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Actualizada: 25 de Septiembre de 2.006.  

 
 
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La vergüenza de Gibraltar.

Por José Gabriel.

Gibraltar es el puñal que todo español lleva clavado en el corazón, decía Julio Ruiz de Alda. Quizá por eso, nuestro presidente, heredero moral y directo de los que asesinaron al citado personaje, ha decidido que es hora de clavar el puñal un poco más.

Entiendo que la política internacional obliga a España a soportar relaciones con Inglaterra y las demás naciones hostiles en el pasado y presente; pero lo que no logro comprender, es la constante amabilidad, cuando no claudicación y sumisión, con la que nuestra maltrecha Patria trata a la pérfida Inglaterra.

A nadie se le escapa que el episodio de Gibraltar responde a uno de los mayores actos de piratería y traición internacional. En la Guerra de Sucesión , la plaza fue ocupada en nombre de Carlos III, Rey de España; pero después, siendo fieles al estilo que siempre ha caracterizado a los “hijos de la Gran Bretaña”, el almirante inglés George Rooke, colocó la bandera inglesa y tomó posesión del lugar en nombre de Ana, reina de Inglaterra. Luego, vino lo de siempre tras una conquista inglesa: destrucción de iglesias por parte de los anglicanos, asesinatos, violaciones, saqueos y por último, el éxodo de la población autóctona que se negó a permanecer bajo dominio extranjero.

Desde entonces  hasta nuestros días y en función de quien nos haya gobernado, nos ha tocado padecer un sinfín  de falsas promesas, negociaciones, asedios, ruegos, burlas, vejaciones, engaños, cobardías y traiciones.

El Generalísimo protagonizó la última ofensiva seria, logrando al menos, una legitimidad moral y jurídica amparada por la inservible ONU; también decidió cerrar la verja, pretendiendo con ello forzar el adelanto de una solución  que no llegó gracias a la debilidad  y falta de dignidad de Adolfo Suárez.

Pero nuestro iluminado presidente, al igual que está dispuesto a solucionar el terrorismo dando la razón a los asesinos, ha decidido hacer lo propio con Gibraltar dando la razón a los colonos invasores.

Lo primero que ha hecho, ha sido enviar al ministro de desastres exteriores (piltrafilla humana que se encontraba ausente el día que Dios repartió talentos), a negociar un acuerdo que desbloquee la situación con nuestros “amigos ingleses”.

Para humillarnos aun más, la negociación ha sido trilateral, poniendo de esta manera a la Colonia, en pie de igualdad frente a España. Los colonos, además de este reconocimiento, han conseguido que España levante las restricciones aéreas para vuelos civiles, ampliación del aeropuerto, prefijo internacional reconocido desde nuestra nación, mejora de infraestructuras  y una interminable lista de ventajas, encaminadas todas a consolidar su conciencia como futuro Estado.

Como ridícula contrapartida, hemos logrado un uso compartido en algunas instalaciones y una promesa de los ingleses ¡ja, ja, ja! , para no reparar submarinos nucleares en el territorio robado ¡Bueno! También nos dejarán abrir un Instituto Cervantes, ya se sabe, los que España abre en el extranjero para proyectar nuestra lengua y cultura ¿Extranjero Gibraltar? ¿Desde cuándo, Sr. Moratinos?

Nadie recuerda  la verja construida por los colonos en territorio neutral y español, o el puerto y aeropuerto realizados en territorio también español; nadie recuerda que Gibraltar vive del fraude fiscal, del contrabando de todo tipo de sustancias o de sus burdeles, aunque en esto último España se ha puesto muy al día; nadie reconoce que lo único que le importa hoy en día de Gibraltar a los ingleses, es la deshonra que supone para España ver ondear la bandera pirata en nuestro territorio.

Para que una negociación tenga sentido, las dos partes tienen que poder y estar dispuestas a ceder. Esto no se da en el caso que nos ocupa. El reconocimiento de la soberanía española sobre el Peñón es  «condición sine qua non»  para después poder negociar lo que sí es negociable, es decir, la condición en la que han de quedar los colonos que durante siglos han ocupado nuestro solar patrio, o los plazos de entrega de la irrenunciable y susodicha soberanía.

Todo lo que no sea exigir, de manera clara y absoluta, la devolución de nuestro profanado territorio, es una burda y macabra traición. Mientras esto no ocurra y como incremento de nuestra falta de dignidad patriótica, España seguirá limitando al Sur con la ¡vergüenza de Gibraltar!


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