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Actualizada: 22 de Abril de 2.009.  

 
 
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 Otra intervención de Stalin en la Guerra Civil Española.


Las Brigadas Internacionales en España.

Por Eduardo Palomar Baró




Las Brigadas Internacionales nacieron en la reunión celebrada el 26 de julio de 1936 en Praga por el Komintern. En ella no solamente se decidió asignar mil millones de francos franceses para ayudar a la causa republicana (siendo el Partido Comunista de España el encargado de administrarlos junto con otras organizaciones del mismo signo político), sino que ya se creó una pequeña brigada a la que se apuntaron comunistas de diversos países de Europa.

El precedente de tales brigadas puede remontarse a aquellos grupos de alemanes, italianos, belgas, etc., de ideología afín al marxismo –socialistas y comunistas e, incluso, anarquistas–, que con motivo de celebrarse en Barcelona la llamada Olimpiada Popular 1936, que había de inaugurarse el 19 de julio de 1936 –para sabotear, en lo posible, la Olimpiada a celebrar en el Berlín de Hitler–, con la participación de unos 4.000 atletas y gimnastas, y que, por su militancia antifascista, se sintieron moralmente obligados a alinearse junto a sus correligionarios españoles, encuadrándose eventualmente en columnas, centurias y batallones, bajo las órdenes de cualquier líder político erigido en capitán, comandante o general más o menos improvisado.

En un titular de “La Vanguardia” del 24 de julio de 1936, se podía leer: “Es tal el entusiasmo que la causa republicana ha despertado en estos atletas, que muchos de ellos se han alistado en las milicias populares para Zaragoza y otros puntos”.

Por otro lado, Stalin no se decidía a mandar ayudar abiertamente, ya que entre otras cosas, pensaba que la rebelión sería pronto sofocada, y prefirió ayudar a través del Komintern, de los partidos comunistas de Europa y América, del Socorro Rojo Internacional y del movimiento “Paz y Libertad”.

De acuerdo con el PCE, los dirigentes comunistas Palmiro Togliatti, Maurice Thorez y André Marty, presididos por el delegado general de Stalin en el Komintern, Jorge Dimitrov, e inspirados por el principal emisario de las alturas rojas, Ernó Gerö, decidieron enviar apresuradamente a la sucursal española –que por aquel entonces radicaba en la madrileña calle de Francos Rodríguez, 5– los refuerzos aprobados por Stalin.

El 6 de septiembre de 1936, Rosenberg, recientemente nombrado embajador soviético en Madrid, envió un despacho a Moscú indicando que le parecía había llegado la hora de mandar, en apoyo a la República, a un verdadero ejército, ya que la situación militar empezaba a ser desesperada.

 

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A principios del mes de septiembre, están en Madrid Maurice Thorez, secretario del Partido Comunista francés, y Luigi Longo. Éste ayudaba a los comunistas españoles a organizarse militarmente, y Thorez sostenía conversaciones con Francisco Largo Caballero, ya primer ministro, y con Rosenberg para tratar de organizar la llegada de ayuda a la zona republicana. A fines de septiembre se trasladó a Moscú para informar al Politburó. Una de las ideas que se forjaron allí fue la de que la creación de unas Brigadas Internacionales que intervinieran en España podría ser el primer paso hacia la creación de un Ejército Rojo Internacional que operara posteriormente en otros países.

Así pues, las Brigadas Internacionales fueron una fuerza soviética, en cuanto el Komintern fue una entidad soviética. Comunista fue, por tanto, la idea y la inspiración de las Brigadas Internacionales.

En contra del tópico tantas veces repetido, el inicio de las Brigadas Internacionales no fue un movimiento espontáneo de demócratas de todo el mundo, sino una campaña llevada a cabo por el Komintern siguiendo órdenes directas de Stalin. Servían también para eliminar a los disidentes del comunismo soviético. Había instrucciones para adoptar “medidas apropiadas” contra un voluntario con posibles conexiones trotskistas.

Los miembros de las BI fueron voluntarios, sin embargo no pocas veces se recurrió al engaño para lograr su reclutamiento. Generalmente, se les ocultó el carácter comunista de los organizadores, si no eran simpatizantes del comunismo. En otras ocasiones, se les prometió que sólo estarían en España unos meses. Hubo casos en los que se les reclutó sin informarles de que iban a combatir y con la promesa de que encontrarían un trabajo bien remunerado en España.

También eran comunistas sus centros y sus canales de reclutamiento, centralizados en París, rue Lafayette (para los comunistas de países totalitarios) y rue Mathurin-Modeau, sede de los Sindicatos, para los comunistas de países democráticos. Comunistas eran los organizadores y los enlaces, desde Josip Broz –el futuro mariscal Tito–, se encontraba en París, organizando, desde un hotel de la margen izquierda del Sena, el aluvión de voluntarios para la guerra civil española, por medio del denominado ferrocarril secreto, por el que se expedían pasaportes y dinero a los voluntarios procedentes de la Europa Oriental, hasta los oscuros burócratas del oscuro comunismo americano, que trabajaban en franca camaradería con la Embajada de la República en Washington.

Comunistas eran, casi sin excepción, los jefes importantes de las Brigadas Internacionales y la inmensa mayoría de los intermedios. Fervientes y viejos comunistas como Manfred Stern “Kleber”, primer jefe de la XI Brigada; Zalka “Luckas”, primer jefe de la XII; Zaisser “Gómez”, primer jefe de la XIII; el militar polaco Karol Swierczewski “Walter”, primer jefe de la XIV, y Galicz “Gal” –ciudadano soviético, como “Luckas”–, primer jefe de la XV.

