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Actualizada: 19 de Octubre de 2.009.  

 
 
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 Una propuesta de globalización cristiana.


   Por Pablo Gasco de la Rocha.


Destacados autores a lo largo de la historia han sostenido y defendido el germen larvado del capitalismo. Un germen que ha ido creciendo y dimensionando la auténtica naturaleza del capitalismo; una doctrina que no es sólo económica, pues afecta a toda la vida social, y cuyo aporte liberal la hace inmoralmente y perniciosamente malvada. Ideología, que no sólo sistema económico, con la que se infectó Europa a partir del Renacimiento: una vuelta al paganismo. Así, pues, el capitalismo no nace para mejorar las condiciones de vida del hombre o por necesidades estructurales de un mundo en expansión, sino como modo de control y dominación perceptible, y meditado a la vez.

De ahí, por tanto, que la erupción del capitalismo en los diferentes países no fuera en modo alguno pacífica. Pues no sólo rompe de forma traumática el mundo tradicional y la convivencia social entre los diferentes estamentos de la sociedad, sino que los dispone a entrar en una dinámica permanente de desencuentros. Dándose la circunstancia que a partir de ese momento las relaciones sociales se estructuran sobre la división y la pugna entre las diferentes clases, que ya no conviven si no en un permanente desencuentro de recelos y tensiones.

Se equivocan, pues, quienes piensan que con las fórmulas que se están adoptando se frenara el declive de Europa. Por eso, si cada hora, como nos dice la Biblia, "tiene sus propias preocupaciones" y si la actual no es, ciertamente, la que marcó Spengler, sólo nos queda la que vislumbró Juan Pablo cuando nos advirtió, que "este siglo tendría que ser espiritual o no sería nada".

Se impone, pues, otro modelo económico. Y este nuevo modelo económico no puede ser otro que la economía social que sustenta la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Un modelo basado en la dimensión social que la economía tiene como quehacer del hombre no sólo en orden a su dimensión biológica de sustentación, sino como medio necesario e imprescindible para su salvación espiritual. Un modelo económico que sustenta su quehacer en la no usura, en la justa distribución equitativa de los recursos y de la riqueza, y en un desarrollo sostenible como forma de dar cabida a la producción de bienes necesarios para una demanda basada en las necesidades básicas de todos los hombres, según un racional índice de desarrollo humano en función de los recursos del planeta. Un modelo, en definitiva, que pone en cuestión las dos divinidades del capitalismo: el Mercado y la Competitividad, a la par que nos descubre la falacia del llamado Crecimiento Sostenible, gran fracaso del capitalismo.


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