francia. Usted es el símbolo de la Francia victoriosa y poderosa. Usted se va a convertir tal vez en el rehén de la renunciación francesa. Francia parece deslizarse hacia la derrota. Usted va hacia el sacrificio. Usted sufrirá amarguras que no merece en absoluto”. Contestó con una nobleza conmovedora. Estaba lúcido y sereno. “Sé lo que me espera –me dijo-. Pero tengo ochenta y cuatro años. No tengo nada que ofrecer a mi país sino yo mismo. Mi elección está hecha. Puesto que puedo aún ser útil a Francia sacrificándome, voy”. Tenía un espíritu total de sacrificio. No se trataba de palabras.

¿Ustedes se han vuelto a ver aún una vez más desde entonces?

- A mí regreso de Bordighera me detuve en Montpellier, a petición del mariscal. Almorzamos juntos. Estaba encantado de volver a verle. Fue una entrevista muy amistosa, muy útil también, ya que nos dio la oportunidad de dilucidar algunos malentendidos.

¿Cómo encontró usted al mariscal en Montpellier?

- Igual que siempre, con un aspecto físico inmejorable, el espíritu claro. Siempre lúcido y sereno. Pero le faltaban conocimientos políticos. Y –viviendo en el recuerdo de la gloria francesa- no se daba cuenta de la situación presente en su país. Me hablaba sin cesar del porvenir, del resurgir nacional, hacía proyectos, decía: «Emprenderé esto, aquello...». Yo pensaba en el presente de Francia, en su subordinación trágica, en la división de su metrópoli. Acabé por exclamar: “Pero, señor mariscal, es preciso ante todo que se preocupe por los dramas del momento”. Se echó a reír y me dio la razón, repitiendo: “¡Es verdad! ¡Es verdad!” El mariscal Pétain fue un gran soldado y un gran francés.


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