Cuando un voluntario no pertenecía al Partido Comunista, un representante de la NKVD (Narodny Komissariat Vnutreenich Del) –el Comisariado Popular del Interior de la URSS, órgano de la administración soviética del cual dependían la policía secreta y la mayor parte de los servicios de información–, investigaba sus antecedentes y era examinado por un médico comunista en la frontera hispano-francesa, aunque muchos se saltaron dichos controles, especialmente quienes se incorporaban a las brigadas en territorio español o sobre la marcha.

Los efectivos totales de las Brigadas del Komintern contaban inicialmente con un 65 por 100 aproximado de comunistas, que, al salir de España, se habían incrementado hasta un porcentaje superior al 80 por 100.

 

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Respecto a la procedencia de los componentes de las Brigadas quedaba así definido: Si los voluntarios de las Brigadas Internacionales eran la espuma de la crisis mundial, fácil es comprender que no formaban un conjunto de virtudes ciudadanas ni personales. La inmensa mayoría de sus efectivos estaban formados por emigrados políticos y obreros sin trabajo. Casi un 90 por 100 de los internacionales eran obreros que saltaron a España desde las marchas del hambre. Este porcentaje también es válido para los americanos, en quienes se ha querido ver un destacamento de los intelectuales del mundo. No existió una sola primera figura entre los intelectuales y universitarios, que combatieron en las Brigadas Internacionales. De entre los intelectuales que estuvieron en España, como Ernest Millar Hemingway, Georges Bernanos, André Malraux y Arthur Koestler, ninguno de ellos combatió en las Brigadas Internacionales. George Orwell (pseudónimo de Eric Arthur Blair) se enroló en las milicias del POUM, siendo destinado al frente de Hueca, donde permaneció por espacio de 115 días en calidad de simple combatiente

La inmensa mayoría de los internacionales vinieron a España acuciados por el hambre y por la persecución política. Las primeras remesas de “voluntarios” resultaron tan desastrosas, que el complaciente control parisiense tuvo que estrechar la admisión con una gran rigidez. La cifra de pervertidos, de criminales, de cobardes y de inútiles entre los legionarios del Komintern fue aterradora y muy superior a la de cualquier otro ejército voluntario del siglo XX.

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Una vez que el Politburó estuvo enterado del informe de Thorez, éste volvió a París, ya con la misión de organizar el reclutamiento de voluntarios para las Brigadas. Junto a Longo, André Marty (que posteriormente sería comisario general de las Brigadas en Albacete) y el comunista polaco Karol Swierczewski (después conocido durante la lucha como el general “Walter”), montó las oficinas de la calles Lafayette y Mathurin. En las delegaciones sindicales de otros barrios de París se instalaron “sucursales”. Marsella, Orán, Lille, Perpiñán fueron también ciudades de reclutamiento.

Finalmente Stalin se decidió a dar su visto bueno a la formación de las Brigadas en una carta que dirigió al secretario del Partido Comunista español, José Díaz. En ella decía: “Los trabajadores de la Unión Soviética, al ayudar en la medida de lo posible a las masas revolucionarias de España, no hacen más que cumplir con su deber. Se dan cuenta de que liberar a España de la opresión de los rebeldes fascistas no es un asunto privado de los españoles, sino la causa común de toda la Humanidad avanzada y progresiva”. La carta llevaba la fecha del 16 de octubre de 1936.

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En Barcelona se formaron dos grupos de comunistas germánicos, que se designaron, cada uno por su lado, con el nombre de su jefe prisionero: Ernst Thaelmann. Este grupo partió los primeros días para el frente, integrándose sus hombres en una de las columnas de Aragón.

El segundo grupo fue mucho más importante. Al mando del diputado comunista del Reichstag Hans Beimler, llegó pronto a casi un centenar de hombres que se encuadraron en la Centuria “Thaelmann”, saliendo a finales de agosto de 1936 para el frente, y allí se les incorporó otro de los internacionales alemanes más conocidos: “Ludwig Renn”, pseudónimo del escritor alemán Arnald Vieth von Golssenan, que fue oficial del ejército de su país en la I Guerra Mundial. Posteriormente se afilió al Partido Comunista.

En agosto de 1936 se formó en la Ciudad Condal la Centuria “Justicia y Libertad”, bajo el mando de Carlo Rosselli, un militante socialista evadido de la isla de Lipari. Los componentes de esta centuria eran la mayoría italianos, y había desde anarquistas hasta republicanos moderados, pasando por socialistas y comunistas. Hacia el 20 de agosto de 1936 partieron para el frente de Aragón. El 5 de septiembre lo hizo la Centuria “Gastone Sozzi” con un centenar de hombres, casi todos italianos, bajo el mando de un antiguo sargento “bersaglieri”, Gotardo Rinaldi y del capitán Francesco Leone.

El 6 de septiembre, treinta y cuatro polacos, la mayor parte de ellos de profesión mineros, residentes en Francia y Bélgica, y dos húngaros formaron un grupo al que le dieron el nombre de un revolucionario polaco: Jaroslaw Dombrowski. Al día siguiente pasó a integrarse, como sección de ametralladoras, en la recién creada “Comunne de París”, a cuyo mando estaba el oficial del ejército francés Jules Dumont, conocido con el sobrenombre de “coronel Kodak”, por la afición que tenía a ser retratado. Afiliado al Partido Comunista, había participado en la campaña de Abisinia.

