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Actualizada: 02 de Septiembre de 2006.  

 
 
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Participación de Santiago Carrillo en el genocidio de Paracuellos del Jarama.

Por Eduardo Palomar Baró.



Cuando comenzó la guerra civil, la población de esta villa de la provincia de Madrid era de unos 1.600 habitantes, la gran mayoría de los cuales trabajaban en el campo. El alcalde de Paracuellos en aquellas fechas era Eusebio Aresté Fernández, persona muy moderada de izquierdas.

Su hijo Ricardo tenía entonces 19 años. El joven, alrededor de las ocho de la mañana del día 7 de noviembre de 1936, salió de su casa para dirigirse a la Cooperativa Popular de Paracuellos, donde estaba empleado. Mientras caminaba oyó el ruido de ráfagas y gritos. Se asomó al borde de la pendiente, viendo en la llanura tres autobuses de dos pisos de los que se utilizaban en Madrid para el transporte público. Estaban rodeados de camiones repletos de milicianos, percibiendo también un gran movimiento de coches de todo tipo. De los autobuses iban bajando numerosos presos, con las manos atadas, y allí, en el descampado, los mataban, con armas automáticas.

En el año 1983, en conversación con el historiador irlandés y socialista Ian Gibson, Ricardo Aresté le manifestó: 

“Yo no puedo olvidar aquel espectáculo. Supuso para mí algo que todavía lo sigo criticando. Siempre he dicho que aquello no se debió nunca de producir. Aquello me llevó a una reflexión en la cual creo que he vivido con una influencia bastante grande durante todos mis años. Y hoy mismo sigo diciendo que aquello no se debió de producir”. (Del libro “Paracuellos: cómo fue”, de Ian Gibson. Ed. Plaza & Janés. 1987).

A partir de agosto del 36, los medios de comunicación de las fuerzas del Frente Popular, mostraban con toda claridad la idea y el deseo de exterminar a todos sus adversarios políticos. Así, en el periódico ‘Octubre’ se podía leer: 

 

«A esta hora no debía quedar ni un solo preso, ni un solo detenido. No es hora de piedad. La sangre de nuestros compañeros tiene que cobrarse con creces». 

El portavoz del 5º Regimiento comunista, denominado ‘Milicia Popular’, manifestaba: 

«En Madrid hay más de mil fascistas presos, entre curas, aristócratas, militares, plutócratas y empleados. ¿Cuándo se les fusila?.» Días más tarde instaba a extinguir y suprimir al enemigo con las siguientes palabras: «El enemigo fusila en masa. Mata, asesina, saquea e incendia... en esta situación, destruir un puñado de canallas es una obra humanitaria, sí, altamente humanitaria. No pedimos, pues, piedad, sino dureza.»

‘Mundo Obrero’ publicaba un “Retablo de ajusticiables”, ocupando un lugar de honor las gentes con creencias religiosas.

El escritor de izquierdas Eduardo Zamacois, un verdadero ‘entusiasta’ del exterminio se expresaba en estos términos: 

«Madrid necesitaba purificarse y para los “emboscados” no había indulto. Pero estas podaciones no bastaban; el cáncer que roía la vida nacional empeoraba y el daño se aliviaría únicamente cuando el bisturí justiciero penetrase muy hondo. La cura por lo mismo revistió caracteres dramáticos. Llegada la noche la vigilancia se recrudecía y cualquier sombra, cualquier gesto, cobraban visos alarmadores. Tan pronto el alumbrado público extinguía sus luces, los milicianos que guardaban las esquinas no dejaban pasar a nadie sin dar el ¡Alto! Y ese grito y el relucir de los fusiles bajo el lívido claror estelar, expandían una emoción pavorosa en el absoluto silencio de la ciudad a obscuras.»     

En el mes de septiembre de 1936 el gobierno republicano, que hasta el momento estaba compuesto por fuerzas republicanas, pasó a ser un compendio de todos los partidos y sindicatos del Frente Popular, con los anarquistas incluidos. Desde el alzamiento del 18 de julio, los asesinatos cometidos por los grupos -que con toda hipocresía vinieron en llamar “incontrolados”, denominación que aún siguen empleando los izquierdistas cuando se les ‘desmadran’ sus adictos- estaba al orden del día, pasando en septiembre a convertirse en matanzas en masa, y así en el mes siguiente, octubre, ya se contabilizaron dos sacas, la primera con presos de la cárcel de Ventas, y la segunda a finales de ese mes tuvo lugar con reclusos de la cárcel celular.

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En noviembre de 1936, la administración del Frente Popular decidió proceder al exterminio masivo de sus ‘enemigos’. Dicho término incluía indistintamente a un católico, a un militar, a un sacerdote, un falangista, una monja, a un estudiante, un empresario, a un inquilino de la finca enemistado con el portero, a un artista, a una familia delatada por la criada, etc.  

