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Actualizada: 20 de Noviembre de 2.007.  

 
 
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 20N - 2007. Plaza de Oriente.


Por Miguel Menéndez Piñar.


Camaradas y amigos:

Bienvenidos, un año más, a la Plaza de Oriente, la plaza de la lealtad y del patriotismo. Lealtad al recuerdo y a la verdadera memoria histórica que, aquí, vamos reivindicar. Porque, si ya es obligatorio homenajear a nuestros héroes, ese deber cobra más urgencia cuando la mentira se ha convertido en política de estado. Asistimos a la mayor impostura de nuestra historia tramada desde el gobierno socialista de Zapatero. La misma izquierda revanchista que fue derrotada con la razón, la verdad y finalmente con las armas el primero de abril de 1939. Pero sépanlo todos, que esa trama antihistórica, viene amparada y secundada por la derecha liberal, igualmente culpable. El Partido Popular que ha condenado el franquismo y el Alzamiento Nacional, que quiere “despolitizar” el Valle de los Caídos o que ha pedido, hace unos días, la ilegalización de nuestros grupos, de los partidos fascistas, antidemocráticos, racistas y violentos que componen el peligrosísimo mundo de la ultraderecha.

Estamos viviendo el derrumbe de España por el agrietamiento de los tres pilares fundamentales de la Patria: La Iglesia, el Ejército y el pueblo. Porque cuando un pueblo pierde la Fe y las armas está condenado irremediablemente a la muerte. Tres columnas erosionadas, exteriormente por la izquierda, y carcomidas por el liberalismo y el modernismo de la derecha. Pero que, hace sólo unas décadas resistieron la embestida roja y se alzaron en armas en defensa de Dios y de España. 

La Iglesia Católica, Esposa de Cristo, bendijo nuestra Guerra de Liberación y la elevó a la categoría de Cruzada. Una Cruzada que fue precedida por una persecución religiosa que dejó uno de los martirologios mayores en la historia. Trece obispos, siete mil sacerdotes y religiosos y miles de seglares asesinados por odio a la Fe. Cientos de edificios eclesiásticos quemados, santuarios arrasados y hasta la profanación de cementerios por las bestias rojas. Pero igualmente heroica fue la sangre derramada en los frentes de batalla donde los mejores españoles de todos los tiempos cayeron vivando a Cristo Rey por una España Católica. Sí, óiganlo los obispos y sacerdotes que predican la libertad de cultos: siguiendo el Magisterio Tradicional, no queremos una España atea, ni protestante, ni musulmana, ni judía. Queremos batallar por Cristo Rey y reconquistar la Unidad Católica para nuestra Patria. Porque, como decía Menéndez y Pelayo, “nuestra unidad política descansa en nuestra unidad religiosa porque no tenemos otra”.

De la reconstrucción nacional de España, tras la Cruzada, formó parte substancial la Iglesia. Porque aquí hubo un hombre, vencedor del comunismo ateo, que levantó con sacrificio y abnegación la mayor reserva espiritual de Occidente. Que restableció la potestad de la Iglesia y devolvió los crucifijos a las escuelas e instituciones públicas. Ese hombre providencial, Francisco Franco, Caudillo invicto de España, unió a los caídos de la Guerra, de uno y otra bando, bajo la mirada sublime de la mayor Cruz del mundo, la Cruz del Valle de los Caídos. Y el Valle de los Caídos, lo decimos desde ya, no puede verse alterado, reformado o modificado por ninguna ley. Si así fuera, pocos o muchos, encontrarían un puñado de hombres arengados por la consigna eterna: ¡Religión y Patria, o muerte!

El segundo pilar fundamental es el Ejército, cuya misión es la defensa armada, con la propia vida, si así fuera necesario, de la Unidad, la Grandeza y la Libertad de la Patria. Así sucedió en la gesta memorable del Alcázar toledano, donde el Coronel Moscardó ofreció a su hijo en holocausto martirial por la salvación de España. O en aquella respuesta inigualable de Palacios, el Capitán de la División Azul, en el cautiverio ruso, cuando le intentaban convencer para no volver a España porque, decían, Franco había caído y España era ya comunista. “No me importa, –respondió el Capitán- he luchado en dos guerras contra el comunismo. Lucharía una tercera”. Ese era el Ejército de la Victoria, que consagró al unísono las virtudes castrenses más excelsas. Y con sacrificio, entrega y abnegación rodearon al Caudillo Franco para levantar la mejor España que conocen los tiempos modernos.  

Pero qué pronto se convirtió el Ejército de la Victoria en el Ejército de la paz, para más tarde ser, lamentablemente, la ONG con más medios de España. Hoy nuestros militares ya no juran, ante la bandera, defender a España. Ahora prometen, eso sí, “guardar y hacer guardar la constitución (…) y obedecer y respetar al Rey”. Cuanto silencio, cuanta impunidad. Ya no es “todo por la Patria” sino “todo por la pasta”, “todo por mi carrera”, “por mis galones”, “por mi futuro”. Y yo quiero desde aquí, públicamente, rendir un homenaje al Capitán legionario de Melilla Roberto González Calderón, que ha sido el último militar que ha defendido la Unidad de España aún a costa de perder el mando.  