En las sierras del Norte de Madrid lucharon desde agosto el Batallón “Octubre”, que si bien estaba formado mayoritariamente por españoles, también figuraban algunos extranjeros, estando mandados por el socialista piamontés Fernando Da Rosa, que marchó de Italia después de la victoria del fascismo. Refugiado en Bruselas, cumplió dos años y medio, de los cinco a que se le condenó, por un atentado fallido contra el príncipe Humberto, hijo del rey Víctor Manuel de Italia. Se exilió a España, participando en el levantamiento revolucionario de octubre de 1934. Fue arrestado y condenado a 19 años de prisión. En febrero de 1936 se benefició de la amnistía decretada por el Frente Popular. En el Batallón “Octubre” estuvo ayudado por el yugoslavo Mirko Turkovic y por el italiano Bianchi. Fernando Da Rosa, a finales de julio, al mando de su batallón partió al frente de la Sierra de Madrid, asentándose en Peregrinos. El 16 de septiembre de 1936, en un contraataque tratando de recuperar sus posiciones en el monte de Cabeza Lijar, cayó herido mortalmente.

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La comarca manchega tenía un gran valor estratégico y logístico, al ser el centro de comunicaciones que enlazaban Madrid con Levante y Andalucía, estando además alejada de los diferentes frentes de guerra. Aunque Albacete y sus alrededores era aparentemente un lugar inhóspito, sin embargo poseía suficientes recursos agrícolas y ganaderos como para alimentar a un gran número de hombres.               

El día 12 de octubre de 1936 comenzó la transformación de Albacete en base del Ejército para recibir a los primeros voluntarios extranjeros. Ese mismo día llegaba a Figueras (Gerona) el primer gran contingente compuesto por quinientos hombres, franceses en su mayoría, alemanes y balcánicos. Al día siguiente, otros quinientos desembarcaban en Barcelona, procedentes de Marsella, llegando el 14 a Albacete. Urgentemente se tuvo que formar el llamado “Comité de Organización”, encargado de recibir a los voluntarios, vestirlos e instruirlos.

Al mismo tiempo que se organizaban las Brigadas, arribaban a Cartagena y Alicante los primeros barcos rusos con carros, tanques, municiones, etc.

En octubre de 1936, Stalin destinó como jefe de la base de Albacete y de las Brigadas Internacionales a André Marty, que en 1935 había sido nombrado secretario general de la Komintern. 

 

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Había nacido en Perpiñán en 1886, hijo de un revolucionario de la Comuna de París, que tras la derrota de 1871 fue condenado a muerte. André Marty en el año 1907, intervino en la rebelión de viticultores franceses del Sur y después se alistó en la escuadra francesa como mecánico. Fue destinado en el torpedero Le Protée, que formaba parte de la flota francesa en el Mar Negro, encargada de apoyar al ejército blanco al comenzar la guerra civil de Rusia en 1919. Trató de hacerse con el barco para entregárselo a la Marina revolucionaria rusa, pero descubierto por el contraespionaje galo, fue trasladado a otro navío, el Waldeck-Rousseau, donde se amotinó con el mismo fin. Llevado ante un consejo de guerra evitó el fusilamiento, alegando que un abuelo suyo había muerto de demencia, y pese a una aparatosa condena fue indultado en 1923. Ingresó inmediatamente en el Partido Comunista de Francia, que valoraba como un gran mérito la doble traición de Marty a su patria. Varias veces diputado, fue nombrado en 1932 miembro del comité ejecutivo de la Komintern y recibió la Orden soviética de la Bandera Roja.

André Marty llegó a Albacete acompañado por su esposa Pauline, la única persona del mundo ante la que sentía miedo y aun cierto respeto.

Marty instaló su cuartel general en el convento de las Dominicas. Nombró jefe de Estado Mayor a Vital Gayman “Comandante Vidal”, un individuo menudo e inquieto, hábil organizador y fanático de la disciplina. Aunque era bastante cruel, tapaba como podía las arbitrariedades y desatinos de su jefe. También formaban parte del comité organizador de las Brigadas, el comunista Luigi Longo, su colega Giuseppe de Vittorio, alias “Mario Nicoletti”, encargado de asuntos políticos, el comunista prusiano Hans Kahle, el aventurero francés “Geoffroy”, el polaco “general Walter”, el jefe del Quinto Regimiento Vittorio Vidali “Carlos Contreras”, secretario de otro jefe de los servicios soviéticos, coronel Orlov y la aristócrata Constancia de la Mora “Conniel”, intérprete en varios idiomas, nieta de Antonio Maura Montaner (1853-1925), –estadista, abogado y cinco veces Presidente del Gobierno–, y esposa del coronel Ignacio Hidalgo de Cisneros, comunista como ella y que sería nombrado jefe de la Aviación Republicana.

Pronto empezó André Marty a hacer honor a su fama de crueldad y sadismo,  al que al poco tiempo le llamarían “El carnicero de Albacete”. Tales atrocidades cometió en nombre de la disciplina, que fue llamado a rendir cuentas ante el Comité Central del Partido Comunista de Francia al que pertenecía. Y el 15 de noviembre de 1937 respondió a las acusaciones en los siguientes e increíbles términos, que incluían un pavoroso retrato de las Brigadas Internacionales bajo su mando:

«A España, con los buenos militantes comunistas, socialistas, antifascistas italianos, emigrados alemanes, anarquistas de todos los países y razas, acudieron muchos centenares de elementos criminales y mientras parte de ellos se limitaban a vivir cómodamente sin hacer nada ni combatir, otros muchos, aprovechándose del desorden, iniciaron una serie innumerable de abominables delitos: estupros, violencias, rapiñas, homicidios por pura maldad, hurtos, secuestros de personas, etc. No contentos con ello han promovido sangrientas rebeliones contra las autoridades de Valencia y hasta algunos se han dedicado al espionaje a favor de Franco. A medida que la policía de Valencia se iba haciendo dueña de la situación, tales elementos eran detenidos y conducidos a Albacete, centro de formación de las Brigadas Internacionales puestas bajo mis órdenes. Mientras una parte de los citados elementos consiguieron lavar sus culpas, marchando a combatir valientemente y cayendo en los más sangrientos encuentros que para la defensa de Madrid han sostenido las Brigadas Internacionales, otros han dado pruebas de ser incorregibles. En Albacete pretendían continuar las criminales empresas realizadas en otras partes; apresados, se evadieron del campo de concentración, agrediendo o asesinando a parte del personal de vigilancia. Ante todo ello no vacilé y ordené las ejecuciones necesarias. Las ejecuciones ordenadas por mí no sobrepasaron las quinientas; todas efectuadas contra auténticos criminales enmascarados de defensores de la libertad».

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El Decreto constitutivo de las Brigadas Internacionales dentro del Ejército republicano no apareció hasta el 27 de septiembre de 1937, pero venía a consagrar una situación que, sobre no ser ya secreta, existía prácticamente desde la misma iniciación de las Brigadas Internacionales en octubre de 1936.

Cuando las expediciones de voluntarios rendían viaje en la estación manchega, se les conducía inmediatamente a la plaza de toros, donde se realizaba una primera selección. Luego se les alojaba y encuadraba, marchando seguidamente a los centros de instrucción que estaban repartidos por pueblos de la comarca.

A La Roda iban los franceses y alemanes; a Madrigueras los italianos e ingleses; a Tarazona de la Mancha los polacos y a Villanueva de la Jara los balcánicos y americanos. La instrucción en algunos aspectos fue muy difícil, pues estos hombres venían con ideologías que no aceptaban la disciplina militar, lo que obligó a tener que utilizar la fuerza e imponiéndose la pena capital para delitos que se consideraban graves. Por supuesto no faltaba una cárcel y una “checa” particular que “ayudaron” a que se hicieran auténticos soldados.

El día 25 de octubre de 1936 ya estuvo formada la primera Brigada Internacional –llamada primero IX Móvil e inmediatamente XI Brigada Mixta–, a base del batallón que se llamó “Edgar André” formado sobretodo por alemanes y austriacos y dirigido por Hans Kahle, uno de los mejores oficiales que tuvieron las Brigadas Internacionales.  El batallón francófono se llamó “Commune de París” al mando de Jules Dumont. El tercer batallón era el “Garibaldi”, teniendo como jefe a Randolfo Pacciardi. El cuarto batallón tendría el nombre del revolucionario polaco de la Comuna parisiense de 1871 “Dombrowski” y estaba formado por eslavos y magiares al mando del polaco comunista Boreslav Ulanowski.

El resto de las nacionalidades se incorporaron a estos cuatro batallones.

El mando supremo militar quedó en manos de una de las figuras más carismáticas y que fue exaltado por la propaganda: el general Kleber, que había participado en la I Guerra Mundial, cayendo prisionero de los rusos y enviado a Siberia. Allí, al caer el régimen zarista fue puesto en libertad, uniéndose a los bolcheviques en la guerra civil, terminada la cual ingresó en la Academia Militar soviética. Kleber era uno de los hombres que había mandado Moscú para controlar la marcha de la guerra

El 1 de noviembre, la XI Brigada Mixta se puso a las órdenes del general Kleber y al día siguiente salían para Madrid, participando en las batallas de Brunete y posteriormente en Belchite. Opuesto, desde el punto de vista militar, a las teorías del general José Miaja y del teniente coronel Vicente Rojo, con los que sostuvo largas y duras controversias, fue enviado a Valencia, donde durante algún tiempo desempeñó un destino burocrático, al término del cual regresó a la URSS, desapareciendo misteriosamente de la escena política, al parecer víctima de una “purga” de Stalin.

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Ante la amenaza de los nacionales, el día 6 de noviembre de 1936, el gobierno de la República, dando por perdida la ciudad, se trasladó a Valencia, dejando la defensa de la capital en manos de la junta de Defensa de Madrid, que integraba a representantes de las diferentes fuerzas políticas que defendían la República, bajo el mando militar del general José Miaja Menant. En compañía del jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Vicente Rojo Lluch, se apresaron a diseñar un plan de defensa de Madrid, impidiendo la rápida caída de la capital de España.          

El 6 de noviembre de 1936, la XI Brigada se estableció como reserva en el sector de Vallecas. El día 7, en pleno ataque del Ejército de África sobre la Casa de Campo, los Internacionales desfilaban por la Gran Vía, ante la multitud que los vitoreaba al grito de “¡Viva los rusos!” Entraron en combate el día 8, cuando el primero y decisivo empuje de los asaltantes había ya sido contenido…por las brigadas y columnas españolas.

La XII Brigada Internacional, al mando del escritor húngaro-soviético Maté Zalka (“general Luckas”) y con Luigi Longo (“Gallo”) de comisario, entró en fuego aún más tarde y fracasó estrepitosamente frente al Cerro de los Ángeles.

Sus tres batallones –el italiano “Garibaldi”, el germánico “Thaelmann” y el francés-belga “André Marty”– huyeron como bisoños milicianos en cuanto alguien gritó, chapurreando español: “¡Moros, moros!”.

El 17 de noviembre, la XII Brigada salió para Madrid, donde los tres batallones de la XI –“Edgar André”, “Dombrowski” y “Commune de París”– lucharon con legionarios y regulares por cada palmo de terreno en la Ciudad Universitaria. El 18 de noviembre, la XII Brigada, rehecha tras el desastre del Cerro, llegó al sector para reforzar a la XI.

