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Actualizada: 29 de Octubre de 2.008.  

 
 
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   75 aniversario


Del discurso del teatro de La Comedia (29 de octubre de 1933 - 29 de octubre de 2008)


Por Pablo Gasco de la Rocha.


El discurso que José Antonio pronunció el día 29 de octubre de 1933 en el teatro de La Comedia de Madrid, en el marco del Acto de Afirmación Nacional que con motivo de la apertura del periodo electoral se organizo, es su propio y personal discurso, único y singularísimo, sin interferencias ni apoyaturas coyunturales. Un discurso que es puro sentimiento, por cuanto nos conmociona, y no sólo por la oratoria o por la exposición de los argumentos esgrimidos y los registros apuntados, ni siquiera por su poética y su llamada a la acción, sino porque nos invita a escuchar el clamor de las armonías superiores. Esas armonías superiores que él había oído mucho antes que todos los que le habían precedido… "Que sigan los demás con sus festines…", nos dijo, no sólo como actitud ante la situación del momento, sino como actitud permanente ante la vida. De ahí, el enorme impacto, la profunda conmoción que aquel discurso produjo y sigue produciendo. Y es que, aquel joven orador, "el hijo del Dictador" –como despectivamente algunos le llamaban-, se descubrió como lo que realmente era, un pensador original, que no novedoso, por su actitud de rigurosidad con la que impregnó toda su discursiva política posterior, al margen de apoyaturas circunstanciales.

José Antonio, que ciertamente fue un pensador clásico y por eso mismo occidental, sigue –mal que les pese a muchos- arrastrando su corte de incondicionales, una corte que debe saber, que estamos ante un político intemporal por sus registros metafísicos y, sobre todo, que el ruido de voces que importunaron su tiempo no le impidieron dar un paso al frente, que es siempre una decisión de voluntad y de riesgo. De ahí, otra de sus muchas cualidades, la valentía, pues asume la condición del valor en esa doble dimensión imprescindible para que tal actitud no sea un impulso momentáneo y mucho menos una acto de bravuconería.

Ni su más querida vocación, su profesión de abogado, ni la experiencia de cómo habían tratado a su padre, ni sus encuentros y desencuentros con un pueblo, con el que no se sentía muy identificado en muchos aspectos, ni siquiera su profunda pereza de intelectual para la acción, le impidieron dar un paso al frente desde ese compromiso serio, honrado y formal que se propuso fuera su tarjeta de visita en la vida.

Era joven, vivo, fuerte, optimista, sanamente ingenuo y todavía inexperto para tanto como se le exigió, en un tiempo convulso de intrigas y fratricida de resultados. Porqué, al margen de su novedad y originalidad, otra de sus  características fue la frescura, en parte, por una ausencia de exceso de experimentación antigua; retranca que sí portaban los políticos profesionales que venían de largo. Circunstancia ésta tantas veces obviada o relativizada, pero que obra como componente fundamental de indudable valoración personal. Toda vez que dimensiona algunas de las interpretaciones que sobre determinados aspectos se han dado con absoluta falta de rigor. Aunque, por ende, ha servido y contribuido en no poca medida a conectar bien con un amplio sector. Algo que a muchos les ha resultado atractivo y hasta lleno de posibilidades, que a la postre se han demostrado irrealizables. Pongamos, por ejemplo, las distintas valoraciones que se han dado sobre su "simpatía" por el Fascismo, o su más que "supuesto" republicanismo, que para nada queda manifestado en ninguna de sus afirmaciones o argumentaciones. Cuestiones a las que doy en llamar, manipulación demagógica de los riesgos exteriores.

Con todo, no podemos inventarnos a un José Antonio que no existe. Pues eso justifica y explica muchas desavenencias enquistadas a lo largo de todo este tiempo. Porque él, que fue capaz de superar todo, supo capitalizar la prioridad de lo realmente importante: la Dignidad del hombre y la Justicia Social frente a cualquier otro argumento, en parte, porque incidió con éxito en la escasa, por no decir nula, capacidad que tenían sus oponentes, la derecha y la izquierda, paras conjugar ambos conceptos.

