INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 
 
 
Generalísimo.

 

Biografías.


Cronología.


Habla el Caudillo.


Retratos.


Fotos 1.


Fotos 2.


Especial 20N-03.


Especial 20N-04.


Especial 20N-05.


Especial 20N-06.


Especial 20N-07.


 

Franquismo.

 

Mitos.


Mentiras.


Actos 20N-03.


Actos 20N-04.


Actos 20N-05.


Actos 20N-06.


Actos 20N-07.


 

Actualidad.

 

Noticias.


Temas varios.


Artículos.


Calendario.


Opinión.


23-F.


Difusión.

 

Música.


Descargas.


 

Personalidades.

 

Carmen Polo de Franco


L. Carrero Blanco


José Calvo Sotelo


F. Vizcaíno Casas



 José Antonio Primo de Rivera visto por ...

Por Eduardo Palomar Baró.

Ricardo de la Cierva y Hoces nació en Madrid en 1926. Su abuelo fue el eminente abogado, político y ministro de la monarquía, Juan de la Cierva y Peñafiel, el cual trató de convencer a Alfonso XIII, durante la tarde del 14 de abril de 1931, para que no abandonase con el argumento de que la Corona no era suya sino de su estirpe y de que la suspensión de funciones que pretendía era realmente una renuncia definitiva. No valió de nada y el Rey salió aquella misma noche camino de Cartagena. 

Su tío, Juan de la Cierva y Codorníu, cursó la carrera de Ingeniero de Caminos, consagrando su vida a la aviación, fue el inventor del autogiro, precursor de los helicópteros.

Ricardo de la Cierva Hoces, pese a sus diversos títulos académicos, prefiere definirse profesionalmente como humanista. Doctor en Ciencias, licenciado en Filosofía y Letras, graduado en la Escuela Oficial de Periodismo, catedrático de Historia Contemporánea Universal y de España en la Universidad de Alcalá de Henares y técnico de Información y Turismo.

Se ha concentrado en tres campos, muy relacionados entre sí, de trabajo literario. Uno, el análisis histórico riguroso de nuestro tiempo, por ejemplo en sus estudios sobre la guerra civil, que le valieron el Premio Espejo de España 1989 por su libro “1939. Agonía y victoria; otro, la historia de la religión que abrió con su libro de 1986 “Jesuitas, Iglesia y marxismo”, que suscitó una polémica internacional que aún perdura; y por último la novela, o como él prefiere decir, “evocación” histórica, que le hizo ser finalista en 1988 del Premio Planeta con la primera parte de su saga isabelina “El triángulo”, cuya continuación apareció en la primavera de 1990.  

Ha desempeñado cargos tan importantes como el de director de Editora Nacional en 1973. Director general de Cultura Popular  (1974-1975), asesor del presidente del gobierno para asuntos culturales y consejero especial de la misión permanente de España en las Naciones Unidas. En las elecciones de 1979 fue elegido diputado de UCD por Murcia y en 1980 se le nombró ministro de Cultura, en el gobierno de Suárez, sustituyendo a Manuel Clavero Arévalo. En septiembre del mismo año es sustituido por Iñigo Cavero Lataillade. En 1982 dejó UCD para integrarse en Coalición Democrática. Un choque –caballeroso, pero no por ello menos duro– con Manuel Fraga y José Mº Cuevas en 1984 le convenció de que el periodismo y la Historia eran completamente incompatibles con la política si querían ejercerse a fondo, y entonces abandonó la política para recabar una independencia absoluta de nunca servir a señor que se le pudiera morir. De todas formas, la política fue una experiencia muy importante y positiva que le ayuda a ser comprensivo e implacable ante la Historia. Fundó su propia editorial con el nombre de “Fénix”, ya que muchas editoriales “democráticas” lo ninguneaban y lo vetaban, sin lugar a dudas por “fascista”... 

Entre los numerosos libros históricos publicados, han alcanzado especial resonancia: “Historia de la guerra civil española”; “Francisco Franco, un siglo de España”; “Historia del franquismo”; “Crónicas de la transición”; “Historia básica de la España actual”; “La historia se confiesa”; “Historia ilustrada de la guerra civil española”; “”Pro y contra Franco”; “La derecha sin remedio”; “Don Juan de Borbón: por fin toda la verdad”; “Nueva y definitiva historia de la guerra civil”; “Misterios de la historia”; “Crónicas de la confusión”; “La victoria y el caos”; “El 18 de julio no fue un golpe militar fascista”; “Carrillo miente”; “La otra vida de Alfonso XII”; “No nos robarán la historia”; “Los años mentidos”; “Alfonso y Victoria”; “Brigadas Internacionales”.

