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Actualizada: 12 de Noviembre de 2.008.  

 
 
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«Mi padre no fue un golpista, señor Garzón ...»


III (y última) Carta pública a Garzón


Por Pablo Gasco de la Rocha.


Golpistas fueron, y siguen siendo, quienes, como usted, tienen una visión deformada de la realidad histórica y de la trascendencia metafísica del 18 de Julio. Los herederos ideológicos de quienes quisieron acabar con Europa, según había dispuesto Lenin: “A Europa hay que tomarla por detrás, por la Península Ibérica”. Los sucesores de la canalla que se apoderó de la República, y a quienes puso en su sitio el mismísimo masón de Azaña cuando desde su exilio dorado en Méjico, no tuvo más remedio que reconocer la verdad de lo que había pasado: “Franco no se rebeló contra la República, sino contra la chusma que se había apoderado de ella”. Los enemigos de España que con total desproporción y no midiendo las consecuencias han tratan siempre de reavivar el rescoldo criminal de sus planes frustrados: “Y cuando se habla de héroes de la lucha antifranquista –decía la Rata de Pontejos, Santiago Carrillo, en 1969-, cómo pasar en silencio la acción de los obreros, de los estudiantes y de los intelectuales del País Vasco, entre los que se destacan particularmente los comunistas, los católicos progresistas y los militantes nacionalistas de ETA, quienes, combatiendo por los derechos nacionales de Euzkadi, combaten por la libertad de los pueblos de España”. Los tontos útiles de la algarada marxista y antiespañola, que sin conocimiento ni moral suficientes han colaborado con los enemigos de España, y a los que se refiere explícitamente Franco en su Testamento: “No olvidéis que  los  enemigos de  España  y de la civilización  cristiana  están alerta. Velad también vosotros, y para ello deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del  pueblo español, toda mira personal”.

Señor Garzón, al margen de su desmedido afán de notoriedad, que sin duda oculta graves problemas personales, de ahí que no deba echar en saco roto la recomendación que le hacía de tomar viagra y colocar espejos en toda dependencia en que se encuentre, tampoco se me oculta su filiación comunista, que sin duda también obra como argumento importante en su actuación. Sin embargo, y pese a lo seguro que estamos todos los españoles de que a usted no le interesa la Historia ni la justicia ni los muertos ni nada que no sea cardarse su melena blanca, entiendo que sería un error no aportar argumentos a estas notas que muchos venimos dirigiéndole. Si quiera para el gran público que no distingue entre verdad y mentira. 

Y es que sorprende, que a casi setenta años de su finalización nuestra guerra de Liberación regrese al primer plano de la agitación y la revancha. ¿Cómo explicarlo, señor Garzón? ¿Crisis de valores? ¿Búsqueda de una identidad colectiva? ¿Pendencia no resuelta? Son preguntas que necesitarán de una respuesta cuando toda esta agitación pase. Con todo, lo más grave no es la mirada que se hace de ese pasado de nuestra historia, sino el diagnóstico que se hace de él y el doble lenguaje que utiliza el progresismo que hace de la política nacional un constante alboroto mediático trasmitido en director por sus medios, con esa prevención supuesta que desde las filas del Gobierno de este chiquilicuatre que es Zp se quiere trasmitir de moderación, pero que luego se desactiva con sus decisiones. 

Porque, aun dimensionando su actitud como la propia de un ambicioso que aprovecha la ocasión que el Gobierno y sus agitadores le han brindado para hacerse notar, y estar en todos los foros, no deja de ser grave que se le consienta poner pastas arriba a la nación mediante la falsificación de la Historia. Una historia que habría que iniciar explicando, que la entronización del régimen que ocasionó la guerra se ejecuto mediante un golpe de  Estado, el de “los concejales revolucionarios”, pues a unas simples elecciones municipales, que ganó la derecha, una minoría política conjurada dio carácter de plebiscito contra el régimen legítimamente constituido, la Monarquía, y a favor de la República.  