El 21 de noviembre, con la batalla defensiva ya prácticamente ganada por el nuevo Ejército de la República, las dos Brigadas Internacionales contribuyeron a restablecer la situación después de la espectacular desbandada de los anarquistas catalanes y después de la misteriosa muerte del jefe de la “columna de socorro a Madrid”, Buenaventura Durruti.

Poco después, Kleber pasó a mandar el sector occidental de la defensa, y Hans Kahle, el competente jefe del Batallón “Edgar André”, le sucedió en el mando de la XI Brigada Internacional.  La primera fase de la lucha por Madrid, había terminado.

La resistencia de las milicias populares predominantemente socialistas y comunistas, luego militarizadas para formar el Ejército Popular, unida de forma decisiva a los refuerzos de las Brigadas Internacionales, permitió que Madrid se convirtiera en un símbolo de resistencia contra los nacionales. Famoso se hizo el eslogan ¡No pasarán!, siguiendo Madrid en manos de los rojos durante el resto de la contienda.

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La Batalla del Jarama se desarrolló entre el 6 y 27 de febrero de 1937. La ofensiva fue iniciada por el ejército Nacional con la intención de cortar las comunicaciones de Madrid. Para algunos historiadores, esta ofensiva entra dentro de la Batalla de Madrid. El diseño de la operación inicial era una acción de gran envergadura por el este de Madrid que incluía la toma de Arganda del Rey cortando las comunicaciones hacia Valencia y subir hasta Alcalá de Henares para alcanzar la carretera de Barcelona. La batalla tomó el nombre de las primeras ofensivas con la conquista en poco más de cuatro días, de la zona del río Jarama. Las unidades republicanas, dispersas en el inicio de la ofensiva, se agruparon al mando del general José Miaja el día 15 de febrero de 1937, conformando en total cuatro Divisiones o Agrupaciones que consiguieron evitar el avance hacia Arganda. El ejército republicano contó con las Brigadas Internacionales XI, XII, XIV y la XV, que combatieron entre el Jarama y Morata de Tajuña.

La intervención militar de los americanos en el Jarama fue un total desastre debido principalmente a la indisciplina y a su ineptitud. El jefe del batallón, Bob Merriman, recibió la orden de recuperar el Pingarrón. Se negó y forceó con Copic y con “Gal” hasta que, amenazado de fusilamiento por motín, dio la orden de ataque contra los legionarios, que acababan de instalar un excelente sistema defensivo de fuegos cruzados. Los soldados nacionales de Orgaz –el 95 por 100 de los legionarios del Jarama eran españoles, en contra de tantas propagandas insidiosas– frenaron en seco a los “Lincolns” que habían venido a España huyendo de los coletazos de la crisis de Wall Street, no para enfrentarse a unos soldados mucho mejores que ellos.

Este primer intento americano tuvo lugar el 23 de febrero de 1937. El día 27 Merriman herido, fue evacuado. Las ametralladoras del negro Oliver Law, jefe del “batallón Lincoln”, cayeron en poder de los legionarios. Al anochecer, sesenta soldados, varios de ellos heridos, se arrastraron hasta sus trincheras de partida. Unos cuarenta más se quedaron agonizando en tierra de nadie, durante toda la noche. Del resto no se tuvo noticias. Esto es lo que hizo el flamante batallón “Abraham Lincoln” en la batalla del Jarama. En adelante la historia de las Brigadas Internacionales –con la efímera excepción de Guadalajara– fue una historia de desilusión, amotinamientos y desastres. Aquello no era lo que les habían prometido; aquello era mil veces peor que el hambre de casa.

Parece ser que fue Alex Mac Dade, que procedía de Glasgow, quien escribió una nueva letra para cantar con la música del Red River Valley, que con el título de Valle del río Jarama, se convirtió en una especie de himno oficioso del “batallón Lincoln” y, por extensión, de las Brigadas Internacionales. La traducción del inglés es:

Fue en España en el valle del Jarama

lugar que nunca podré olvidar

pues allí cayeron camaradas

jóvenes que fueron a luchar.

Nuestro batallón era el Lincoln

luchando por defender Madrid

con el pueblo hermanados peleamos

los de la Quince Brigada allí.

Lejos ya de ese valle de lágrimas

su recuerdo nadie borrará.

Y así antes de despedirnos

recordemos quien murió allá.

Sin embargo, la realidad había sido más trágicamente prosaica. El sacrificio de los interbrigadistas había resultado más bien un ejemplo de hasta qué punto existían enormes deficiencias logísticas, de entrenamiento y de mando en el seno de las Brigadas Internacionales. No menos de 120 hombres del “Lincoln” murieron frente al Pingarrón y el número de heridos llegó a 175. La incompetencia fue una causa clara de este desastre.

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La Batalla de Brunete se desarrolló desde el 6 hasta el 25 de julio de 1937, en esta población y otras aledañas del oeste de Madrid. Esta ofensiva lanzada por el Ejército Popular tenía como objetivo disminuir la presión ejercida por las tropas Nacionales sobre Madrid y al mismo tiempo aliviar la situación en el frente Norte. El enfrentamiento principal tuvo lugar en una localidad muy próxima llamada Quijorna.

Todas las Brigadas Internacionales participaron en la batalla de Brunete, excepto la XIV, que después del fracaso de La Granja se separó de la División “Walter”, a instancias del coronel “Kodak”. El balance final fue terrible, ya que aparte de las enormes pérdidas, la indisciplina y el motín borraron del Ejército gubernamental a dos de las Brigadas Internacionales.