Fue ciertamente la experiencia de la República, y no las críticas injustas y maldicientes a la obra y a la persona de su padre, que hubieran sido una anécdota en su vida, la que le saca y le obliga a salir de su mundo, plácido y sin sobresaltos, a ese escenario, la política, que le era incomodo y hostil, precipitado por la convicción subsiguiente del panorama de una Europa acosada por los nuevos bárbaros, los comunistas, entregándose a ella durante los tres años de vida que le dejaron tener. ¿Cómo no hacer, entonces,  un elogio incondicional de un hombre que ofrece a las masas las posibilidades para un desarrollo personal, social y político? Y ello, sin mirar atrás, sin añorar aquellos tiempos en los que mandaban los de su clase.

Pero, cómo podía saber tanto un hombre tan joven. Pues, porque sus comienzos venían de lejos, de las palabras oídas en familia según las cuales la libertad surge de la condición de ser protagonista del propio destino, y de su sensibilidad sentida e interiorizada, antes que nada, como una obligación de Justicia; pues él había conocido el mundo rural, los suburbios y las regiones hundidas en el olvido de los siglos. Había visto la injusticia, la incultura y el hambre, causas y razones de casi todas las violencias, y ese bagaje de sensibilidad hondamente sentida, no exenta, antes al contrario, de una profunda caridad cristiana, le bastaron para dar un salto al ruedo Ibérico, pese a todas sus reservas e incomodidades, para intentar salvar a España. Que es su grandísima aportación, por encima, incluso, de lo que dijera.

Todas estas consideraciones pueden ayudar, significativamente, a comprender hoy a José Antonio, pero lo que más va a beneficiarnos es la sensación colectiva generalizada de que España tiene que abrir una nueva página histórica, y buscar, como hizo en su tiempo José Antonio, una nueva alternativa sobre la base de una propuesta colectiva de Dignidad y Justicia. Justo, lo que hizo con indiscutible acierto José Antonio a pesar de que su éxito inicial y el plan de salvación nacional que propuso no pudiese concretarse en la situación inquietante y sin soluciones fáciles de la  España que le tocó vivir. Lo que impidió, pues antes le mataron, que su vigor y su impacto emocional, fuesen efectivos electoralmente.

La sociedad española está ante el mayor pensador para su futuro. Porque hoy la sociedad, con sus efectos y su verdad simulada, hace a los ciudadanos incapaces para vérselas con el mundo real. Con  el dolor y el amor, con la verdad y la muerte: con la Patria, el Pan y la Justicia…

Y es que estamos obligados nuevamente a escucharle otra vez para establecer un triple pacto: un pacto social que permita estructurar la sociedad sobre los valores (la Patria, el Pan y la Justicia) en los que todos podemos encontrarnos; un pacto moral para sacar a la sociedad, grupos e instituciones de la irresponsabilidad en la que viven, y un pacto político para eliminar los partidos políticos, verdaderas superestructuras que ahogan cualquier tipo de representatividad. Entretanto, nuestro José Antonio no se jubila.

A partir de ahora, pues, todos los escenarios electorales tienen que ser posibles en una sociedad que necesita, y de forma urgente, superar una etapa que ha sido profundamente negativa tanto para la credibilidad política como para el mismo ser de España, en donde se han alcanzado récords históricos de antiespañolismo, un tema que ya empieza a sensibilizar y a preocupar a su ciudadanía. Por ello, al menos nosotros, establezcamos las estrategias y, sobre todo, adecuemos los medios a los objetivos hasta lograr que la Nación vuelva a funcionar con naturalidad y eficacia.

Hay que apostar decididamente a favor de una salida positiva e incluso saludable a esta encrucijada política que ha venido a coincidir, desafortunadamente, con un proceso de descomposición occidental complejo y delicado, en el que todavía, seguro, nos esperan algunas sorpresas. Porque lo importante ahora, una vez superada esta situación, es aprovechar la dura experiencia para modificar ciertos comportamientos y rectificar algunas conductas, en especial las relativas a las tentaciones momentáneas.

Aquí estamos, 75 años después, recordando, conmemorando y celebrando lo que a todos nos ha traído hasta aquí en esta tarde de noviembre, como también era ya tarde la que vivieron aquellos que nos precedieron, y que hoy están, todos, en nuestro recuerdo. Y como ayer y como hoy y como siempre será, nada importa que seamos pocos o muchos -el número aritmético nunca fue signo de excelencia-, porque "aunque lo mejor es, ciertamente, la acción fraternal en compañía de otros, también es hermoso –como nos dejo dicho Hölderlin- quedarse solos y atravesar la noche sin nadie al lado cuando faltan los compañeros de lucha".


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