Sobre el libro “Retratos que entran en la Historia”, Editorial Planeta, S.A., 1993, ‘retrata’ a grandes personajes del siglo XX, testigos de la historia viva de España, entre los que destaca el que hace sobre José Antonio.


José Antonio Primo de Rivera.

No tengo la menor idea de la fecha, aunque fue durante la República, posiblemente en 1933, antes de la fundación de Falange, me dijeron en casa que aquel joven abogado que vino una tarde al despacho de mi padre porque trabajaban juntos en un pleito se llamaba José Antonio Primo de Rivera. Tuvo que esperar un rato en el hall y yo acerté a pasar por allí con una pelota con la que jugábamos a veces en el largo pasillo que daba al hall a través de una puerta de cristales. El caso es que aquel joven abogado me siguió al pasillo, jugamos un rato con la pelota y, al meterme un gol desde el extremo opuesto a la puerta, rompió un cristal con la consiguiente bronca de mi madre, que le trataba con familiaridad. Fuera de sus compañeros en la cárcel Modelo o la de Alicante, de los que deben quedar muy pocos, creo que pocos españoles de hoy pueden enorgullecerse de haber jugado unos minutos al fútbol con José Antonio Primo de Rivera, aunque yo entonces no tuve la menor idea de quién sería.

(...) Dediqué a José Antonio y a su obra política bastantes páginas de mi primer libro de historia, que realmente era una historia de la República; pronto pienso rehacerla de arriba abajo pero con toda la ilusión de aquel libro escrito en 1969. En la refundición voy a cambiar, ampliar y ahondar muchas cosas pero creo que no quitaré una línea de las que entonces escribí sobre José Antonio, que es otra de las grandes biografías pendientes en España. No es que falten; aparte de la deleznable perpetrada por Ian Gibson, de la que él mismo se avergüenza, hay otras muy estimables, como la de Felipe Ximénez de Sandoval, la de Antonio Gibello, la de Adolfo Muñoz Alonso. Pero no me parecen bastantes. José Antonio es la única gran figura del siglo XX a quien las gentes de varias generaciones, amigos o enemigos, llaman todavía por su nombre de pila. Queda muchísimo por desvelar en el misterio de su vida y de su muerte. Lo que muchos creen núcleo de su doctrina y su actuación, el fascismo en su versión española, está evidentemente pasado de moda, pero resulta que el fascismo no es lo único, ni lo más importante, en la vida y la doctrina de José Antonio. Sus escritos, como los de Manuel Azaña, se mantienen extrañamente vivos, en el fondo y en la forma. José Antonio es una figura mágica de nuestra historia, y unos cientos o quizá miles de jóvenes españoles de hoy, fragmentados en Falanges independientes, auténticas o antifranquistas, siguen creyendo profundamente en él, le intuyen más que le comprenden.

Era hijo del general Miguel Primo de Rivera, nuestro primer dictador del siglo XX, pero se formó no sólo en la universidad, sino además en el mundo intelectual de la época, sometido como ya he dicho a otra dictadura más duradera y persistente: la dictadura orteguiana; y además José Antonio fue un orteguiano cabal, ágil de pensamiento, obsesionado con la regeneración de España, situado frente al espejo de Europa, capaz de expresar sus ideas en una prosa juvenil y elegante que por eso sobrevive. Estaba frente a Europa como Ortega; miraba a los mismos modelos. Lo que dijo Madariaga, esta vez certero, sobre Ortega, se puede igualmente aplicar a José Antonio: “Empeñado en meternos dentro del ejemplo de Europa en los años treinta, se le volvió loca la modelo.”

