INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

Actualizada: 23 de Mayo de 2.007.  

 
 
Generalísimo.

 

Biografías.


Cronología.


Habla el Caudillo.


Retratos.


Fotos 1.


Fotos 2.


Especial 20N-03.


Especial 20N-04.


Especial 20N-05.


Especial 20N-06.


 

Franquismo.

 

Mitos.


Mentiras.


Actos 20N-03.


Actos 20N-04.


Actos 20N-05.


Actos 20N-06.


 


Actualidad.

 

Noticias.


Temas varios.


Artículos.


Calendario.


Opinión.


23-F.


Difusión.

 

Música.


Descargas.



Personalidades.

 

Carmen Polo de Franco


L. Carrero Blanco


José Calvo Sotelo


F. Vizcaíno Casas



  La sociedad democrática.

Por don Antonio Cañizares, Cardenal Arzobispo de Toledo, La Razón, 23/05/2007.


La recta razón reclama que la sociedad libre, democrática justa y en paz, se asiente en unos valores, derechos y principios, no manipulables, no negociables y válidos para todos. Lo contrario la pondría en serio peligro. Por eso necesita de una base antropológica adecuada. La sociedad democrática es posible en un Estado de derecho, más aún, sobre la base de una recta concepción de la persona. La persona y su dignidad, el hombre, el ser humano, es la base y el fin inmediato de todo sistema social y político, especialmente del sistema democrático que afirma basarse en sus derechos y en el bien común que siempre debe apoyarse en el bien de la persona y en sus derechos fundamentales e inalienables. Principio básico para una sociedad democrática es que “todo hombre es un hombre”.

La sociedad, y dentro de ella el Estado, está al servicio del hombre, de cada ser humano, de su defensa y de su dignidad. Los derechos humanos no los crea el Estado, no son fruto de un consenso democrático, no son concesión de ninguna ley positiva, ni otorgamiento de un determinado ordenamiento social. Estos derechos son anteriores e incluso superiores al mismo Estado o a cualquier ordenamiento jurídico; el Estado y los ordenamientos jurídicos sociales han de reconocer, respetar y tutelar esos derechos que corresponden al ser humano, corresponden a su verdad más profunda en la que radica la base de su realización en libertad. El ser humano, el ciudadano, su desarrollo, su perfección, su felicidad, su bienestar, son la base y el objetivo de toda sociedad en convivencia y de todo su ordenamiento jurídico. Cualquier desviación por parte de los ordenamientos jurídicos, de los sistemas políticos o de los Estados en este terreno nos coloraría en un grave riesgo de totalitarismo, incapaz, por lo demás, de lograr una sociedad vertebrada.

Por esto mismo, la sociedad para crecer necesita una ética que se fundamenta en la verdad del hombre y reclama el concepto mismo de persona como sujeto trascendente de derechos fundamentales, anterior al Estado y a su ordenamiento jurídico. La razón y la experiencia muestran que la idea de un mero consenso social que desconozca la verdad objetiva fundamental acerca del hombre y de su destino trascendente, es insuficiente como base para un orden social honrado y justo; sin esto, tarde o temprano, la sociedad se desmorona y se desarticula.

Hay unas pautas o exigencias morales objetivas que son anteriores a la sociedad o al sistema como ordenamiento jurídico y social, que han de ser garantizadas. Algunos opinan que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes llevarían al autoritarismo. Pero esta concepción desmorona la sociedad, hace tambalearse el mismo ordenamiento democrático en sus fundamentos, reduciéndolo a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos. Una sociedad se mantiene o cae con los valores fundamentales que encarna y promueve. En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles mayorías de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva, que, en cuanto ley natural inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil. En los últimos decenios parece que se han subvertido gran parte de los valores en los que se basa nuestra sociedad. Algunos confunden la realización de la sociedad con la producción liber por parte de cada uno de los ciudadanos de aquellos criterio y valores de comportamiento que considere por sí y ante sí; se cree que esto es la democracia. Pero la democracia como mejor sistema para la vertebración de una sociedad, si no queremos negarla en sus mismas bases, no puede convertirse en un sustitutivo o sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Lo contrario nos llevaría a su destrucción, la pondría en peligro. La democracia es un instrumento de la sociedad, su valor cae o se sostiene según los valores objetivos que de hecho encarne y promueva; afirmar esto es servir a la democracia y hacer posible la construcción de una sociedad justa y respetuosa, vertebrada.

El gran riesgo y el gran enemigo de la democracia es el relativismo. “Existe actualmente la tentación de fundar la democracia en un relativismo moral que pretende rechazar toda certeza sobre el sentido de la vida del hombre, su dignidad, sus derechos y deberes fundamentales. Cuando semejante mentalidad toma cuerpo, tarde o temprano se produce una crisis moral de las democracias. Cuando ya no se tienen confianza en el valor mismo de la persona humana, se pierde de vista lo que constituye la nobleza de la democracia: ésta cede ante las diversas formas de corrupción y manipulación de sus instituciones” (Juan Pablo II). Cuando se pierde o sistemáticamente se destruye el sentido del valor trascendente de la persona humana, o cuando se dejan de lado las exigencias morales objetivas o la verdad moral, se resiente el fundamento mismo de la convivencia social y política, toda la vida social se ve poco a poco comprometida, amenazada y abocada a su desintegración y disolución. Todos nos sentimos convocados a fortaleces nuestra sociedad y a garantizarle un gran y esperanzador futuro. Será posible sobre estas bases de recta razón que nos unen a todos.


INICIO


 
La poesía de Fa
 «Miel».


© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com