Un régimen, la II República, cuyos conjurados en el llamado “Pacto de San Sebastián” intentaron imponer mediante un golpe de Estado en todo regla, el de los capitanes Fermín Galán y Antonio García Hernández a los que finalmente abandonaron a su mala suerte. Que tuvo que ceder a la acción separatista-violenta del sedicioso Francisco Maciá, que había proclamado la República en Cataluña antes que se hiciera en el Estado y la Nación española, así como a la proclamación, igualmente unilateral, de la República Vasca por el jugador de fútbol del Athetic Club de Bilbao, José Antonio Aguirre y Lecumbe. A la  quema de iglesias y conventos por toda España, obligando al Gobierno, todavía provisional, a declarar el estado de sitio en toda España. A las provocaciones a la mayoría católica, que tienen su punto más grave en la expatriación del Cardenal Primado don Pedro Segura (15-6-1931), aunque dicha pena no se aplicaba ya en España. A un Ley de Defensa de la República que atentaba y era incompatible con los derechos de los españoles reconocidos y proclamados en la Constitución de la República, pero que finalmente Azaña aprobó. A la abundante legislación contra el Ejército y la Iglesia. A las huelgas y asesinatos que de forma escandalosa se produjeron durante el llamado Bienio-Social-Azañista (1931-1933) en Castilblanco, Extremadura, Andalucía y todo Levante fundamentalmente, con el  aporte de tensión que a la situación político-social llevaron los anarquistas. Al malestar de los republicanos de derechas, que el día 21 de febrero de 1933 se reunieron hasta cuarenta mil en la Plaza de Toros de Madrid exigiendo al Gobierno la convocatoria de elecciones. A una sublevación de oficiales cansados de la situación que vivía España, y a la que no se dio mucha importancia. Al levantamiento monárquico de Sanjurjo, ex Director General de la Guardia Civil y que en ningún momento había hecho uso de la fuerza en la jornada del 12 de abril de 1931, lo que sin duda alguna propicio que aquellos concejales revolucionarios pudieran ocupar a saco la Casa de la Gobernación y la huida del Rey. A la Matanza de Casas Viejas, el asunto más siniestro y brutal del Gobierno de Azaña que tuvo lugar en el gaditano pueblo de Casas Viejas (12-1-1933), matanza de campesinos anarquistas que habían proclamado el “comunismo libertario”. A la Revolución de Asturias (5-10-1934) que socialistas, comunistas y anarquistas protagonizaron durante el llamado Bienio Negro en el que tras las elecciones de 1933 ganaron las derechas, que duró seis días y que dejo un balance de cientos de muertos y miles de detenidos, y cuantiosísimos destrozos y perdidas materiales, sobre todo en edificios de iglesias, y que muchos consideramos como la antesala de lo que preparaba la canalla (socialistas, comunistas, anarquistas) tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Al intento secesionista de Luís Companys que proclamó la independencia de Cataluña el día 6 de octubre de 1934. Al escándalo del estraperlo. Y finalmente, a un intento de golpe de Estado por parte de un grupo de generales cuyo cabecilla era Joaquín Fanful, pero al que no se adhirió José María Gil Robles y rechazó Franco, personalidades con las que Fanjul contaba como imprescindibles.  

Pero por si esto no fuera poco, señor Garzón, y rogaría que me fuese siguiendo, pues le estoy dando toda una lección de historia en unas pocas líneas, el régimen que con tanta pompa de zafiedad, revancha cainita y falta de preparación moral e intelectual se había implantado tras el golpe de Estado “de los concejales” (de ahí el abandono de los intelectuales que lo habían propiciado, pasándose la gran mayoría al bando de Franco), termina su periplo histórico mandando a sus guardias –la Guardia de Asalto- asesinar al líder de la Oposición, don José Calvo Sotelo, un asunto que aunque para usted tenga poca importancia, define para la Historia cuál es el calificativo de aquel Régimen que fue la II República, y que como dijera José Antonio Primo de Rivera, “tantas esperanza había despertado”… Aunque la pregunta del millón, estimado Baltasar, es si la “vuelta a la guerra” servirá para aprender historia. Piadoso propósito que no todos comparten.