El despliegue de las BI en vísperas de la batalla, fue el siguiente:

XI Brigada “Thaelmann”, al mando de Richard Staimler, con tres batallones; “Edgar André”, “Thaelmann”, “Beimler”, nuevo “Doce de Febrero” (a base de voluntarios austriacos).

XII Brigada “Garibaldi”, con Randolfo Pacciardi, casi intacta después de su actuación ante Huesca.

XIII Brigada, que ya no manda Zaisser-Gómez, sino el italiano Vincenzo Bianco “Krieger”, con dos batallones internacionales; “Henri Vuillemin”, “Tchapaiev o de las 21 naciones” y los españoles “Otumba” y “Juan Marco”.

XV Brigada, al mando de Copic, con dos subjefes de brigada: George Nathan (inglés) y Gabriel Fort (francés), que conservaban cada uno el mando de sus batallones. Los batallones de la XV eran el británico, con el jefe adjunto Fred Copeman; el rehecho “Lincoln” mandado por Merriman; el “Seis de Febrero” (Gabriel Fort); el “Dimitrov”, el “George Washington” y el canadiense “Mackenzie Papineau”.

150 Brigada “Dombrowski”, creada en Huesca, con cuatro batallones: “Dombrowski”, “Rakosi”, “André Marty” y “Palafox”.

Durante el curso de la batalla, la Brigada XI actuó siempre en apoyo de las demás fuerzas de la División de Líster y fue la encargada de resistir los ataques más duros durante la contraofensiva nacional en el Sector Centro. Su actuación fue oscura y meritoria, siendo predominantemente defensiva, y como unidad defensiva se acreditó una vez más.

La XII Brigada Internacional fue la única que en la batalla de Brunete recibió una felicitación del jefe de Estado Mayor, Vicente Rojo. Su actuación fue positiva y, en ocasiones, brillante.

En cambio la Brigada Internacional 150, repitió en Brunete, su pésima actuación inicial en Huesca. El 4 de agosto ésta Brigada desaparecía del Ejército republicano.

Pero el verdadero desastre internacional de Brunete se debió a las dos restantes Brigadas, la XII y la XV, a quienes tocó la parte más difícil de la lucha, y que también fueron atacadas por un enemigo terrible: la sed. Y en plena ofensiva nacional morían casi a la vez los hombres de la XV que por su cargo y su valor mantenían la disciplina: Oliver Law, Fred Copeman y George Nathan.

Más grave aún fue el motín de la XIII Brigada. Los polacos de su unidad se soliviantaron, afectados por la disolución del PC polaco decretado por la Komintern.  El día 26 se ordenó su relevo, pero al producirse la desbandada de las unidades que sustituyeron a los brigadistas, estos recibieron nuevamente la consigna de regresar al frente. Uno de los soldados se negó a obedecer la orden, Krieger le levantó la tapa de los sesos de un tiro. Sólo la intervención de los oficiales le salvó de verse linchado por sus hombres. Decididos a no regresar al frente, se dirigieron a Torrelodones, donde se apoderaron de unos camiones para marchar a Valencia. No lo consiguieron porque una compañía de Guardias de Asalto enviada por Miaja los instó a entregarse y procedió a desarmarlos. Los brigadistas, que vieron en aquel episodio una oportunidad para no regresar al frente, no se opusieron.      

Brunete fue un golpe de gracia para la moral y la historia de las Brigadas Internacionales.

En cuanto al cumplimiento de los objetivos señalados, no se consiguió ninguno, pues el cerco de Madrid permaneció en la misma situación y la ofensiva sobre Cantabria sólo se retrasó un mes. Sin embargo, los costes humanos, para uno y otro bando, fueron enormes, estando considerada esta batalla como una de las más sangrientas de la Guerra Civil española.

 

ARRIBA     



La Batalla de Belchite se inició el 24 de agosto de 1937, a iniciativa del ejército rojo, que como en Brunete, perseguía el propósito de distraer fuerzas enemigas operantes en el frente del Norte, que amenazaban seriamente Santander. El objetivo, al menos aparente, de esta ofensiva era el ataque y subsiguiente ocupación de Zaragoza, en poder de los nacionales desde el comienzo de las hostilidades.

Considerada en su conjunto, la operación no constituyó éxito alguno para los rojos –aunque la propaganda, se encargara de decir otra cosa–, pues Franco, avisado por cuanto había ocurrido en Brunete, no se dejó engañar y, salvo la masa de aviación, no distrajo fuerzas del Norte, sino que las llevó de Madrid, al mando de Fernando Barrón Ortiz y de Eduardo Sáenz de Buruaga Polanco, expertos y veteranos “africanistas” que cumplieron su cometido a plena satisfacción de sus jefes.

Todas las Brigadas Internacionales participaron en el desastre de Aragón. Tres de ellas –la XI, la XII y la XV– se situaron, agrupadas en la División 35 de “Walter”, en el sector de Quinto-Codo-Belchite. Saltó la sorpresa cuando estas Brigadas, casi sin cuadros de mando, se encontraron no solamente desbordadas, sino, en algún caso, dentro de las líneas enemigas un día después de iniciado el gran ataque. Ni la XI pudo defender Codo ni la XV Belchite, que cayó el 6 de septiembre, con lo cual la República volvía a estar a la defensiva.