Para comprender a José Antonio hace falta ante todo, orteguianamente, valorar con exactitud su circunstancia. Que se resume, creo, en estos rasgos. Primero: en España, en toda la España liberal del siglo XIX, en la degeneración liberal del siglo XX y por supuesto en la segunda República (como en la primera), no había demócratas, salvo excepciones como la de don Antonio Maura en el campo de la democracia liberal  y las de Ramiro de Maeztu y Salvador de Madariaga en la democracia orgánica. Lo he explicado con pruebas en un capítulo publicado en la revista Época, titulado “Una España sin demócratas”. Ni en la derecha ni en la izquierda; ni en el socialismo ni en el catolicismo político ni mucho menos en el comunismo, que siempre ha sido un atentado a la democracia. En segundo lugar, como dijo lapidariamente en 1935 Ramiro Ledesma Ramos, protofascista español, “la crisis de la democracia adquiere hoy características universales”. Todo el mundo buscaba una tercera vía entre la democracia liberal en quiebra y el comunismo en auge; hasta la Iglesia católica, que recomendaba en los años treinta el corporativismo, es decir la democracia orgánica, y hacía guiños al fascismo, que era menos brutal y más humano en Italia, donde se inventó, que en la enloquecida Alemania de Hitler, donde se desempeñó. Y cuando desde la España degradada por la República se miraba a Europa lo que traían los aires de Europa era el fascismo, que parecía salvar a Europa del bolchevismo. La tercera circunstancia de José Antonio era el éxito colosal, y luego el fracaso, que él acababa de comprender, de la dictadura de su padre, que arrastró a una Monarquía descrita por José Antonio como una cáscara muerta y no sin fuerte carga de razón en cuanto al sistema político, aunque fuera desahuciada en 1931 por la deserción de los monárquicos liberales en una elecciones malentendidas y trucadas.

José Antonio se lanzó a la arena política al término de la dictadura para defender nobilísimamente, la memoria de su padre acosada por la calumnia y la ingratitud. Al llegar la República se hundieron los viejos partidos de la Monarquía, y muy pronto un líder excepcional, José Mª Gil Robles, encabezó la nueva y gran derecha católica en la que no cabía José Antonio, católico pero nada amigo de lo confesional en política. Los restos de la derecha monárquica se agruparon en torno a un ex ministro conservador de la Monarquía, el florido Antonio Goicoechea, y luego alrededor de un brillante ex ministro de la dictadura, José Calvo Sotelo, a quien José Antonio culpaba en parte de haber abandonado a su padre. Quedaba libre la vía media, el fascismo, que había pactado en Italia y en Alemania con la derecha de intereses (finanzas, industria) y ofrecía sobre el papel grandes posibilidades para el patriotismo, la regeneración y el nacionalismo reivindicativo. Allí quiso encuadrarse José Calvo Sotelo cuando volvió del destierro, pero José Antonio lo rechazó de plano.

Hubo brotes fascistas en Castilla durante los años 1931 y 1932; sonaban los nombres de Ledesma Ramos en Madrid y Onésimo Redondo en Valladolid. La revista El Fascio, dirigida por un periodista de la dictadura, don Manuel Delgado Barreto, publicó en su único número, en la primavera de 1933, cuando toda Europa estaba conmocionada por el arrollador triunfo de Hitler en Alemania, una especie de concurso de méritos para designar al nuevo jefe del fascismo español. La derecha de intereses quería pactar también en España con un fascismo que diera la cara frente al marxismo de la calle. Muy pronto no quedaron dudas sobre el candidato y José Antonio fundó la Falange Española días después de haber expuesto su doctrina en el teatro de la Comedia de Madrid el 29 de octubre de 1933, un acto, recuérdese bien, organizado dentro de la campaña electoral de la  derecha, por cuya candidatura en Cádiz figuraba José Antonio.

La derecha política y monárquica –Renovación Española– firmó un pacto de asistencia mutua con la nueva Falange, que confería plenamente a la Falange el carácter fascista; el fascismo era eso. Se había dudado mucho del pacto hasta que el negociador por la derecha, Pedro Sainz Rodríguez, ha publicado el texto y sus circunstancias. José Antonio, hijo del que durante más de seis año fue el hombre más poderoso de España, no tenía un duro y a la Falange le cortaban la luz en su sede de la Castellana. Había una gran interpenetración entre la Falange y la derecha monárquica; Juan Antonio Ansaldo, aviador laureado y primer activista monárquico, fue en Falange “jefe de objetivos”, es decir encargado de la lucha armada; y otro gran conspirador monárquico, Eugenio Vegas Latapie, admiraba profundamente a José Antonio, con quien le unía gran amistad. En cambio, las relaciones entre la Falange y la derecha católica eran de hostilidad cada vez más abierta. José Antonio se indignaba cuando las Juventudes de Acción Popular asumían uniformes, modos y consignas totalitarias. La CEDA, organizada en torno a Acción Popular, llegó a ser el primer partido del Cogreso, mientras losa efectivos de Falange eran reducidísimos: no llegaron, antes de la guerra civil, a los quince mil militantes, equivalentes a los del partido comunista. Seguramente José Antonio estaba de acuerdo con su compañero Ramiro Ledesma Ramos en que ello se debía a que la CEDA se “fascistizaba”, viraba al totalitarismo, con lo que Falange resultaba casi superflua.