Señor Garzón, mi padre no fue un golpista porque no quiso aniquilar Europa ni fue la “chusma” que se apoderó de la República, pero sobre todo, porque formo en aquel Ejército que conquistó la Victoria que salvó a España. Una Victoria total y absoluta, única y determinante para los objetivos del bando rojo: la implantación de la revolución bolchevique y la aniquilación de la Fe cristiana. Cuestiones que dieron a nuestra guerra su dimensión conceptual exacta, la de ser una Cruzada. La última Cruzada de Occidente, que quedó definitivamente acabada con el último parte del cuartel general del Generalísimo: “Cautivo y desarmado el ejército rojo…”. Dando paso a una rectificación histórica, que no revolución, que exigió de un esfuerzo intelectual y físico impresionante para propiciar la etapa de los Cuarenta Años de Paz y Prosperidad más largos de toda nuestra Historia: “el milagro español”. Y todo ello, bajo la dirección del Caudillo Franco y sobre los ideales que a todos nos unían definitivamente, después de tanta presunción y desencanto: la Patria, el Pan y la Justicia.

Pero aunque la Paz, señor Garzón, dio paso a la reconciliación, en la impunidad no podían quedarse todas aquellas acciones criminales que la canalla roja (socialistas, comunistas y anarquistas) había realizado con total impunidad durante el tiempo en que actuaron. Y así, y como usted sabrá, en orden a la estructuración de lo que debe ser un Estado de Derecho, en 1939 entró en vigor la Ley de Responsabilidades Políticas, cuya finalidad era el esclarecimiento de los hechos delictivos cometidos. De esta forma, y mediante la aplicación -que ciertamente fue benévola- de dicha Ley, se ajustició, que no torturó ni se quemo en cal viva, a quienes conforme a Derecho se tuvo que ajusticiar. Ni a uno más, señor Garzón, pero sí a bastantes menos. (Y usted lo sabe muy bien).

 Estimado Baltasar, muchas gracias amigo, hermano, magistrado por permitirnos volver a refrescar ideas y habernos propiciado tener en cuenta algo que algunas veces puede que olvidemos, y es que la tensión tenemos que mantenerla siempre, pues en cualquier momento tenemos al enemigo delante.  Gracias, pues,  porque con su actuación nos ha puesto sobre aviso ante una nueva avalancha. Una avalancha que, si bien es cierto ya no cuenta con tantos como fueron, pues la ristra de arrepentidos es altamente escandalosa, cuenta con posibilidades mucho más efectistas y efectivas, habida cuenta que el Ejército español ha perdido el norte de su quehacer en la Historia de España y que el nivel de formación en las nuevas generaciones empieza a ser un hándicap de gravísimos consecuencias para la nación. De ahí, por tanto, que todos tengamos que agradecerle sus actuaciones, pues de la misma forma que ha escogido hacer de zapador de sepulturas, hubiese podido proponerse como pretendiente de la Duquesa, y entonces, nada hubiésemos ganado nosotros.

Por otra parte, y como está es mi última carta, pues haga lo que haga no tengo ningún interés en dirigirme más a usted, permítame, entonces, que le haga una reflexión, más que al hilo de la polémica que nos mantiene, al dictado de lo que la vida nos exige.

La vida, señor Garzón, está hecha de magnitudes amplias y sólidas, de proporciones medidas y ajustadas, de determinismos tautológicos inevitables, de extremos, de encuentros y desencuentros, de intenciones, de proposiciones y de sueños, de detalles y de quimeras, y siempre de soledades y de recuerdos. Ocurre, sin embargo, que lo que prima, por encima de las magnitudes, son los detalles. Y cuando esta realidad asoma fuertemente en nuestra vida, sin otra apoyatura argumental, comprobamos con tristeza que estamos solos ante la soledad. Pues ni siquiera las quimeras pueden llenar nuestras ilusiones perdidas, en el océano de la nada en la que finalmente desapareceremos para siempre.

