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Actualizada: 23 de Mayo de 2.006.  

 
 
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El Código Da Vinci.

Godofredo.

Desde que vi las imágenes en la televisión de la “pseudo boda” de Zerolo con otro hombre, no puedo quitar de mi cabeza otra imagen producto de la imaginación. La imagen consiste en ver entre la glamorosa pareja un niño. El niño agarra con sus manos al sujeto A y al sujeto B. La imagen como podéis comprobar es verdaderamente escabrosa y, si, de una imaginación un tanto retorcida, pero no nos engañemos, es una imagen recién salida del horno de la sociedad actual retorcida por un gobierno y una serie de “lobbies”.

Poco se puede decir que no se haya dicho ya en todos los medios católicos sobre el Código Da Vinci. Seria tarea absurda querer exponer los errores históricos y teológicos en los que incurre este libro, convertido ya en película, con la que seguramente acabara de jubilarse Dan Brown, cuya fama no se la debe tanto a su pluma como a sus patrocinadores visibles e invisibles.

Desde todos los medios ajenos a la Iglesia, e incluso desde dentro de ella, se escuchan voces que afirman que no es para tanto, que no hay motivo de alarma, pues se trata de una novela de ficción, aunque su autor no se canse de decir que se ha documentado bien para hacer su libro. Pero, dejando de lado la competencia del Sr. Brown como literato e historiador, lo que debería preocuparnos es el daño que puede hacer a la fe de las gentes sencillas este libelo, a pasar de las voces que desde fuera y dentro de la Iglesia nos dicen lo contrario.

Hace años un libro como este seria impensable, y aunque se hubiera escrito la reacción del conjunto del pueblo cristiano habría sido contundente, pues, en términos generales, el católico medio estaba mejor preparado doctrinalmente que el actual, y difícilmente habría aceptado las historietas del Sr. Brown. Pero hoy, la situación es diferente: la formación de muchos cristianos es de un nivel de párvulos, muchos van a misa pero consultan el Tarot, van a las videntes, e incluso los hay que siguen al primer charlatán que encuentran y que les dice que es el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo. De ahí, la preocupación de la Jerarquía, pues mejor que nadie sabe como esta su rebaño, aunque habría que ver que nivel de responsabilidad tiene en la existencia de este estado de cosas, pues muchas catequesis de niños se reducen a cantos, palmas y juegos, pero de contenido doctrinal poco, y casi lo mismo podemos decir de la oratoria sagrada, que en algunos casos deja mucho que desear.

En las pasadas fiestas de Semana Santa, en línea con el Código Da Vinci, “casualmente” fue dado a conocer también otro libro “revelador”, el Evangelio de Judas, un libro gnóstico de valor simplemente testimonial para la Iglesia de hoy, pero que ha sido bien promocionado por la National Geography, detrás de la cual posiblemente haya una mano masónica, como en casi toda organización de cuño anglosajón. Pues bien, poco ha faltado para que se pidiese la canonización de Judas Iscariote, el traidor, ahora reconvertido en héroe de la Historia de la Salvación, un despropósito tan grande como si se quisiese revindicar la figura del Conde Don Julián que abrió las puertas a Tarik y Muza de la Península en aquel aciago 711, permitiendo a nuestros ancestros visigodos disfrutar de 800 años de “convivencia pacifica” y de “tolerancia” islámica (aunque todo es posible)

Volviendo a nuestro tema, el tema del Código Da Vinci es un ejemplo más de hasta que punto ciertas fuerzas están empeñadas en desacreditar a Cristo y a su Iglesia. Cosa diferente seria si el Sr. Brown se hubiera atrevido a contar una historia sobre Mahoma en términos tan “históricos” como la que presenta sobre Cristo, pobre de él, acabaría haciendo compañía al pobre autor de los Versos satánicos, condenado a muerte por Jomeini y cuya vida todavía hoy esta en peligro. Pero con Cristo todo vale, a fin y al cabo los tiempos de la Inquisición han terminado, aunque algunos pogres ven inquisidores en todas partes, sobre todo si son miembros del Opus Dei, reencarnación para ellos de la Compañía de Jesús fundacional, que luchan contra los nuevos ilustrados que no son otros sino ellos, que quieren librar al mundo de las tinieblas y llevarlo a la luz de un nuevo mundo sin Dios, del amor libre, de la interculturalidad y en el que posiblemente los simios manden, dado que son “personas” y tienen sus derechos por decreto “divino” de la ONU.

Cristo, al que la Iglesia y con ella los fieles reconocemos como verdadero Dios y verdadero Hombre, no se canso de advertir a sus discípulos sobre la vigilancia, teniendo presente los turbulentos tiempos que habrían que venir, como tampoco dejo de señalar que vendrían falsos maestros que, como dice San Pablo, enseñarían doctrinas agradables al oído y que arrastrarían a las masas porque respondían a sus pasiones más bajas, y no a la búsqueda de la perfección cristiana que nace del amor y de la imitación de Cristo, y no del sadismo como pretende el Sr. Brown. 

Como hombre de letras no puedo más que sonrojarme ante quienes se creen a pies juntillas las mentiras del Código Da Vinci sin un mínimo de espíritu critico, y como cristiano me apeno al pensar que mucha buena gente puede llegar a creer las absurdas doctrinas que contiene ese libro, y con ello perder su fe en Cristo y separarse de la Iglesia. A todos ellos les recuerdo estas palabras del Apóstol para que las mediten y las tengan presentes en estos momentos: Jesucristo, el mismo que ayer, es hoy: y lo será por los siglos de los siglos. No os dejéis, pues, descaminar por doctrinas diversas y extrañas (Heb 13, 8-9)


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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