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Actualizada: 22 de Abril de 2.009.  

 
 
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Hay que rectificar, volver sobre nuestros pasos perdidos, e inevitablemente sobre un nuevo Acto de Afirmación Nacional.


   Por Pablo Gasco de la Rocha.


Ante la crisis mundial que padecemos, que por mucho que se nos diga no es sólo de ajuste financiero, la situación en España, que es lo primero que nos importa, se agrava como consecuencia de los males que durante treinta años se han ido enquistando al costado de Patria. Lo que sin duda dibuja un panorama ciertamente grave, pues la confrontación política hace imposible un consenso nacional. Evidencia práctica que en España tenemos de sobra demostrada.

Tras la “conjura” contra la Obra jurídica-institucional, social y cultural de cuatro décadas de España bajo la autoridad indiscutida e indiscutible de Franco -figura histórica que poco a poco se empieza a quedar sin enemigos reales-, la izquierda y el separatismo han venido sosteniendo un discurso lleno de tópicos, demagógico e intelectualmente despreciable, construyendo una realidad de forma arbitraria a base de fragmentos, que ha sido posible por la falta de una formación de derechas. Aspecto estratégico del que se ha venido aprovechado la izquierda, pues a partir de la línea marcada se ha podido seguir avanzando sin grandes problemas ni sobresaltos en la conculcación de los valores morales y culturales que nos constituyen como pueblo y nación. Fiel reflejo de lo que pensaban hacer… “Cuando terminemos de gobernar, a España no la conocerá ni la madre que la parió”, que dijo el jefe del corrupto clan familiar “Guerra & Hnos.”, Alfonso Guerra. Que es por lo que hoy, sin visión ni enfoque, se considera a Felipe González, “señor X”, todo un personaje, y hasta casi un estadista, porque no pudo llegar hasta donde sí ha podido su homologo José Luís Zapatero.

Más allá de las falacias y mentiras con que se vienen tejiendo los mensajes, que reinventan una realidad sin anclaje, lo que interesa advertir es que por encima de la acción de un determinado gobierno, sea éste más o menos capaz, es vital una reforma profunda de la Constitución en lo que refiere a nuestro modelo territorial. En este sentido, se trata de dar un giro a la política seguida durante los últimos 30 años que ha jugado con el destino de la Nación, achicado el papel del Estado en favor de las llamadas Comunidades Autónomas hasta convertirlas en gobiernos soberanos; auténticas fuentes de despilfarro y clientelismo bordeando siempre la corrupción. Un modelo de difícil anclaje jurídico, ciertamente una “excepción constitucional”, como en su día declaró el mismo Tribunal Constitucional. Pues el “Estado de las Soberanías”, que ni sus mayores defensores pueden seguir sosteniendo, evidencia el auténtico fracaso de la nación al ser imposible en la práctica la unidad política, jurídica, económica y social de España. Pese a lo que declara en contra de esta idea el Tribunal Constitucional (STC 37/1981, de 16 de noviembre).

Así, entonces, resulta que los odios políticos se han disparado. Y que nuestro proyecto político-social, digan lo que digan, se nos muestra y demuestra disperso y mal organizado. Y no sólo por el daño irreparable que el Gobierno socialista de Zapatero le está causando, cuyo comportamiento no sólo es irresponsable, sectario y baboso, y el propio presidente sea un chiste que nos obliga a todos a ser benevolentes con sus capacidades intelectuales, sino porque el sistema se viene abajo de forma irreversible. Hasta el punto que el mismísimo “Antoñito el Inglés” (“La compra de votos, el río que no cesa”, El Mundo, 16 de abril de 2009) es capaz de llamar “borregos” a los súbditos de su señor el rey Juan Carlos.

Consecuencia de este lastre, el gran problema nacional al que nos enfrentamos es el desbarajuste territorial, la “guerra de todos contra todos”, por encima de la situación económica y de la invasión extranjera que soportamos. Incluso de la crisis mundial que padecemos. Un problema éste, el territorial, que no se resolverá ni con el triunfo de Feijoo en Galicia ni con el gobierno PSOE-PP en Vascongadas. Pues la obra de la Transición, una obra oportunista e inconsciente, sigue obrando, al menos en el planteamiento teórico, como nuestra identidad colectiva: “Nuestra última gesta nacional”, como se expresa una de las voces más destacadas de ese  elenco de pijos de origen o devenidos con que se dota la opción popular,  Cristina L. Schlichting (“¡Viva la tele!”, La Razón, 18 de febrero de 2009). Sin advertir que en aquella época de la Transición, las cloacas, las ratas y la mediocridad quedaron al descubierto para infectarlo todo.   