El día 6 de noviembre de 1936, la diputada socialista Margarita Nelken tuvo una entrevista con el director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, perteneciente a Izquierda Republicana, instándole a que le diera la orden de entrega de los presos que debían ser fusilados. Manuel Muñoz hizo entrega a la diputada del PSOE de un escrito para el director de la cárcel Modelo, ordenándole poner en sus manos a los presos que deseara y en la cantidad que estimase pertinente. Esta acción revistió una enorme gravedad, ya que todo un director de Seguridad, concedía a una diputada, unos detenidos para llevarlos al holocausto.

A inicios de noviembre, las tropas nacionales se hallaban en las cercanías de Madrid. El comunista italiano natural de Trieste, Vittorio Vidali, que participó en la guerra civil con los nombres de “Carlos Contreras” y “comandante Carlos”, primero como comisario político del 5º Regimiento, y posteriormente desempeñando diversos e importantes puestos en el Comisariado Político del Ejército Rojo, y que adquirió la reputación de fusilar a los cobardes y dirigir una “operación de limpieza” en la retaguardia, afirmó: 

«El pánico estúpido, el desaliento injustificado, la desconfianza hacia el pueblo son las causas de la situación actual. Es seguro que para eliminar esas causas hay que eliminar hombres. Tenemos que fusilar sin piedad a quienes pronuncien palabras como éstas: «Nuestra aviación no nos defiende», «Voy a Madrid a informar», «Las otras compañías nos han abandonado.»

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Algo habría de ese ‘pánico’, ya que el gobierno del Frente Popular tomó la decisión de abandonar Madrid para trasladarse a Valencia. La defensa de la capital de España la dejaron al general Miaja con un gran respaldo soviético. Otra preocupación fundamental era exterminar a las personas no afectas al Frente Popular. De esto último se ocuparía un joven socialista, ya muy vinculado por esa época al PCE, y que se llamaba Santiago Carrillo Solares.

Nacido en Gijón (Asturias) el 18 de enero de 1915. Su padre Wenceslao llegó a ser un importante dirigente del PSOE y de la UGT. La amistad de Wenceslao con Largo Caballero, permitió que Santiago entrara en la imprenta de ‘El Socialista’. En el verano de 1933, dirigió una ofensiva de las Juventudes Socialistas con el propósito de desacreditar a miembros del PSOE, tales como Indalecio Prieto y Julián Besteiro, para imponer en su lugar a Francisco Largo Caballero, apodado el “Lenin español”.

En 1934 fue encarcelado el 7 de octubre, por su participación en la revolución de Asturias. En la cárcel estrechó lazos con Largo Caballero, así como con Luis Arasquistáin y Julio Álvarez del Vayo, que lo encaminaron hacia el estalinismo. Con la llegada al poder del Frente Popular, fue puesto en libertad. El 4 de abril de 1936 en un mitin celebrado en la plaza de las Ventas de Madrid logró la fusión de las juventudes socialistas y comunistas, dando lugar a las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) de tendencia comunista.

Al producirse el Alzamiento, Carrillo se encontraba en París, tardando un mes en regresar a España, sin duda para no correr riesgo alguno. Parece ser que no derrochó mucho valor, ya que aunque dice haber estado en el frente, no hay ninguna fuente de la época que lo asevere. Por el contrario ‘El Socialista’ desde sus páginas lo acusó de haber sido un cobarde, tanto en el verano de 1936 como durante la revolución de octubre de 1934, hasta el punto de “vaciar su tripa, atribulada por el riesgo de su detención, fuera del lugar reservado para tales necesidades, hecho ocurrido en el estudio de un artista.”  

El 3 de noviembre de 1936, el diario ‘La Voz’, lanzaba el siguiente llamamiento: 

«Hay que fusilar en Madrid a más de cien mil fascistas camuflados, unos en la retaguardia, otros en las cárceles. Que ni un “quinta columna” quede vivo para impedir que nos ataquen por la espalda. Hay que darles el tiro de gracia antes de que nos lo den ellos a nosotros.»

El día 4, después de haberse constituido un tribunal popular en la cárcel de Porlier, se ordenó salir a la calle a los militares que en dicha prisión se encontraban, para que se sumaran al Ejército Rojo. Solamente cuatro lo aceptaron. Entre un centenar de presos, de los cuales treinta y siete eran militares, se los llevaron en camiones a Chinchilla, siendo fusilados -por miembros del PCE- a la mañana siguiente junto al cementerio de Rivas-Vaciamadrid. Los comunistas eran los que controlaban la defensa de Madrid, solicitando a la cárcel Modelo listas de los militares encarcelados, procediendo a la primera saca de la checa de San Antón, con el resultado de cuarenta militares asesinados.

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El 6 de noviembre de 1936, Enrique Castro Delgado, jefe del 5º Regimiento comunista, recibió a Carrillo, que ya había pedido la entrada en el PCE, nombrándole consejero de Orden Público. Este mismo día, Mijaíl Koltsov agente de la Kominterm en España, mandó fusilar a todos los presos que habían en las cárceles de Madrid.

Enrique Castro llamó al comisario Carlos Contreras para decirle: 

«Comienza la masacre. Sin piedad. La quinta columna de que habló Mola debe ser destruida antes de que comience a moverse. ¡No te importe equivocarte! Hay veces en que uno se encuentra ante veinte gentes. Sabe que entre ellas está el traidor pero no sabe quién es. Entonces surge un problema de conciencia y un problema de partido. ¿Me entiendes?.» Contreras, lo entendió perfectamente...

