| Los ataques a Franco y a su Régimen se
                    van incrementando en los últimos tiempos de una forma
                    reiterativa y obsesiva, llegando a altísimas cotas con el
                    peor gobierno que ha sufrido España (dixit Stanley Payne)
                    del sonriente y talentoso Rodríguez Zapatero, que está
                    secuestrado políticamente por el tripartito
                    catalanista-independentista-comunista, que son los que
                    realmente desgobiernan lo que hasta el momento aún es España. Ante el 33
                    aniversario del fallecimiento del inolvidable Generalísimo
                    Francisco Franco, como si se tratase de alguna
                    “misteriosa” consigna o confabulación generalizada por
                    los pseudohistoriadores -la
                    mayoría socialistas de la Gran Bretaña, izquierdosos de
                    Irlanda.-
                    y el resto compuesto por individuos de ese llamado ‘país’,
                    y que son los hijos y nietos de los perdedores en la guerra
                    civil, y que ante tamaña paliza, aún están rezumando
                    bilis, revanchismo, rencor y odio, a través de los medios
                    de comunicación del Sistema liberal, independiente y democrático,
                    tanto escritos como audiovisuales. Con estas
                    enfermizas actuaciones, dan la razón al gran escritor,
                    periodista Ángel Palomino (fallecido el 21/II/2004), que en
                    la primera página de su libro Caudillo, y tras
                    dedicarlo “a mis amigos escritores antifranquistas”,
                    escribía lo siguiente: «Desesperadamente,
                    los antifranquistas nos muestran a diario su nostalgia y su
                    miseria; sin Franco no pueden vivir. Franco, desde la
                    historia y desde que Dios amanece, nos recuerda lo que hizo
                    de España. Los antifranquistas se ponen como atacados de
                    los nervios, porque les recuerda que los malos de la película
                    son ellos, compañeros de viaje, tontos útiles o pesebreros
                    de un antifranquismo que se paga bien. Lo pagan señores que
                    se malborraron de Franco y todo les parece poco para lavar
                    su imagen. Y encima se les han caído las estatuas de Lenin
                    sin darles tiempo a tirarlas ni una mala piedra mientras
                    gastaban sus energías en inventar a un dictador en casa.
                    Esa sensación diaria de ridículo, no les deja vivir sin
                    Franco. Son incapaces de enfrentarse con el decepcionante
                    presente sin nombrar a Franco. Repiten una y otra vez su
                    gorigori: “El franquismo fue sepultado en Cuelgamuros.
                    Franco está muerto”.
                    
                     Este
                    libro es pura vitamina para mis queridos colegas los
                    escritores que aún no han aprendido a vivir sin Franco. Que
                    lo lean porque en él hablo de sus temas predilectos; que lo
                    lean con toda la mala intención posible; que lo lean como
                    yo he leído sus libros, aunque les irrite tanto como una
                    manifestación en la plaza de Oriente. Que lo lean, se
                    desintoxiquen y empiecen a vivir de otras cosas, de otros
                    recuerdos, de su infancia feliz, de su juventud feliz que
                    desembocó en esta madurez obsesiva y tonta. Que cuenten sus
                    dramas de película a nuestros contemporáneos checos,
                    rusos, húngaros, croatas y rumanos, verán qué risa. Pero
                    a los españoles no: los españoles siempre estuvimos de
                    este lado del muro de Berlín». Entre la copiosa lista de personajillos que no pueden vivir sin Franco,
                    cabe destacar a una pléyade de rojos, tales como el
                    recientemente fallecido, Javier Tusell; Paul Preston y su
                    compañera Gabrielle Ashford; Suso de Toro; Carlos Blanco
                    Escolá; Juan Pablo Fusi; Enrique Moradiellos; Gabriel
                    Cardona; Ian Gibson; Hugh Thomas; Luis María Anson; José
                    Luis de Vilallonga (fallecido), Andrés Trapiello; Diego
                    Carcedo; Daniel Sueiro; Julio Busquets; Luis Otero; García
                    de Cortázar; Josep Fontana; el monje Hilari Raguer; Gabriel
                    Jackson; Emilio Silva y Santiago Macías (fundadores de la
                    Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y
                    autores de un libro panfletario); el conocido como Paco
                    Umbral, cuyo verdadero nombre era el de Francisco Pérez
                    Martínez (e.p.d.); Santos Juliá; Francisco Espinosa;
                    Alberto Reig Tapia; Eduardo Pons Prades (fallecido), a casi
                    todos los colaboradores de ‘La Vanguardia’ (antes Española
                    y propiedad del franquista Carlos Godó Valls, Conde de Godó
                    (1899-1987), encabezados por su director José Antich, el
                    adjunto Alfredo Abián; Baltasar Porcel; un tal Josep Maria
                    Sòria; Gregorio Morán; Màrius Carol; Eulalia Solé, etc.
                    etc., que se dedican, aún después de 33 años del
                    fallecimiento del Caudillo, a denostarle y zaherirle, en una
                    demostración de su enorme valentía y arrojo, ante una
                    persona que ya no se puede defender. Seguro que todas esas
                    ‘celebridades’ no se acuerdan tanto de sus difuntos
                    progenitores... ¡Y es, que sin Franco, no pueden vivir!
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