Por eso, para reconducir este proceso, que nada conseguirá si sólo cambian las formas o se despliega una mayor eficacia en los procedimientos, es imprescindible, vital y urgente cambiar el modelo de “estructura territorial” del Estado que ha traído un enfrentamiento entre los hombres y las tierras de España, y un caos en la administración general del Estado, sin que el pueblo soberano sea capaz de poner freno a este despropósito jurídico-político, a este suicidio de España.   

Y junto a esta reforma constitucional, que debe ser profunda y propiciada por el mismo Jefe del Estado, cerrando de forma clara y determinante las competencias que se pueden trasferir a las distintas Comunidades Autónomas, que indudablemente tienen que ser menos de las que ya tienen trasferidas, un aspecto que también habrá que contemplar como prioritario es el de la representación, hoy en manos de los Partidos Políticos. Esos sujetos cuyo único objetivo es ganar elecciones y que monopolizan no sólo el poder, sino la vida social en general, anulando la vitalidad del Parlamento con sus listas cerradas y bloqueadas, y generando gobiernos sectarios, incompetentes e inmorales; así como corrompiendo la Justicia al dividirla en progresista y conservadora, y sobornando a los medios de comunicación de los que se sirven como voceros de su loca verdad.

Y es que con un sistema sostenido así, es natural que el rigor de las ideas desaparezca, dándose paso a las cortinas de humo para ocultar las penurias de la nación. Una estrategia de las élites frívolas, oportunistas y resentidas que controlan los partidos. Unas élites políticas cuyo discurso, carente de todo rigor intelectual, es posmoderno por definición y escéptico por convicción.

Pero sobre esta crisis política e institucional de España, se cierne hoy una crisis económica-financiera mundial, resultado de la corrupción y de la irresponsabilidad con la que a nivel internacional ha actuado el capitalismo en su última fase de expansión, la “Globalización”, que define el momento de verdaderamente peligroso, y que exige buscar entendimientos, acuerdos y voluntades. De otro modo, el proceso de descomposición de Europa puede ser de tal envergadura que nos puede conducir a una situación irreversible de enormes y gravísimas consecuencias.

En orden a esta crisis económica-financiera mundial que soportamos, lo primero que habrá que advertir, para dar un diagnostico real a tal coyuntura, es que hay que volver a redefinir Europa, y hacerlo sobre el concepto de la Europa “de las Patrias”, frente a este proyecto alocado de la Unión Europea auspiciado sobre el Tratado de Lisboa y definido a nivel teórico como “la Europa atlantista, asociada a Estados Unidos”. Un proyecto que ya todos dan por fracasado por imprudente e imposible, cuyo fiasco se evidencia en el consabido “sálvese quien pueda”, que es lo que demuestran Francia y Alemania, como locomotora política la una y económica la otra de esta Europa imposible. De ahí, que sea imprescindible volver a retomar la idea de Europa que es, antes que nada y sobre todo, una entidad espiritual, histórica, cultural, étnica y social, única y distinta a otras realidades. Dimensión conceptual real que hace imposible la inclusión de Turquía y mucho menos de Marruecos.

Asistimos al final del Capitalismo, el invento que en su última fase de expansión, la “Globalización”, se viene abajo. Sin embargo, sobre el modelo social de “indigentes y millonarios” que ha creado, los gobiernos hacen lo imposible por reflotarlo, financiando a las entidades culpables y rescatándolas con dinero de los ciudadanos, porque ahora sí parece plausible el papel interventor de los estados. Que es lo que se ha decidido en el la última reunión del llamado G-20.

Asistimos a una indecente y monstruosa atrocidad, ante la cual los ciudadanos de los estados de Europa se muestran resignados como consecuencia de una crisis de identidad, que se nutre de la frustración económica, el desasosiego ideológico y el desconcierto ante los acontecimientos, proclamando que no vale la pena protestar ni castigar a los culpables. Pues nunca fue tan manejable la sociedad europea. Por eso es necesario mirar hacia delante y dar una respuesta a los nuevos retos que se han planteado para intentar convencer a las gentes que no vale la pena salvar el sistema. Y que ya tenemos una opción, una alternativa: el Estado Nacional-Sindicalista.

Que vengan, pues, los mejores. Que vengan a la Jefatura del Estado, al Gobierno de la Patria y a las Instituciones de la Nación. El futuro de España está en juego, y nos concierne a todos. Es la hora de una Alternativa que tiene que ponerse a avanzar sin descuidar ningún aspecto para articular el sistema y que éste empiece a funcionar. Pero, ojo, no porque la sociedad española necesite “en estos momentos mensajes positivos y morales” como ha dicho el liberal Antonio Garrigues Waller en La Tercera de ABC (9-3-2009), sino por España, que no puede esperar más entre lo inevitable y lo costumbrista. Por eso, a quien consiga hacerse con la propuesta...

   “Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias.”

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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.009. - España -

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