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Almirante Luis Carrero Blanco.


 

Con Carrero también se habría establecido la democracia..

  Por Jesús Palacios. La Razón. 19 diciembre de 2.005


 

Se ha venido repitiendo, como un estereotipo, que el asesinato del almirante Carrero Blanco dejó desarbolado al régimen franquista, imposibilitando la continuidad del mismo tras la muerte del Caudillo y, que por lo tanto, fue un magnicidio «oportuno». Con ello, además de otorgar a ETA un papel relevante en el retorno democrático y de las libertades políticas, lo que es una aberración, se pretendería -casi- justificar aquel crimen por sus fines buenos. El terrorismo etarra no ha buscado jamás el establecimiento de libertad algún; ni en el País Vasco, principalmente, ni en el resto de España, a pesar de que, por algunos años, responsables de partidos políticos democráticos jalearan y aplaudieran sus crímenes, porque supuestamente se perpetraban por la «conquista de las libertades y el fin de la dictadura franquista». ETA no quedo ni quiere la democracia, sino golpear en la clase política, en las instituciones y en la sociedad española como ha seguido haciéndolo desde hace casi cuarenta años. El balance de mil muertes constata tal obviedad. y lo podrida que está la ideología que sustenta el terror y sus fines nazionalistas.

Con el asesinato de Carrero no se abrió el camino hacia el sistema democrático. Ésta es otra falacia más. En vida de Carrero el hombre del régimen era la democracia. No había otra vía. y Franco se dio cuenta de este hecho años antes de morir. En 1971 el presidente Nixon envió al general Vemon Walters a Madrid para que Franco le expusiera lo que ocurriría en España tras su muerte. El dictador le habló de su propio deceso y tranquilizó a su interlocutor garantizándole que no ocurriría nada grave. España iría hacia un sistema democrático semejante al de los países occidentales, porque conceptualmente la ancha clase media española ya estaba instalada en ella. Y aquel propósito sería imparable. En los años sesenta y setenta Franco optó por la desideologización de su régimen en beneficio del desarrollismo económico. La puerta de entrada de la democracia. Tal y como ocurrirá en unos años en China. Por eso carece de base alguna la seductora especulación de que detrás de la voladura de Carrero estaba la mano de la CIA.

Carrero no fue un dogmático aunque así lo pareciera. De su simbiosis con Franco aprendió a desarrollar la praxis del ejercicio político. En cada etapa y en cada momento. Desde las alabanzas a la concepción totalitaria del Estado, la propuesta para que Franco se coronase rey y fundara dinastía, y la verificación del tránsito de la dictadura más absoluta al de monarquía representativa de los años cuarenta, a dar protagonismo a los grupos reformistas en las décadas siguientes, que, a la postre, son quienes conducirían el régimen autoritario hacia la democracia. Pero el almirante no fue la clave del sistema franquista. Eso sólo lo fue Franco. Y con Carrero, muerto Franco y coronado Juan Carlos, también se habría ido hacia la democracia. Precisamente él fue una de las personas que más ayudó al príncipe Juan Carlos para que fuese designado sucesor de Franco en la Jefatura del Estado, por lo que esa misma lealtad depositada en el Caudillo se habría trasvasado a la figura de Don Juan Carlos, como así hizo tras la designación de julio de 1969 y hubiera mantenido de no haber muerto una vez proclamado Rey.

Carrero no hubiera sido nunca un obstáculo para el impulso reformista del monarca. Y si en algún instante hubiera surgido la colisión, se habría retirado sin crear problemas. Pero la cuestión más interesante es si con Carrero vivo la transición política habría tenido la extensión que alcanzó con Suárez. Lo más razonable es pensar que un gabinete dirigido por Carrero Blanco y Fernández Miranda jamás hubiera alcanzado las cotas del desarrollo constitucional del 78, especialmente en su artículo segundo y en el título octavo. & probable que el tránsito hacia la democracia no se hubiera hecho con el grado de improvisación con que Suárez lo condujo. Se habrían legalizado los partidos, incluso el Comunista, aunque no inicialmente, sino en una fase más prudente, puesto que era un compromiso del Rey, pero sin el engaño que se le hizo al Ejército (leal en todo momento con el proceso democrático); se habrían restituido los fueros y el concierto Vasco y la Generalidad con una representación muy parecida a la del Estatuto del 31. Pero es más que probable que la Ley Electoral fuera otra y con casi toda seguridad la España actual no sería la de las Autonomías.


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