Ante la inminente caída de la capital en poder de los Nacionales, cuyo ejército se encontraba en las inmediaciones de la ciudad, comenzó a funcionar la Junta Delegada de Defensa de Madrid, siendo la consejería de Orden Público asumida por Santiago Carrillo y con José Cazorla Maure -un antiguo chofer- en funciones de suplente. El 7 de noviembre de 1936, empezó el exterminio en masa, encargándose Carrillo, según señala en sus ‘Memorias’ , a «la lucha contra la quinta columna.» Y así, entre las nueve y diez de la mañana  de dicho día, llegaron a la cárcel Modelo autobuses de dos pisos, siendo introducidos más de sesenta detenidos y conducidos a Paracuellos del Jarama. Las víctimas eran despojadas de cualquier equipaje y atados con bramante de dos en dos o bien con las manos a la espalda. Obligados a bajar, se les ordenaba caminar hasta las fosas colectivas preparadas de antemano. Una vez situados al borde de las zanjas, un grupo de treinta o cuarenta milicianos abrían fuego sobre los presos, y a continuación se les daba el tiro de gracia. Unos doscientos enterradores reclutados entre los “presuntos fascistas”, de poblaciones cercanas, arrojaban a los cadáveres a las zanjas para luego cubrirlos con tierra.

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Las sacas se sucedían a velocidades vertiginosas. La primera, como hemos mencionado, tuvo lugar el 7 de noviembre. La segunda, del 8 al 17 de noviembre y a partir de aquí ya fueron verdaderas oleadas de sacas con los correspondientes asesinatos. Todo ello, bajo el mando y la responsabilidad del genocida Carrillo, durando estos asesinatos hasta que fue nombrado director de Prisiones, Melchor Rodríguez, quien prohibió terminantemente las sacas realizadas, expulsando de las cárceles a los milicianos de Vigilancia de la Retaguardia.

La última saca realizada por Segundo Serrano Poncela, inmediato subordinado de Carrillo, tuvo lugar el 3 de diciembre de 1936. Con la llegada de Melchor Rodríguez la carrera represiva de Carrillo y sus colaboradores sufrió un golpe de muerte. Santiago Carrillo, limitado en el ejercicio de sus funciones represoras, abandonó la Junta de Defensa a finales de diciembre de 1936, sustituyéndole José Cazorla.

El 1 de marzo de 1937, el anarquista Melchor Rodríguez, llamado “el ángel rojo”, fue destituido de su cargo de delegado general de Prisiones de Madrid.

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En una entrevista mantenida entre Carrillo y el historiador Ian Gibson en el año 1983, negaba el hoy homenajeado ‘don’ Santiago, su participación en la masacre, diciendo que: 

«Paracuellos para mí es un nombre, un nombre que ignoraba hasta... sinceramente no sabía que existía Paracuellos. Eso puede parecer absurdo pero, viviendo en Madrid, sabía que existía Vallecas, que existía Las Ventas, que existía Tetuán, que existía Chamartín, pero Paracuellos del Jarama... ni el nombre, ni el nombre...»

Las matanzas protagonizadas por el ‘desmemoriado’ genocida Carrillo, ocurridas entre los días 7 de noviembre y 4 de diciembre de 1936, contabilizadas por Ramón Salas Larrazábal -que por su objetividad se ha ganado un lugar de honor entre los historiadores de la guerra civil- son las siguientes: 

«De los 8.000 muertos de noviembre y diciembre, aproximadamente el 15 por ciento cayeron antes del día 8 de noviembre, de ellos 1.000 en números redondos el mismo día 7 y unos 400 entre el 1 y el 6. Quiere decirse que durante el período de responsabilidad de Carrillo fueron muy cerca de 7.000 los madrileños que cayeron sin juicio de ninguna clase ante las tapias de cualquier cementerio de los alrededores de Madrid y con predilección en Paracuellos del Jarama. Éste es un hecho histórico que nadie podrá negar jamás».

Estos criminales hechos, junto con la matanza también de presos políticos que tuvo lugar en la cárcel Modelo de Madrid en agosto de 1936, hechos que no fueron inventados por la ‘propaganda fascista’ sino que pudieron comprobarse, perjudicaron gravemente el prestigio y la imagen de la República, tanto en España como en el extranjero, poniendo en entredicho sus cacareados y pregonados principios de libertad, democracia y justicia.

Resulta verdaderamente bochornoso y vergonzoso que a ese genocida, después de 70 años de su ‘heroica gesta’, no sólo no lo haya purgado, ni haya pedido perdón, sino que encima estos politicastros despreciables y aborrecibles que pululan por este país, antes llamado España, en compañía de infames chaqueteros, de mangorreros de la ‘kultura’, titiriteros y demás tropa izquierdosa, se atrevieron a darle una cena-homenaje a ese nefasto y siniestro personaje, dedicándole a los postres, con premeditación, alevosía, nocturnidad y cobardía, el derribo de la estatua ecuestre del Generalísimo Franco.

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