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Actualizada: 17 de Julio de 2.006.  

 
 
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Franco, escudo de demócratas.

(Carta abierta a María San Gil)

Ricardo Pardo Zancada.18/07/2006.

Me dirijo a usted, doña María, con todo el respeto del mundo, créame. Diré más, con profunda admiración por el valor del que usted, y otros españoles, están haciendo gala cada día que pasa al ostentar algún tipo de representación política en ese trozo de España, hoy atemorizado y privado de las más elementales libertades por ese grupo de miserables encuadrado en ETA o en sus organizaciones pantalla.

Antes de entrar en el motivo de estas líneas permítame un breve preámbulo. No hace mucho también dos amigos míos escribían sendas cartas, en este caso personales y no abiertas. El uno, la dirigía a un conocido comentarista político andaluz que usa la pluma o el ordenador con tanto acierto como gracejo y, el otro, a un intelectual, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Madrid. El tema de ambas misivas –tan respetuosas como claras y expresivas– era muy similar: una crítica a la utilización que se viene haciendo de un recurso que con el paso del tiempo deviene cada vez más absurdo y que no es otro que el de incluir en cada artículo, declaración o conferencia sobre actualidad política un párrafo en el que se denigra de algún modo la vida u obra de Franco, para exponer seguidamente cualquier tipo de argumentación, por lo general compartible y llena de sentido.

Y uno se pregunta: ¿Tan malo se considera hoy a aquel hombre que, con los errores que lleva consigo toda obra humana, sirvió a España como militar de prestigio y la sacó después del marasmo y la postración a que la habían conducido la acción de grupos marxistas –comunistas, anarquistas o socialistas– enloquecidos por el odio o el rencor? ¿Es que aquel hombre no hizo nada bueno para hacerse perdonar y pasar a la Historia de España cuando menos como un episodio más de su devenir? ¿Hay que borrarlo de ella y aventar sus cenizas como las de alguien maldito?

No acabo de entender esa inquina, esa persecución a muerte contra alguien que dejó este mundo hace ya treinta y un años. Y en esa línea de desacuerdo con un fenómeno que va siendo general, leí hace unos días en el diario La Razón unas frases que se le atribuían a usted, admirada María. Permita que la llame así, más en confianza. Más o menos eran estas: La entrevista de Patxi López con Otegui me ha recordado la de Franco con Hitler.  De verdad, querida amiga, no puedo entender qué quiso decir con esas palabras, si es que las dijo. ¿Cómo establecía ese parangón, ese paralelismo entre dos hechos tan distantes en tiempo y circunstancias?

Verá. Franco, en Hendaya, hizo que Hitler regresara a Alemania con una sensación de pleno fracaso en el intento de lograr su apoyo y autorización para que la Wehrmacht atravesara el territorio español hasta Gibraltar. Y allí, con su negativa tajante y tozuda, Franco que había vencido al comunismo, iba a frenar también al nazismo. Así de claro. Y esto no lo digo yo; lo reconoció hasta un Churchill. Se dice que le hizo volver grupas diciendo que prefería que le arrancaran una muela a entrevistarse otra vez con el jefe del Estado español. Y se expresaba así el mismo hombre que había doblegado a un sir Arthur Neville Chamberlain, primer ministro de Inglaterra –el Imperio de entonces–, tras una célebre reunión a la que asistieron también Daladier y Mussolini. El mismo hombre que se impuso también a Hàcha, presidente checo que murió poco después, o al rey Boris de Bulgaria, países todos sometidos de un modo u otro a su poder casi omnímodo. ¿Se da cuenta, María?

Descarto, desde luego, que el parangón lo estableciera usted, persona a persona. Por muchas vueltas que se les de y mucha importancia que quiera atribuírseles, estará de acuerdo conmigo en que tanto Patxi López, como Otegui, no pasan de ser dos enanos en su nivel de todo orden frente a la otra pareja de aludidos. Su única fuerza la falta de escrúpulos en uno o la indiferencia ante el asesinato cobarde en el otro. Poco más.

Pero no se reduce a eso el motivo de esta carta. Ya se que mi opinión quizá no le merezca mucho crédito, pero no resisto la tentación de dársela. Sírvame de respaldo mi amor a España, al que siempre he sido fiel, y que hoy tambien demuestra usted, y mi deseo de contribuir tan modestamente como se quiera a que este pueblo no vuelva a sufrir otro enfrentamiento fratricida.

Le diré que, además de injusta, la utilización que se viene haciendo del nombre de Franco como coartada de políticos, en general conservadores, me parece rechazable por dos razones. La primera, que la considero una forma de cobardía. Parece más honesto y hasta necesario y conveniente que cada cual pueda decir lo que quiera en un régimen de libertades, al menos teóricas, sin necesidad de tener que ponerse el parche para que no salga el grano de ser calificado de heredero o simpatizante del franquismo.

Por otra parte, es que considero grave error del grupo al que usted representa en ese trozo de España, el querer desmarcarse tan frontalmente del franquismo, cuando tantas cosas de nuestra convivencia actual tienen su origen en aquella etapa. Entre ellas, en lugar preferente, la monarquía y su titular. Cada vez que ustedes, los populares, ceden a la tentación de denigrar la figura de Franco están dando un paso atrás y cediéndole un espacio y un paso adelante a sus adversarios políticos de la izquierda. Así se lo hice notar no hace mucho a otro miembro destacado del PP que en una conferencia en la que presentaba un libro de Pío Moa, introdujo una comparación con la "también sangrienta represión franquista". Error, en mi criterio, sobre todo porque no responde a la verdad.

Es indudable que en una guerra fratricida como la de 1936-39 se cometen excesos por ambos bandos, pero por mucho que hoy se intente retorcer la memoria histórica, tampoco en esto hay comparación posible. Durante la II República, la barbarie marxista se inició en 1934 y no cesó hasta que un militar como Franco ganó la guerra y restableció el orden. Los tribunales que juzgaron los excesos eran militares; no populares. Y cuando su grupo pretende borrar como denigrante esa etapa, hasta el punto de prestarse a la condena del Régimen del 18 de julio en el Congreso (Resolución de 20-XI-2002), está dando facilidades y argumentos al socialismo de Zapatero para enlazar el presente con aquella República de triste memoria. Ni más, ni menos.

No quiero alargarme más. Sólo añadiré que hoy, no espero ni deseo que sean los militares quienes bajen al ruedo para enderezar una situación que es cada día más alarmante. Creo, con toda sinceridad, que debe ser la sociedad civil la que ponga las cosas en su sitio y de ahí que le dirija estas líneas. Mis mejores deseos.


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