El fracaso de la ofensiva suscitó una irritada controversia entre Indalecio Prieto Tuero y el general Sebastián Pozas Perea: “Tantas fuerzas para tomar cuatro o cinco pueblos no le satisfacían al Ministerio de Defensa ni a nadie”, telegrafió aquél, que seguía atribuyendo el fracaso a los “manejos políticos y a la cantidad enorme de oficiales rusos que pululan en Aragón, tratando a los militares españoles como si fueran elementos colonizados”.

Ante la ausencia de Copic tomó el mando de la XV Internacional Bob Merriman, quien ordenó resistir a toda costa cerca de Híjar, mientras que el grueso de la división se retiró sobre Alcañiz, según mandó Vicente Rojo. Pero los jefes perdieron el contacto con sus unidades. “Walter” desapareció en territorio que ya era enemigo, lo mismo que Merriman. Cuando los batallones dispersos de la XI y la XV llegaron a Alcañiz, los nacionales ya estaban en la ciudad.

Luigi Longo, inspector general, ordenó la retirada hacia Caspe. Llegaron primero los restos de la XI y XV a esta población, tropezándose con el jefe de la división “Walter”, que tuvo que cruzar a toda velocidad la ciudad de Alcañiz, totalmente ocupada por el enemigo.

Poco después de la madrugada del 14 de marzo de 1938 arribaron la XII y XIV. La XIII que fue la que menos sufrió, se encontraron allí. Estaban, pues, juntas las cinco, dispuestas a defender Caspe, aunque resultó un intento inútil ya que no la mantuvieron en su poder ni veinticuatro horas. La misma noche del 14 tuvieron que retirarse a la línea de Guadalope. Después de algunos cambios de jefaturas, de un consejo de guerra presidido por André Marty, de retirarse la XIII del sector y ser enviada a las inmediaciones de Lérida en apoyo de la división de “El Campesino”. El 21 de marzo apareció una nueva Brigada Internacional: la 129 que había sido creada a toda prisa en Tamarite de Litera, mandada por Wacek Komar y formada por combatientes de cuarenta naciones. Desde luego fue la Brigada más internacional de todas. Y la última.

El 22 de marzo de 1938, los Cuerpos de Ejército de Navarra, Galicia, Castilla, Marroquí y la Agrupación Valiño, desencadenaron una segunda oleada ofensiva, y el frente enemigo, apenas apuntado, volvió a saltar en pedazos, que ya no se soldaría bajo una línea única.

Gandesa fue, en cierto sentido, el final de las Brigadas Internacionales. El primer final de una larga agonía. Disueltas y aniquiladas la XII y la XIV, los restos de la XI y la XV, trataron de salvar Gandesa, cuando esta población estaba ya a punto de caer.

La definitiva aniquilación de las dos Brigadas tuvo lugar los días 31 de marzo a 3 de abril. El recodo del Ebro es una inmensa bolsa en la que la caballería va señalando, uno a uno, los grupos de Internacionales, que suelen morir silenciosamente, sin rendirse. Cerca de Gandesa pereció entero el veterano batallón “Thaelmann” que desapareció de la guerra de España. El entonces coronel nacional Rafael García Valiño Marcén, ocupó Gandesa el 3 de abril, haciendo prisioneros a 140 hombres de la Brigada XV. 

El balance de la retirada de Aragón fue, por tanto, espantoso. De unos quince mil combatientes encuadrados en las BI al comienzo de la ofensiva, a mediados de abril quedaban algo más de tres mil.

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El mes de septiembre de 1938 fueron retiradas de los frentes las Brigadas Internacionales. El día 5 de julio de 1938 se celebró en Londres una reunión del llamado Comité de No Intervención, en la que se acordó la retirada de los voluntarios en ambas zonas. El verano era extremadamente cálido y la guerra duraba demasiado y el desgaste era enorme. En la zona republicana habían disminuido extraordinariamente las ilusiones de victoria, y en diversas ocasiones se habían producido intentos de buscar una mediación para concluir la lucha mediante un armisticio. Fracasado éste por la postura firme del Gobierno nacional, los Gabinetes extranjeros pensaron que una retirada de voluntarios aliviaría la crudeza de la lucha.

El Presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín López, planteó decididamente ante la Sociedad de Naciones la retirada de extranjeros. Fijó la fecha del 23 de septiembre para el acontecimiento. Hasta el día anterior la BI habían luchado en un grupo conjunto. La sierra de Cavalls había sido uno de sus últimos escenarios en la batalla del Ebro. Fueron relevados por combatientes españoles, principalmente por la división de “El Campesino”. Así pues, el sangriento frente del Ebro fue el teatro del capítulo final de las Brigadas Internacionales.

El 10 de octubre de 1938, el puerto de Valencia era un inmenso hormiguero donde pululaban hombres desarmados, hablando en varias lenguas. Esperaban ser trasladados a Barcelona.

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Los ex combatientes quisieron tener su último acto militar antes de partir hacia sus respectivos países. Ya en las propias tierras del valle del Ebro, desfilaron ante los altos jefes militares rojos: Líster, Modesto y Tagüeña. Después comenzó la desbandada. Los italianos y franceses fueron enviados a Calella (Barcelona) y los ingleses y americanos a Ripoll.

El gran desfile se celebró el 28 de octubre de 1938, cuando aún no había terminado la batalla del Ebro, en la Diagonal, entonces llamada Avenida del 14 de Abril, de la Ciudad Condal. El Partido Comunista ofreció un gran banquete a los jefes de las unidades. En él se dejó bien sentado que tanto desde los primeros momentos como hasta los últimos, los comunistas habían sido quienes habían preparado las Brigadas de voluntarios extranjeros. Todos los jefes importantes comunistas asistieron al acto. También lo hicieron el presidente del Gobierno, Juan Negrín, el de la Generalidad, Luis Companys y el jefe del Estado Mayor Central, general Vicente Rojo

La repatriación ofreció muchos problemas. Uno de ellos, la acogida en territorio francés, se presagiaba áspera, ya que muchos voluntarios eran galos y habían tomado ilegalmente las armas para luchar en una guerra extranjera, lo cual constituía un delito. El Gobierno de París puso dificultades, pero en diciembre de 1938 terminó con una reunión del Parlamento, en la que se concedía la amnistía a estos ex combatientes.

