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Actualizada: 13 de Abril de 2.007.  

 
 
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El «lacayo» de Ussía, el Carlismo y la razón de Franco... una respuesta para lo historia.

Por Pablo Gasco.

Todos los años, y por la misma fecha (1 de Abril), Ussía nos cuenta impenitente la misma historia; una historia que, pese a ser increíble en prácticamente todos sus extremos, ha terminado por creerse gentes como Ramoncín o Sara Montiel (iconos culturales de la izquierda) o cualquier otro espécimen de igual o semejante calibre... "Érase una vez un rey muy bueno y amado por su pueblo que se llamaba don Juan III".

Sin embargo, frente a los argumentos de Ussía y de quienes como él se conducen, las diversas posturas coyunturales del tercer hijo varón de don Alfonso XIII, siempre en función de las circunstancias que le fueran más favorables, son cosa harto conocidas y están perfectamente documentadas, lo que sin duda le privaron de representar un papel de máxima categoría en la historia de España. 

En 1931, y tras unas simples elecciones municipales que ni siquiera ganan las izquierdas, el rey Alfonso XIII abdica de sus funciones regias y huye de España. Inmediatamente después, una conjura de republicanos y socialistas con la anuencia de una gran parte del Ejército proclama la II República.

Tras el golpe de Estado de "los concejales", la Familia Real española tiene que huir precipitadamente al exilio, pues hasta se ha puesto precio a sus "reales cabezas". Pese a todo, la primera Familia de España piensa que todo es cuestión de esperar... Al fin y al cabo la Monarquía en España siempre había venido tras un golpe de Estado y de la mano de un general.

 Mientras permanecen en el exilio, alternando en fiestas y actos que se les dispensa, en España, ante el caos que representa la República, se suceden las intrigas de los monárquicos y de gran parte de la derecha española que acabaran en varios golpes de Estado fallidos.

Pero el 18 de Julio de 1936, y capitaneado por el único general de prestigio, Franco, al que no se le conoce ningún intento de sublevación o acto de conjura, se produce lo que en principio es un Alzamiento militar contra el Gobierno rojo de la República, que se convierte, por circunstancias, en una guerra generalizada que va a durar tres años.

Ante tal panorama, don Alfonso, que en ningún momento pierde la esperanza de volver a ser rey, considera una prioridad vital preparar todo para que uno de sus hijos sea su sucesor. Y he aquí, que quiere que lo sea su hijo menor, don Juan, un joven bastante díscolo, sin preparación debida y que para colmo sirve en la Armada inglesa olvidando la España irredenta, Gibraltar, aunque de mejores aptitudes físicas que sus hermanos mayores.

Don Juan se convertía entonces en el Príncipe de Asturias, y por tanto, en el sucesor de su padre, don Alfonso XII.  

Tras la finalización de la Guerra de Liberación, que ni ha tenido signo monárquico ni republicano, sino el impulso de la suma de los españoles que no querían para su Patria el despiece separatista ni el escarnio rojo, las puertas se le abren al sucesor de Alfonso XIII, don Juan de Borbón, que piensa en Franco como en un nuevo Martínez Campos... ¡Qué gran equivocación!

Y es que, ignora en ese momento el Borbón que Franco es un hombre serio, una de las figuras más serias que ha dado la Historia, y obvia, por otra parte, que la guerra de España ha costado muchas vidas como para resolver precipitadamente la cuestión de la forma de Estado; hay, y sin duda, otros problemas más graves y urgentes que solucionar: alimentar a un pueblo hambriento y reconstruir un país. Una tarea ingente a la que nuestro Caudillo se aprestó con todas sus virtudes y sus enormes capacidades, confiando siempre en la Providencia y en su pueblo.   Al fin y al cabo, y como el mismo Caudillo dijo, la guerra, por lo que había costado ganarse y por lo que en ella se jugo España y Occidente, tendría que ser una auténtica rectificación histórica. Para colmo de males, y por si no faltasen problema, Europa se debatía en una guerra generalizada de proporciones dramáticas y de resultado incierto: la II Guerra Mundial.

Pero la situación dura treinta años. Tiempo que coincide con el periodo de mayor paz y prosperidad de España, la Era de Franco, tras la cual se volverá al régimen monárquico, pero ya en la persona del entonces Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Un hombre de su tiempo, que ha residido y se ha educado en España por decisión de Franco, frente a las peregrinas ideas y alocados proyectos de su padre, el Conde de Barcelona.

El tiempo de don Juan había pasado, y con él la decepción de todos sus cortesanos, tan habidos durante años de cargos, embajadas y prebendas. Un tiempo hecho de intrigas en el que no fueron menos determinantes los propios errores personales o asumidos por don Juan. Y aunque es bien cierto que él no había pedido entrar en este retorcido laberinto, en la línea sucesoria se encontraba después de sus dos hermanos mayores, la historia, que muchas veces es contradictoria, al mismo tiempo que le llamó para que se sumase a la larga lista de reyes que habían reinado en España, le impidió tal pretensión. Lo cual no deja de ser un drama, su drama, no el de España.

De ahí, que la imagen que mejor puede ilustrar la vida de este eterno pretendiente a la Corona de España sea la de un laberinto que le entretiene perdido durante toda su vida y del cuál no podrá salir jamás. Y hasta el punto esta apreciación es una realidad, que unos días después de la muerte de Franco en una cama de la residencia sanitaria de la Seguridad Socia, "La Paz", una de sus muchas obras, y habiendo sido proclamado el Príncipe de España según las leyes previstas sucesor del Caudillo a título del Rey, es capaz de decir: "Juan Carlos es mi sucesor. Y la instauración de Franco fue un invento del momento, por un hombre que ya está murto".

Señor Ussía, la historia no es como hubiésemos querido que fuera, sino como fue. Y por cierto, miente y lo sabe cuando dice, que   "en las viejas casas del carlismo irredento, colgaron reposteros de luto" el día que murió don Juan: el rey de la Platajunta. Un pretendiente de la Monarquía Liberal contra la que luchó siempre el Carlismo. Un estandarte que de haber sido, hubiese sido aún peor de lo que es hoy su hijo: el rey que traicionó a Franco.


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