Cuando un pueblo pierde la Fe y las armas está condenado al fracaso, primero, y a muerte después. El proceso de destrucción, que se anunció desde hace años, se consolida con el beneplácito de propios y extraños. Somos, actualmente, la nación que ostenta las tasas más altas de inmoralidad, drogadicción, fracaso escolar y delincuencia. Hoy mueren asesinados miles de niños inocentes en el vientre de sus madres con la protección de la ley y el estado. Hoy la homosexualidad ha dejado de ser enferma y se ha convertido en virtud democrática de primer orden. Hoy los transexuales lucen el tricornio de Guardia Civil o los galones militares en portada de varias revistas. Hoy el rojo y gualda ya no es la bandera gloriosa de una gran nación, ni siquiera la simple mortaja de algún buen hijo. Hoy ya no se besa la bandera, sólo se la escupe y se la pisotea aunque esté empapada por la sangre de muchos de los nuestros. Hoy se llama asesinos a los que, arrancados de sus hogares, fueron torturados, martirizados y asesinados. Y por el contrario, a los asesinos como Santiago Carrillo, se les aplaude y condecora como artífice de la reconciliación nacional. Debe decirse la verdad: Santiago Carrillo ordenó asesinar a miles de personas en Aravaca o Paracuellos del Jarama sin que por ello se le haya juzgado por crímenes contra la humanidad.

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Han invertido los principios y valores tradicionales que nos hicieron fuertes y que recobraron vida en la Cruzada y el estado nacido del 18 de Julio. Por eso odian a Francisco Franco a quien, nosotros, en cambio, aquí presentes, rendimos tributo de agradecimiento. Le odian, persiguen y calumnian por tres motivos principales.

- El primero de ellos, por su profunda religiosidad, privada y públicamente profesada. Porque Francisco Franco, como escribió el padre Garrido, fue un cristiano ejemplar. Porque se dolía, en la segunda república, al ver la quema de iglesias y conventos. Porque el Alzamiento se emprendió, entre otras cosas, como defensa a los ataques permanentes a la Iglesia. Porque el estado nuevo que construyó giraba en torno al eje espiritual. Por ello fue nombrado por Pío XII miembro de la Orden de la Milicia de Cristo. Y porque como nos dejó dicho en su testamento: “en el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante, ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir”.

- El segundo motivo por el que odian a Franco, los socialistas y liberales de turno, es su profundo amor a España. Amor a su Patria a la que entregó su vida como militar y como Jefe de Estado. Como militar, llegando a ser el cofundador de la mejor fuerza castrense del Siglo XX: La Legión Española, al frente de la cual combatió Franco en África llegando a ser el general más joven de Europa. Y como Jefe de Estado, dando al pueblo español, cuarenta años de paz y hogar, de trabajo y pan. 

- Tercer motivo: Franco se ganó el cariño y respaldo de la gente. Esta Plaza que pisamos es testigo de las multitudes que se reunían alrededor de la figura del Caudillo. En vida, cada vez que Franco se asomaba al balcón del Palacio Real. Y en su muerte, como rezan los versos populares,

  Francisco Franco, noble Caudillo español,

Por tu muerte llora un pueblo

y retumba el Cara al Sol.

Ese es el motor principal por el que quieren borrar de la Historia de España la figura de Franco. Su vida, su memoria, su trayectoria y sus obras, nos recuerdan la Fe Católica y el deber de servir a España. Estatuas, calles y plazas… Desde aquí animamos a los demócratas que dinamiten los pantanos que Franco construyó, los nuevos ministerios o la reconstrucción de Santander. O que supriman para los obreros la paga extraordinaria de Julio y Navidad. Pero sobre todo, la mayor herencia de Franco, se encuentra instalada en la Zarzuela y responde al nombre de Juan Carlos de Borbón, el usurpador real, a quien yo no reconozco como rey. Porque, como escribió Lope de Vega: “Todo lo que manda el Rey, que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de Ley, ni es Rey quien así se desmanda”.

Nuevamente, en estas horas difíciles de España, debemos recordar las palabras de José Antonio: “que sigan los demás con sus festines; nuestro puesto sigue estando ahí fuera, al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y en lo alto las estrellas”. Nosotros, como los mártires, que dieron todo cuanto tenían derramando su sangre pero también tomando las armas y renunciando a la falsa “convivencia pacífica” que se nos predica desde las más altas esferas.

Permitidme que recuerde los versos del Capitán de Navío Camilo Menéndez Vives, requeté con quince años en la cruzada:

Mas falta el casi, España, Patria mía,
Aquí estamos, España, Vieja España,
Vieja nación y Joven siempre hermosa.
Si seres viles no te llaman Patria,
Barreremos los corros charlatanes,
Con un Cabo Pavía solo basta.

(…)Barreremos el viento de locura
Que pretende una España troceada.
Y, con menos política y más temple,
Lucharemos por Dios y por España.

Camaradas y amigos: volved a vuestras casas, pero no durmáis. No descanséis porque como dice Antonio Caponnetto “el Arcángel que custodia a España ya tiene desplegado el campamento”. Y sonará de nuevo el clarín de llamada y convocatoria, y nos alzaremos por la Fe y por la Patria, con los gritos de rigor,

¡Viva Cristo Rey!

¡Arriba España!


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