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Actualizada: 16 de Junio de 2.008.  

 
 
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La inmigración como problema de identidad europea.


 - dedicado a la mamá de la columnista de ABC, Irene Lozano -


Por Pablo Gasco de la Rocha.


Si el tema de la inmigración siempre se ha prestado a la demagogia, y ha sido, por otra parte, un tema recurrente en el discurso seudo-progresista de la izquierda incapaz, sobre todo de la española, sorprende que desde la sección Opinión de ABC (2/6/08): "La basura inmigrante", la columnista Irene Lozano haga las declaraciones que hace, por cuanto, además, España es ya el segundo país del mundo, tras EEUU, en flujo migratorio y, si nos atenemos a los informes de Naciones Unidas de 2007, el décimo en número de residentes extranjeros, de los cuales el 33% son ilegales. Lo que nos lleva a considerar que tales declaraciones son interesadas, habida cuenta que seguro que a la mamá de Irene la estará cuidando una inmigrante ilegal por cuatro duros. 

Y es que sólo un estúpido –en este caso, estúpida- o un demagogo –en este caso una demagoga- puede criticar las tímidas e insuficientes medidas adoptadas por los gobiernos "democráticos" de Italia y Francia contra los inmigrantes ilegales, cuyos electores, franceses e italianos, aunque no sean españoles, también son "soberanos". Unas afirmaciones que están en la línea de ese espíritu tan español traducido en ser "más papistas que el Papa". Una tónica que siempre hemos llevado hasta el extremo de nuestra incongruente actuación a lo largo de muchas épocas de nuestra historia. 

Las declaraciones de esta tal Irene son, pues, descabelladas y atentatorias, aparte de ofensivas para los italianos y franceses que apoyan las decisiones que sus respectivos gobiernos han tomado al hilo de la avalancha, verdadero asalto extranjero a las fronteras de sus respectivos países. Una avalancha que como no se frene, pondrá en peligro el mismo Estado de Derecho europeo. Aunque esta tal Irene no vea el problema mientras pueda seguir solucionando el suyo propio y personal, el de quién cuida a su mamá por cuatro duros. 

Sin embargo, el miedo al inmigrante avanza por Europa. Un miedo que se va contagiando a toda la Unión Europea, hasta ahora demasiado tolerante con la inmigración; hasta el punto, que entorno al 33% de la población de Europa es partidaria de la expulsión masiva de extranjeros. El racismo, pues, crece a medida que se difunden estereotipos como que "la inmigración es beneficiosa y nos ha traído riqueza" o el que declara contra toda evidencia, que "inmigración y delincuencia no son sinónimas".

El momento, pues, es decisivo para una política europea de extranjería. Una política que no puede quedarse en las tímidas e insuficientes medidas adoptadas por los gobiernos de Italia y Francia, sino que tiene que dar un paso más con cambios concretos, suficientes y definitivos respecto a la entrada, permanencia, nacionalización y reagrupamiento de los extranjeros. Porque, pese a no decirlo claramente, lo que es evidente, es que nos encontramos ante una crisis de identidad nacional europea que puede ser irreversible en pocos años. Una identidad, que como cualquier otra identidad, esta hecha de sangre, derechos y valores. Por eso, digámoslo claramente, si esto sigue así, todos nos volveremos racistas en la medida en que percibamos que los extranjeros nos roban no sólo nuestra riqueza material, sino nuestra identidad. Una identidad que nos hace ser lo que somos. Una identidad sin la cual no sabremos ser nada. Pues lo que constituye las colectividades, los pueblos, las naciones y los continentes es precisamente su forma de ser y de estar a lo largo de la historia. Una idiosincrasia determinada por la herencia del pasado, que se proyecta al futuro gracias a una serie de valores propios y definitorios.

Por ende, en una época llena de ONG´s y de proclamas solidarias, sorprende que sigamos siendo tan poco solidarios con los que tenemos al lado, con nuestros compatriotas. Porque no ver el problema que para Europa supone la inmigración des-regularizada, aunque muchos todavía no vean que les afecta personalmente, no sólo es ser insolidario, sino un sinvergüenza contra quienes debiera importarles más que los negros de la isla de los mosquitos, nuestros vecinos y amigos, nuestros compatriotas, nuestros hermanos.


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