Por último, decirle, señor Garzón, que quienes nos reunamos este año entorno al 20-N celebraremos, conmemoraremos y recordaremos con mayor significado, si cabe, el 18 de Julio. Una reacción a la que hubiésemos prestado todo nuestro apoyo de colaboración de haber vivido en aquella época. Una reacción, señor Garzón, que provocaremos y apoyaremos, no lo quepa la menor duda, si se produjeran las mismas o parecidas circunstancias que provocaron aquel glorioso y necesario Alzamiento que salvó España de convertirse en una provincia de Moscú, sin identidad, sin religión y sin futuro.

Sin otro particular, y considerando y deseando que puede que un día le veamos, como hemos visto a tantísimos otros, recular y rectificar… 

¡Viva el 18 de Julio de 1936!

Fdo.: Pablo Gasco de la Rocha

P.D. El joven -casi un niño- de la foto es mi padre, que se incorporó a la llamada de la Patria con 16 años el día de la fundación del Requeté en Madrid, 20 de agosto de 1936, operando en Becerril y Puerto del Boquerón –con la graduación de cabo-, y en las de Hoyos de Pinares como Sargenteo; pasando el día 30 de octubre de 1936 al Requeté Auxiliar por haber sido reclamado como menor de edad vía Cruz Roja: desempeñando el cargo de Jefe Provincial de la Agrupación Escolar Tradicionalista en la provincia de Ávila, facultándosele para nombrar y visitar las Jefaturas Locales de la Provincia a los efectos de la Unificación; así como facultado y encargado para hacer el nombramiento del Jefe Provincial de la AET de Toledo, con nombramiento desde Pamplona (30 octubre de 1937) por el Jefe Nacional, don José María Olazábal y por el Secretario Nacional, don Miguel Ángel Astiz. Incorporándose nuevamente al frente de guerra al cumplir 18 años como marinero voluntario, 13 de julio de 1938, en la Armada, entrando a bordo del Buque-Escuela “Galatea” el mismo día de su incorporación, navegando por primera vez el día 3 de agosto de ese mismo año en el “Corcubión” y en el “Genoveva”, y, durante algún tiempo formando parte de la tripulación de la motonave “Ciudad de Alicante” para pasar nuevamente al “Galatea” en donde permanece hasta el día 4 de octubre de 1938 para servir en el crucero auxiliar de guerra “Mar Negro”, una antigua motonave trasformada para poder dar cobertura a buques mayores y entrar así mismo en acciones de guerra. De su periplo en la Armada es de destacar: el servicio de bloqueo en aguas griegas y de Valencia, deteniéndose durante esas operaciones a varios buques de mucha mayor dimensión; bloqueo de las aguas catalanas y bombardeo del puerto, fábricas y baterías en Palamoc, así como rechazando a la aviación roja; desembarco en la isla de Menorca; intento de desembarco en Cartagena cuando se produjo la sublevación , lo que propició un formidable bombardeo de costa con la utilización del calibre del 38 y varios ataques de la aviación enemiga; tener el honor de tener al Generalísimo a bordo que pasó revista a toda la tripulación; y por último, y ya cumpliéndose el final de la guerra, fue el primer barco nacional que fondeo en el puerto de Valencia, mandando las primeras fuerzas que ocuparon los pueblos de Gandia, Javea y Denia. Siendo desmovilizado por haber cumplido quince meses de servicio activo con arreglo a las disposiciones vigentes sobre el particular y en virtud del decreto del Excmo. Señor Comandante General del Departamento de Cartagena, el día 13 de julio de 1939. Licenciándose en el Minador “Júpiter” el día 12 de febrero de 1940, según consta en el Certificado de Licenciamiento firmado por su Segundo Comandante, don José Luís de la Guardia.

Había permanecido 18 meses en el frente de guerra y comenzó su vida en la paz. Jamás pasó la cuenta de nada ni a nadie hizo nunca ningún mal. Hoy mi padre, fallecido a la edad de 47 años en accidente de ferrocarril, el 15 de marzo de 1968, duerme frente a Gredos en un pequeño pueblecito cerca de El Escorial.


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