José Antonio Primo de Rivera, pese a los caracteres fascistas de su movimiento, sufrió, a partir de 1933, una fuerte evolución interior. Decía, con verdad, que para caudillo fascista le sobraba sentido del humor. Pretendió, sin actos exteriores, una especie de refundación de Falange como gran izquierda nacional; y aseguró que se haría militante del PSOE si los socialistas españoles repudiaban su dependencia internacionalista y se alineaban en la línea socialdemócrata no marxista de Prieto y no en la demagogia revolucionaria y errática de Francisco Largo Caballero. José Antonio desarrolló en el Congreso una intensa labor y muchos de sus discursos parlamentarios son admirables, como muchos de sus artículos, donde se revela como el mejor analista político de su tiempo. Su profunda y sincera fe católica la alejaba de cualquier aberración hitleriana; despreciaba y aborrecía a Hitler y se sentía más próximo a Mussolini, con el cual las democracias occidentales estuvieron dispuestas a pactar hasta que entró con Alemania en la segunda guerra mundial.

En 1934, un terrible desengaño íntimo –el rechazo personal de la dama que prefirió ser duquesa de Luna a marquesa de Estella– aceleró la evolución de José Antonio hacia el desenganche de la derecha y la conversión de Falange en izquierda nacional. Cultivó desde entonces a los militares jóvenes, entre los que fue consiguiendo muchos afiliados, sobre todo en el Ejército de África. Los segundos de Falange exigieron en vano un cupo exagerado de diputados “seguros” para integrarse en la coalición del centro derecha y el 16 de febrero de 1936 la Falange no obtuvo un solo diputado.

Sin embargo la derecha entera se desmoronó tras el triunfo del Frente Popular y la revolución que saltaba por todas partes a la calle y a los campos de España. Ahora es cuando gran parte de la juventud española se pasó a la Falange, una vez comprobada la tibieza de la CEDA frente a los desmanes del enemigo común. Las nuevas afiliaciones no se pudieron verificar porque desde mediados de marzo de 1936 José Antonio y sus colaboradores principales fueron detenidos arbitrariamente por el gobierno de la República, obsesionado con que Falange era su enemigo principal y no aquella “media España que no se resigna a morir”, como la definió Gil Robles en mayo. José Antonio, encerrado en la Modelo y luego en Alicante, dudó en sumarse a la conspiración dirigida en la sombra por el general Mola pero al final lo hizo. Sus hombres y mujeres se incorporaron en bloque al alzamiento de julio de 1936; no se registró entre ellos una sola deserción.

En cuestión de meses los afiliados a Falange saltaron de quince mil a un millón, mientras la CEDA se desacreditaba como fuerza política y prácticamente desaparecía como tal en la zona rebelde. Desde ella se intentó varias veces liberar a José Antonio, y tanto la reina Victoria Eugenia como don Juan de Borbón participaron en las gestiones, cuya frustración tal vez no se aclare nunca. Entonces empezó, tras la persecución, la agonía de José Antonio Primo de Rivera. Juzgado en la cárcel de Alicante por un tribunal arbitrario que actuó al margen de la justicia y a impulsos de la venganza, la defensa y la actitud de aquel hombre joven que se resistía a morir alcanzó momentos sublimes de heroísmo reconciliador que llegaron a conmover a algunos jueces. Leído desde hoy el proceso estremece y da una medida exacta de la tragedia española, como los últimos escritos de Manuel Azaña. El 20 de noviembre de 1936, José Antonio, con actitud entera y generosa, cayó fusilado en el patio de la cárcel mientras su doctrina se imponía, con manipulaciones que no son del caso, en la zona nacional, donde primero se negó su muerte con el mito del Ausente y luego se le tributó un culto que no tenía mucho que ver con la auténtica ejecutoria del héroe.

El general Franco, para dar forma a su unificación de partidos en abril de 1937, creó una nueva Falange híbrida que no era la de José Antonio Primo de Rivera, pero sirvió para eliminar toda disputa política interna hasta lograr la victoria. Franco, que admiraba profundamente a José Antonio Primo de Rivera desde que conoció en octubre de 1933 el discurso de la Comedia, se creó un José Antonio diferente, que modificó la imagen real y se fue diluyendo, junto con la imagen real, a lo largo de las décadas. Hoy reposan juntos en el Valle de los Caídos.

Creo que hoy, cuando nos acercamos a los sesenta y siete años de su muerte, José Antonio Primo de Rivera sigue siendo el gran desconocido de la historia contemporánea española. Unos segaron su vida en flor, otros aprovecharon los despojos: nadie se preocupó de reconstruir su trayectoria y su figura real.

 

ATRÁS  



INICIO



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.008. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com