André Marty “El carnicero de Albacete”, que había organizado la llegada de las Brigadas, también organizó la repatriación. Los ingleses llegaron a Gran Bretaña sin mayores problemas, y los americanos tampoco tuvieron dificultades. Pero la cuestión residió en repatriar a alemanes e italianos, ya que París no los quería. Pero se inventaron pasaportes. Como fuere que la tarea era muy lenta, se quedaron en Cataluña más de tres mil ex voluntarios de las Brigadas Internacionales, cuando llegaron las tropas nacionales.

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«Es muy difícil pronunciar unas palabras de despedida dirigidas a los héroes de las Brigadas Internacionales, por lo que son y por lo que representan.

Un sentimiento de angustia, de dolor infinito, sube a nuestras gargantas atenazándolas... Angustia por los que se van, soldados del más alto ideal de redención humana, desterrados de su patria, perseguidos por la tiranía de todos los pueblos...

Dolor por los que se quedan aquí para siempre, fundiéndose con nuestra tierra y viviendo en lo más hondo de nuestro corazón aureolados por el sentimiento de nuestra eterna gratitud.

De todos los pueblos y todas las razas, vinisteis a nosotros como hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal, y en los días más duros de nuestra guerra, cuando la capital de la República española se hallaba amenazada, fuisteis vosotros, bravos camaradas de las Brigadas Internacionales, quienes contribuisteis a salvarla con vuestro entusiasmo combativo y vuestro heroísmo y espíritu de sacrificio.

Y Jarama y Guadalajara, y Brunete y Belchite, y Levante y el Ebro cantan con estrofas inmortales el valor, la abnegación, la bravura, la disciplina de los hombres de las Brigadas Internacionales.

Por primera vez en la historia de las luchas de los pueblos se ha dado el espectáculo, asombroso por su grandeza, de la formación de las Brigadas Internacionales para ayudar a salvar la libertad y la independencia de un país amenazado, de nuestra España. Comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos, hombres de distinto color, de ideología diferente, de religiones antagónicas, pero amando todos ellos profundamente la libertad y la justicia, vinieron a ofrecerse a nosotros incondicionalmente.

Nos lo daban todo; su juventud o su madurez o su experiencia; su sangre y su vida, sus esperanzas y sus anhelos... Y nada nos pedían. Es decir, sí: querían un puesto en la lucha, anhelaban el honor de morir por nosotros.

¡Banderas de España!... ¡Saludad a tantos héroes, inclinaos ante tantos mártires!...

¡Madres!... ¡Mujeres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de los días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales.

Contadles cómo, atravesando mares y montañas, salvando fronteras erizadas de bayonetas, vigiladas por perros rabiosos deseosos de clavar en ellos sus dientes, llegaron a nuestra patria como cruzados de la libertad, a luchar y a morir por la libertad y la independencia de España, amenazadas por el fascismo alemán e italiano. Lo abandonaron todo: cariños, patria, hogar, fortuna, madre, mujer, hermanos, hijos y vinieron a nosotros a decirnos: «¡Aquí estamos»!, vuestra causa, la causa de España es nuestra misma causa, es la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva..

Hoy se van; muchos, millares, se quedan teniendo como sudario la tierra de España, el recuerdo saturado de honda emoción de todos los españoles.

¡Camaradas de las Brigadas Internacionales! Razones políticas, razones de Estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites os hacen volver a vuestras patrias a unos, a la forzada emigración a otros. Podéis marcharos orgullosos. Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia, frente al espíritu vil y acomodaticios de los que interpretan los principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales o hacia las acciones industriales que quieren salvar de todo riesgo.

No os olvidaremos, y, cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República española, ¡volved!...

Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales!»

Dolores Ibárruri, Pasionaria. 1-XI-1938

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Tanto la intervención de la NKVD como de las Brigadas Internacionales reportaron considerables beneficios a la URSS aunque no a la causa de la República española.

El entonces oficial ruso Pavel Sudoplatov y más tarde director de la Administración de Tareas especiales del KGB, se manifestó de esa forma:

«Enviamos a nuestros operativos de inteligencia jóvenes e inexpertos al igual que  a nuestros instructores experimentados. España demostró ser el jardín de infancia para nuestras operaciones de inteligencia futuras. Nuestras iniciativas posteriores en el terreno de la inteligencia arrancaron todas del contacto que hicimos y de las lecciones que aprendimos en España. Los republicanos españoles perdieron, pero los hombres y las mujeres de Stalin ganaron. Cuando la guerra civil española concluyó, no quedaba lugar en el mundo para Trotsky».

En marzo de 1939, Stalin daba a Pavel Sudoplatov la orden de: “Hay que acabar con Trotsky durante este año”.

Sudoplatov, como gran jefe de las misiones especiales, asesinó al jefe nacionalista ucraniano Konovalets. Organizó el asesinato de Trotsky y se encargó del espionaje atómico en Estados Unidos.

Todo un ‘angelito’ a las órdenes del ‘padrecito de los pueblos”, el mayor asesino mundial: Iósiv Vissariónovich Dzhugashvili, llamado Stalin.

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