AFICIÓN DE BUITRES

 

 

Por Pío Moa

 

Leo en el famoso bloc de Arcadi Espada, escrito por una señora o señorita de un pueblo zamorano: «Por aquí han venido los de la memoria histórica con sus fosas, y ya han conseguido envenenar a la mitad del pueblo contra la otra mitad». Me escribía un señor andaluz: «Subvencionados por la Junta y por los ayuntamientos, han ido pueblo a pueblo diversos historiadores sembrando el odio con sus supuestas investigaciones sobre la represión». Otro, de Extremadura, a raíz de unas conferencias que allí he dado: «Las autoridades socialistas están volcadas en simposios y todo tipo de actos sobre la represión franquista, la matanza de Badajoz, etcétera, con absoluto sectarismo y creando tensiones innecesarias entre la gente». Así está ocurriendo por gran parte del país, y me sorprende que los historiadores serios o que presumen de serlo no protesten contra esta campaña nauseabunda. Pero hasta ahora no han abierto la boca, que yo sepa.

Esto me recuerda a la campaña propagandística montada por las izquierdas después de fracasar en el intento de organizar la guerra civil en octubre de 1934. Me refiero a la campaña sobre la represión derechista en Asturias. Se trató de una colección de falsedades o exageraciones sin tasa hablando de un terror salvaje e indiscriminado, con asesinatos y torturas de miles de «antifascistas», violaciones masivas de hijas y mujeres de mineros, etcétera. De su falsedad da idea la ausencia de denuncias por parte de las supuestas víctimas o sus deudos cuando la izquierda volvió al poder en febrero del 36; o el hecho de que el Frente Popular rechazase las peticiones de la derecha de abrir una investigación oficial sobre las pretendidas atrocidades. Sin embargo aquella campaña tuvo una relevancia histórica extraordinaria, pues sirvió de plataforma para la vuelta de la izquierda al poder en 1936, llenó de odio a cientos de miles de personas y creó el ambiente propicio para la reanudación de la guerra civil.

Y no se trata del derecho de los parientes de los muertos, de uno y otro lado, a recuperar los restos de los suyos, si quieren, o dejarlos descansar donde estén, como prefieren muchos. Es la explotación de los sentimientos y la pretensión, tan estúpida como venenosa, de que en esas tumbas se concentra la «memoria histórica». No sólo no hay tal cosa, pues la memoria es mucho, muchísimo más, que los aspectos más siniestros de la guerra en los que tanto se complacen los apóstoles del rencor. Ahora bien, puestos a concentrarnos en tales aspectos, la memoria y los ejemplos de todos los días en diversos países nos muestran que siempre se perpetran atrocidades cuando la legalidad se viene abajo, y que fueron precisamente las izquierdas quienes intentaron derribar la legalidad republicana en la sangrienta insurrección de octubre de 1934, y acabaron de echarla por tierra entre febrero y julio de 1936. A quien lea los documentos aportados en mi libro «1934: comienza la guerra civil», no le quedará lugar a dudas al respecto, y perdón por la autorreferencia, pero esos documentos (aunque hay muchos más) simplemente hablan por sí solos, y no habían sido expuestos con amplitud hasta ahora. Y, ya inmersos en esa afición buitresca, debemos recordar que no sólo hubo terror entre las izquierdas y las derechas, sino también entre las mismas izquierdas, con gran número de personas torturadas y asesinadas, como demuestran los testimonios de comunistas, anarquistas, socialistas y republicanos. Citaré aquí brevemente algunos de ellos. Azaña: «Denuncias sin firma del SIM. Unos mozalbetes condenados a muerte por cantar un himno. El delator no sabía cuál era. Malos tratos: uno sordo, otro ciego». Acerca del SIM (Servicio de Información Militar, policía política creada por Prieto, inspirada por el espionaje soviético en España y copada por el PCE) escribe el anarquista Peirats en «Los anarquistas en la crisis política española»: «La táctica terrorista más inhumana era todo el secreto de sus éxitos. Pero este mismo sistema de tortura era aplicado a los elementos antifascistas no comunistas». El SIM tenía también sus propios campos de concentración, de un rigor brutal. Más: «Los cadáveres espantosamente mutilados de 12 jóvenes de la CNT de San Andrés (barrio extremo de Barcelona)» o «los 5 del rondín de Eroles, asesinados también», o de otros quince asesinados también en Tarragona, y otros en diversos puntos de Cataluña, siempre por los comunistas. «Las mazmorras de la GPU se multiplicaron como infiernos de Dante». Federica Montseny denunciaba el método comunista de secuestrar a rivales políticos, «meterles en una casa particular, sacarles por la noche y asesinarles».

O veamos a Abad de Santillán, también anarquista, en «Por qué perdimos la guerra»: «Las torturas, los asesinatos, las cárceles clandestinas, la ferocidad con las víctimas culpables o inocentes estaban a la orden del día. Lo ocurrido en las checas comunistas cuesta trabajo creerlo. En el Hotel Colón de Barcelona, en el casal Carlos Marx (menciona otros lugares) se perpetraban crímenes que no tienen precedentes. El Ayuntamiento de Casteldefells tuvo que protestar por la serie de cadáveres que dejaba en la carretera todas las noches la cheka del castillo. Hubo días en que se encontraron 16 hombres asesinados, todos ellos antifascistas». También señala una orgía de asesinatos y violaciones en Turón, de Granada, realizada por socialistas y anarquistas contra compañeros suyos, engañados los asesinos por sus mandos comunistas, que les habían hecho creer que sus víctimas eran «fascistas». Orwell menciona «las cosas más terribles» sobre la represión comunista contra el POUM: «Heridos arrastrados fuera del hospital y arrojados a la cárcel, gentes apretujadas en repugnantes mazmorras, presos golpeados y muertos de hambre», etcétera. Los comunistas, a su vez denuncian los métodos anarquistas en sus comunas de Aragón. En Guerra y revolución en España leemos: «Se perseguía, y aun se ejecutaba a los campesinos que se resistían a entrar en las llamadas colectividades agrícolas o por simples venganzas personales. En la zona del Cinca, en una noche fueron asesinados 128 campesinos (…) En Esplús, en un solo día aparecieron muertos 23 afiliados a la UGT». Hay muchos más testimonios sobre izquierdistas asesinados en el frente por sus rivales políticos y presentados luego como muertos en intento de deserción. O sobre fusilamientos terroristas de soldados desmoralizados por saber que la guerra estaba perdida sin remedio. O de miembros de las brigadas internacionales liquidados a centenares según confesión de su jefe Marty, conocido por «El carnicero de Albacete», etcétera. Estos hechos forman también parte de la memoria histórica, y, ya metidos en harina, los recuperadores de odios podían dedicar parte de su tiempo y subvenciones a investigarlos y buscar las tumbas, para honrar y recobrar la dignidad de las víctimas, como dicen desvergonzadamente. ¿Por qué no ponen manos a la obra?

La Razón, 16 de Noviembre de 2.004

 

 


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